La protesta ciudadana, estallada el pasado domingo 11 de julio en la isla, ha desnudado varias características del régimen y la ciudadanía cubanas que algunos sectores de la opinión pública mundial todavía se resisten en admitir. En un extremo de esta negación, para Manuel López Obrador, presidente de México y Alberto Fernández, de Argentina, Cuba sería el digno ejemplo de la resistencia contra las presiones del imperio. Ambos presidentes -representantes de la corrupta e ignorante “izquierda” latinoamericana- hacen gala de su falta de ubicación histórica y la ninguna posibilidad de proyección como una alternativa seria hacia el futuro. Pero, es también cierto que puede intentarse otra lectura, desde la izquierda democrática, respecto de la realidad política cubana.
Uno de los efectos de la revolución cubana fue la constitución de la burguesía burocrática, cuyo proyecto de dominación se amalgamó a los objetivos de la revolución, referidos a la instauración de la democracia y la construcción del Estado nacional soberano. Revolución, burguesía burocrática y fracaso en la construcción del Estado encierran, pues, un haz de problemas que van desde lo político económico, hasta lo teórico ideológico, pasando por lo social, la democracia, el sistema político y las relaciones internacionales. El fracaso del ensayo estatal cubano es también ilustrativo de la inconsistencia de los fundamentos que dieron lugar, en lo que va el presente siglo, a los sucesivos fracasos de la “izquierda” en nuestro continente: Argentina con el kirchnerismo, Bolivia con el MAS, Brasil con el PT, Ecuador con Correa, entre otros.
Antes de continuar, aclaremos algunos supuestos de este artículo. El término burguesía burocrática fue acuñado por Charles Bettelheim, allegado al partido comunista línea china, en la década de 1970, para criticar a la dirección del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), demostrando que, más que la propiedad privada de los medios de producción, importa el domino político para, por medio de la administración estatal, crear una burguesía … burocrática. Segundo; digamos que en la tradición marxista (supuestamente el fundamento de la “izquierda” corrupta latinoamericana) encontramos dos corrientes distintas: una humanista y otra centrada en el ejercicio del poder. Esta diferencia, en el marco de los Estados del socialismo real, develó el sentido antidemocrático y totalitario de la segunda corriente. Finalmente, anotemos que desde el punto de vista de los supuestos teóricos y los mecanismos institucionales, el Estado en la isla es una construcción fallida.
Debido a los conceptos dicotómicos en los que se asienta la burguesía burocrática, ésta reprodujo, luego de la revolución, el esquema de clases opresoras y clases oprimidas. Los conceptos dicotómicos e irreconciliables (patria-antipatria, revolución-contrarrevolución, amigo-enemigo, etc.) no únicamente provienen del marxismo sino, en realidad, de toda la tradición filosófica que llamamos sintéticamente pensamiento occidental y que principiara con Sócrates. En esta tradición, los objetos conceptuales dicotómicos, efectivamente, no tienen posibilidad de reconciliarse, por lo que predominará entre ellos la exclusión. Se trata del pensamiento de la unicidad que, en la versión cubana se expresa en la negación a la pluralidad y tiene como resultado la conformación de un esquema totalitario de poder. Este esquema no es exclusivo de los gobiernos latinoamericanos autodenominados “de izquierda”, ya que también los movimientos nacionalistas, de mediados del pasado siglo, lo han incentivado. En todos ellos se pregona la urgencia de la férrea unidad del país (lo que supone la anulación de la discrepancia y la pluralidad democráticas) bajo la justificación que sólo así podrá una nación subdesarrollada oponerse con éxito a los países desarrollados.
La ascendencia social de este supuesto muestra que en amplios sectores de la sociedad civil prevalece una cultura política antidemocrática. En el caso cubano, estos elementos han facilitado, además, la constitución de la burguesía burocrática. Anulada la vida política democrática, los jerarcas del partido tuvieron las manos libres para manejar la economía con la mayor discrecionalidad. Al mismo tiempo, ello les permitió mantener lealtades políticas en base a la prebenda y la gratificación. La cadena de poder, con la que el partido único en Cuba se mantiene, reproduce el esquema totalitario y antidemocrático, en base a la ramificación clientelar de todo orden.
Pero el ensimismamiento de este partido tiene su precio. En principio, tornó ciego y sordo al partido de gobierno cubano, frente a las demandas de su sociedad. Ello, pese al ejército de informantes infiltrados en la sociedad, porque el contenido de los informes que le hacen llegar los agentes subalternos a la dirección del partido, no es sino lo que la jerarquía partidaria quiere escuchar. Las cosas son así, porque en el ejemplo cubana no hablamos de mediadores entre el Estado y la sociedad, sino de agentes estatales, cuya labor es sustituir las demandas sociales.
Dicho en breve; la visión guerrerista del partido ha llevado a la sustitución de la soberanía del pueblo por la soberanía de los jerarcas del régimen. Para que esto fuera posible se han operado simultáneamente dos distintos movimientos complementarios. Uno, el vaciamiento de las fortalezas con las que en un inicio contaba la revolución y dos, el desgaste ideológico, político y social del partido de gobierno. Es indudable que durante sus primeros años el apoyo social a la revolución abarcaba a la inmensa mayoría de la sociedad. Por esa razón también, el Estado en ciernes podía exhibir una fortaleza considerable. La repercusión que ese hecho tuvo fue grande, porque levantó un enorme apoyo internacional, de gobiernos, Estados, intelectuales, etc., con lo que la gravitación política internacional de Cuba adquirió dimensiones inéditas para un país latinoamericano. Pero el rápido desgaste al que condujo la visión militar de la política inutilizó esas fortalezas, hasta convertirlas en simples slogans propagandísticos.
Desde el punto de vista de los postulados primarios de la revolución y aun desde el del interés particular de la burguesía burocrática para consolidarse, el tipo de conducción ha agudizado los efectos de las presiones sobre la revolución, ejercida por los sectores desplazados por la misma. En esta situación se han combinado tres factores: el tipo de conducción, las presiones sobre el proceso y el desgaste de la ascendencia social del partido comunista.
Quienes defienden al régimen, argumentan que el bloqueo comercial norteamericano es la causa de todas las penurias en la isla, al haber obligado al pueblo a vivir constantemente bajo medidas de emergencia. El bloqueo sería la causa para que el modelo económico cubano no se consolidara, para que la isla pudiera mantener relaciones económicas y comerciales fluidas en el contexto internacional, y también sería la causa para el deterioro de la calidad de vida de la sociedad cubana. En realidad, pero, la ecuación que llevó al fracaso al régimen cubano es otra.
Como dijimos, el desgaste de las fortalezas de la revolución se debió a la anulación de todo el sistema de mediación democrática entre el Estado y la sociedad. Además de debilitar al Estado (porque le impedía captar el ruido de su sociedad), esa anulación desagregó la unidad nacional, privando al Estado de uno de sus principales fundamentos, como es el de la legitimidad social. A este proceso de desagregación nacional, el partido de gobierno respondió reprimiendo cualquier signo de disconformidad ciudadana. El que un Estado se vea obligado a reemplazar su falta de consenso social por el uso de la coerción, habla de su fracaso para involucrar, por medio del consentimiento, a la sociedad, en el desarrollo de una política económica, fuera cual fuera ésta.
La desagregación, a su vez, opone a la mayoría de la sociedad cubana a su gobierno, evidenciando el descontento de una mayoría desfavorecida. El contenido de las últimas protestas sociales, por eso, han tenido como demandas democracia, acceso a los servicios de salud y trabajo. El hecho que la dictadura de Miguel Díaz-Canel hubiera optado por imponer un estado policiaco, continuando la tradicional conducta de su partido, revela que el desgaste es general. Este cuadro descubre la pobreza a la que ha llegado la ideología del Estado y su imposibilidad para el conocimiento de su realidad, por lo que esa ideología apenas cumple la función del encubrimiento y la auto-justificación.
Un Estado deslegitimado, una sociedad desarticulada con respecto a los postulados (totalitarios y antidemocráticos) del partido de gobierno y, al contrario, en proceso de rearticulación en torno a principios democráticos, un Estado incapacitado para reproducir las condiciones ideológicas de dominación y asentado únicamente en la coerción y por último, un Estado con gravitación internacional cada vez menor (hasta rozar casi la insignificancia; salvo por las brigadas internacionales de médicos), no es un Estado con proyección viable.
Los dos actores centrales (Estado y sociedad) de la trama cubana marcan tendencias contradictorias. Mientras la deslegitimación del régimen crece, la legitimación de la protesta ciudadana se incrementa. En esta trayectoria, la brutal represión desplegada por la dictadura es solamente un episodio. Si las tendencias continúan, el próximo episodio seguramente será el rebasamiento de la protesta ciudadana al despliegue de la represión. El mundo conoce muchos ejemplos (el último, notablemente Bolivia en octubre del 2019, cuando la pulsión democrática de la mayoría de esa sociedad puso fin al intento del dictador Evo Morales, por consolidar un régimen delincuencial sin disimulo) en los que la consistencia de las protestas ciudadanas tornaron inútiles los proyectos represivos de los Estados.
Omar Qamasa Guzmán Boutier es escritor y sociólogo