
"El choque de las civilizaciones dominará la política mundial. Y las líneas de fractura entre las civilizaciones serán las grandes líneas de batalla del futuro." Samuel Huntington
La reciente llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, por segunda ocasión, no solo representa un cambio significativo en las políticas internas y externas de esta potencia, sino que también reactiva un debate académico y político sobre el llamado "choque de civilizaciones" propuesto por Samuel Huntington en 1993.
Huntington sostenía que, tras la Guerra Fría, los conflictos globales se definirían por choques culturales y civilizatorios más que por disputas ideológicas o económicas, originados por el desgaste de la civilización occidental. Tres décadas después, los eventos recientes confirman en buena medida la validez de su teoría para explicar las dinámicas internacionales actuales.
Sin embargo, esta confrontación no se limita a choques culturales externos, sino que también abarca conflictos internos dentro de cada civilización. Las recientes tensiones entre Estados Unidos y sus aliados tradicionales, como Canadá y la Unión Europea, reflejan esta lucha de poder dentro de Occidente.
En este contexto, los países occidentales deberían replantear sus prioridades, priorizando las amenazas geopolíticas sobre disputas culturales internas, como las relacionadas con atletas transgénero o cuotas raciales y de género. Por otro lado, la lucha civilizatoria actual se libra con herramientas sofisticadas, desde crisis migratorias y desinformación hasta sanciones comerciales, manipulación financiera, guerras jurídicas y conflictos culturales. Además, actores no estatales como grupos criminales, redes de narcotráfico y organizaciones terroristas desempeñan un papel clave, todo ello enmarcado en una corrupción sistémica que compra lealtades y favorece a las élites en la cima del poder político y económico de cada Estado.
Sumado a esto, la estrategia de Estados Unidos, como país líder de la civilización occidental, podría consistir en presionar a Europa para que contenga a Rusia en Ucrania con sus propios medios, mientras Washington asume directamente la contención de China y busca romper la alianza estratégica entre Pekín y Moscú. Por su parte, Europa enfrenta fuertes tensiones internas. Mientras Alemania atraviesa las secuelas de unas elecciones complejas, líderes como Giorgia Meloni y Donald Tusk, por un lado, y figuras como Ursula von der Leyen y Emmanuel Macron, por otro, buscan definir el rumbo de la Unión Europea ante el actual reacomodo de la política mundial.
En este escenario, se entiende por qué Trump, ha iniciado una agresiva guerra comercial, imponiendo fuertes aranceles a China. México y Venezuela tampoco escapan a este conflicto. Trump ha acusado abiertamente a México de mantener una alianza con los carteles del narcotráfico, responsabilizándolo de la grave crisis del fentanilo en Estados Unidos, lo que coloca en una difícil situación al gobierno de la presidenta Sheinbaum. En el caso venezolano, Trump fue más allá al invocar la Ley de enemigos extranjeros contra la organización criminal Tren de Aragua, acusándola de infiltrarse en Estados Unidos y representar una amenaza significativa para la seguridad nacional, y señaló directamente al gobierno de Nicolás Maduro por supuestamente ceder control territorial a estos grupos criminales, favoreciendo su expansión ilícita. Un mes antes, la administración Trump ya había designado a diversos carteles como organizaciones terroristas, facultando al gobierno estadounidense para ejecutar, en casos extremos, acciones militares en territorios extranjeros.
En Oriente Medio, las recientes intervenciones en Yemen contra los Hutíes apoyados por Irán reflejan otro choque civilizatorio directo entre Occidente y la esfera islámica radical. De manera similar, la tensión generada por la migración musulmana hacia Europa, especialmente en Francia, también se alinea con los planteamientos de Huntington.
Adicionalmente, estas batallas se libran no solo entre países, sino también en los organismos internacionales, poniendo en jaque el orden mundial establecido. Ejemplos claros son la retirada de Trump del Acuerdo de París y de la OMS, las disputas alrededor de la elección del nuevo secretario general de la OEA, y la expectativa en torno al sucesor del Papa Francisco.
Latinoamérica, una región parcialmente integrada a la civilización occidental, pero situada en la periferia del núcleo anglo-europeo, enfrenta sus propias contradicciones. Según Huntington, esta región se encuentra en constante lucha entre preservar sus raíces indígenas y avanzar hacia una plena occidentalización. Este dilema identitario permite comprender situaciones como la de Bolivia, donde coexisten múltiples identidades que podrían hacer al país vulnerables a conflictos internos y externos. Entonces, la lucha por el poder trascendería lo económico y lo político, convirtiéndose en una batalla cultural y de identidad.
En definitiva, el regreso de Trump a la presidencia no solo reactiva la teoría del "choque de civilizaciones", sino que reafirma su vigencia en la geopolítica actual. Un mundo marcado por guerras híbridas, crisis migratorias, desinformación, sanciones económicos y conflictos culturales obliga a Occidente a redefinir sus prioridades. En este marco, América Latina, atrapada en sus propias contradicciones, enfrenta desafíos que agravan su vulnerabilidad. A su vez, este contexto permite analizar la posición de Bolivia dentro de este “choque de civilizaciones” y brinda claves para comprender la lucha interna por el poder.
El autor es ingeniero de sistemas