La crisis Integral causada por la pandemia del coronavirus (covid-19) ha llevado al modelo de desarrollo vigente hasta su umbral. De este impacto general destacaremos dos manifestaciones: la del sistema político y la del modelo de desarrollo. Añadamos que el carácter integral de la crisis provocada por la pandemia actúa sobre todo tipo de sociedades en términos de resaltar las falencias principales de éstas.
La mayor característica de las sociedades es la división social interna; fenómeno presente en todo el mundo, sin importar los modelos políticos específicos o los proyectos económicos, en cada país. La pandemia se ha extendido sobre esa realidad, pero además, dada la agresividad de la enfermedad en términos de la velocidad de su expansión, del ritmo de contagios y de mortalidad, ha afectado a las sociedades al punto de obligarlas a suspender, temporalmente, cuarentena mediante, sus actividades económicas, educativas, turísticas, etc.
Abordaremos la crisis Integral bajo el supuesto de sociedades divididas e inequitativas internamente, sobre las que los Estados aplicaran distintas políticas de respuesta. En este sentido, el tema del presente artículo será reflexionado teniendo en cuenta el modelo de pensamiento dominante, que orienta a la sociedad y al Estado.
Los efectos de la crisis Integral han puesto en cuestionamiento la capacidad de respuesta del modelo de desarrollo asentado en sociedades dividas e inequitativas. Esta crisis Integral se expresa en dos campos: el de las actividades (económicas y políticas) societales y el de la sociedad propiamente. Aunque estos campos constituyen una unidad, deben separarse para fines analíticos, debido a que la pandemia se ha extendido, en concreto, sobre sociedades divididas en clases, sectores y grupos sociales. Esta división social se expresa en el acceso diferenciado a los servicios y en general, a las condiciones dignas de vida. Entendemos que la propia división de las sociedades no es sino consecuencia del modelo de desarrollo vigente.
Mientras la expansión del covid-19 no distingue a clases, sectores o grupos sociales, el hombre sí lo hace, por medio de las formas de organización social que el modelo de desarrollo adopta. Los campos de la división son múltiples y abarcan el económico, el étnico, el ideológico y el político, principalmente. Es cierto que todos ellos se remiten, el último término, al control de los factores del poder. Así, la inicial no distinción del coronavirus se transforma, por el receptáculo (o sea, las sociedades), en acelerador de tales divisiones. Las diferencias resultan profundizadas y consiguientemente la disposición de los recursos sanitarios, económicos y alimenticios marca los grados de la distribución inequitativa. En este sentido, el covid-19 y la crisis Integral actúan como impulsores, a lo largo de este devenir.
Pero la división social acrecentada, en este contexto, no hace sino continuar las características del ordenamiento social y de su lógica política. Así como en éstos la diferenciación social es una condición para el manejo del poder, se ha tornado a la vez en consecuencia del mismo (algo que incluso la movilidad social no pudo cambiar); lo que ha sido resaltado por la situación crítica que hoy vive el mundo. Esta doble implicancia no proviene de la pandemia en sí, sino de los efectos -la crisis Integral- que ésta causara.
Es la elección de prioridades establecidas por los gobiernos, la que contribuye al incremento de las diferencias sociales. Con más o menos variantes, los gobiernos han priorizado otras áreas (la económica, el comercio, la política) a la de la salud y es esa orientación la que provocó el ahondamiento de las diferencias sociales. De esa manera, la administración específica de la crisis sanitaria quedó, en no pocas ocasiones, subordinada a las directrices de un modelo de desarrollo limitado, sin considerar a las nuevas condiciones establecidas por la pandemia.
El modelo de desarrollo vigente puede considerarse universal, a partir de los supuestos teóricos en los que se asienta; la diferencia que hay entre los países viene dada por la forma local en la que es recepcionado y apropiado. El modelo de desarrollo se basa en la unicidad, como principio filosófico rector. En torno a este supuesto, los elementos internos de una totalidad para su estudio y desarrollo son aislados, constituyéndose grandes márgenes de independencia entre unos y otros. Esta perspectiva de comprensión teórica y el consiguiente abordaje práctico a la realidad que alimenta, no únicamente dificulta un abordaje holístico a los problemas nucleares de la totalidad (que hoy es la salud, aunque el día de mañana podría ser otro, como por ejemplo el cambio climático), sino provoca el surgimiento de nuevas áreas problemáticas en unos casos y en otros, conlleva al mayor desarrollo de los problemas actuales, entorpeciendo el funcionamiento general de la totalidad. Precisamente estas derivaciones se muestran en la actualidad, dado el tratamiento a la pandemia, a la que se pretende asumir como un problema exclusivo de salud, aislado de la economía, la política, la educación, etc. Tuvieron que sumarse decenas de miles de fallecidos, cientos de miles de contagiados para que, finalmente, algunos gobernantes comprendieran que el enfrentamiento a la crisis Integral requiere de un enfoque integral.
De esta manera, en el contexto del covid-19, las políticas públicas de salud han tensionado al sistema político, en su función mediadora entre el Estado y la sociedad. Durante las dos últimas décadas del siglo XX y al calor de las políticas radicales de libre mercado, los sistemas de salud pública fueron arrinconados, cediendo su lugar a la privatización del servicio. Este movimiento era parte de la desregulación de los mercados y la privatización general. Con el tiempo, el efecto sobre el sistema político fue el cuestionamiento a su legitimidad social.
Las reformas neoliberales eran presentadas como parte del ilusorio achicamiento del Estado. Ilusorio, porque el Estado siempre será un actor central en la economía, la producción y el mercado; tenga o no bajo su control a empresas e incluso, en un extremo, controle o no la banda de los precios en el mercado, porque el Estado, en última instancia, es la atmósfera no productiva para la producción y el aval necesario para la economía. En su relacionamiento con la sociedad, la principal producción estatal es la ideología, o sea, en este caso, la visión del mundo de una sociedad dada, cuyo compendio político (es decir, el Estado) expresa esa visión. Sin embargo, el requisito para que pueda expresarlo con la mayor fidelidad posible, es la existencia de una relación fluida entre sociedad, sistema político (estructura de mediación) y Estado. Esta relación queda alterada cuando el flujo se interrumpe o decae a raíz de determinaciones en abierta disonancia con la sociedad, con lo que la legitimidad del Estado también decae.
Lo notable resulta que pese a los antecedentes de las políticas neoliberales y la deslegitimación de los sistemas políticos, con la pandemia las sociedades reaccionaron demandando respuestas, orientaciones e iniciativas protectoras de sus Estados. En este sentido puede decirse que ante la crisis Integral las sociedades se tornaron, inicialmente, más estatales pero las respuestas de los gobiernos no siempre entraron en sintonía con ellas. En realidad las respuestas de los gobiernos continuaron, en gran medida, el manejo del poder bajo la lógica de la unicidad, en sociedades internamente divididas. En medio de la situación excepcional del covid-19, esta continuidad constituyó el mecanismo por el cual el carácter no discriminador del coronavirus deviniera en acelerador de las discriminaciones sociales, económicas, culturales. Las consecuencias de este desencuentro influirán de manera directa en los sistemas políticos. Hablamos del debilitamiento de la función mediadora de este sistema.
En el proceso cruzado entre crisis Integral, debilitamiento de las mediaciones estatales, diferenciación social, concepciones políticas tradicionales, sobresale el manejo instrumental del Estado. Esta situación es posible debido a la distancia creada entre Estado y sociedad, en medio de la crisis. La situación tiene doble rostro: una social general y otra particular de los grupos gobernantes.
El manejo instrumental expresa una situación fáctica. Históricamente corresponde a los inicios de la acumulación originaria del capital. Es el manejo arbitrario, en beneficio privado, lo que permitió resguardar y acelerar la acumulación de capital, en provecho de los grupos particulares de gobierno. El que hoy podamos hablar de un manejo instrumental del Estado, en la crisis desatada por la pandemia, nos remite a una situación de cambio global muy profundo, posible por la plataforma que ofrecen las tecnologías digitales. Es una situación en la que el capital, al encontrarse en una fase en la que se modifica la matriz productiva, ofrece novedosas posibilidades de acumulación. Este pasaje histórico es vivido de distinta manera por cada país, así también serán distintas las proyecciones del manejo instrumental del Estado, que en uno y otro país se ofrece. Aunque son diferentes por ejemplo Estados Unidos y Bolivia, la lógica del manejo instrumental del Estado, por parte de sus actuales gobernantes, son similares. Lo son, precisamente por la situación instrumental, a las que esos Estados son conducidos, mientras atravesamos esta crisis.
Lamentablemente, el propio manejo instrumental del Estado, el debilitamiento de las mediaciones estatales y la agudización de las diferencias sociales, abren perspectivas riesgosas para las sociedades. Sin embargo dependerá en gran medida del carácter de las propias sociedades, el rumbo que las cosas podrán tomar. Las posibilidades van desde Estados autoritarios, hasta Estados fallidos (como al que parece aproximarse el Líbano), pasando por Estados democráticos débiles. Con todo, es en el cambio de la concepción política, donde se inicia la renovación-adaptación de la democracia al futuro que emerge de la crisis Integral que nos deja la pandemia.
Omar "Qamasa" Guzmán es sociólogo y escritor