OMAR QAMASA GUZMAN BOUTIER
Luego de los primeros instantes de confusión causada por la pandemia del coronavirus (covid-19), pueden extraerse algunas consideraciones generales, en perspectiva de pensar en el retorno a la “normalidad” de la vida social; normalidad entendida como el estado de cosas hasta antes de la pandemia. Digamos que hoy por hoy nos encontramos al principio de un largo recorrido que podría, en el mejor de los casos, concluir a mediados del próximo año. Toda planificación para cruzar este tiempo aciago, por tanto, debe considerar este lapso de tiempo en el que cada gobierno deberá planificar la conducción de su barco (llamemos así, metafóricamente, a la sociedad) a buen puerto.
Comencemos recordando el curso que el epicentro de la pandemia tomara desde su estallido, en diciembre del año pasado. Al inicio, el centro fue la ciudad china de Wuhan (donde todo comenzó), luego se trasladó a Europa, particularmente a Italia y España y desde principio de este mes de abril, a Estados Unidos (EEUU). En nuestro anterior artículo (“Reto del coronavirus: delicado rompecabezas para armar”) dijimos, pensando principalmente en Latinoamérica -aunque también en África-, que algunos países de menores recursos económicos, que tomaron en serio la amenaza de la pandemia asumiendo medidas preventivas de manera oportuna (tales como la cuarentena y el distanciamiento social) habían, en alguna medida, relativizado sus pobremente equipados sistemas de salud. A la luz del recorrido de la zona considerada roja en la trayectoria del centro de la pandemia, esta consideración podría pensarse como optimista.
En efecto, el proceso del incremento de personas infectadas por el covid-19, junto a la llegada de la época de invierno al hemisferio sur (tiempo en el que naturalmente abundan las infecciones respiratorias y pulmonares), pueden eliminar esa suerte de ventaja inicial y agudizar la presión de la demanda social sobre nuestros sistemas sanitarios. No es nada improbable que en la trayectoria del epicentro de la pandemia, la próxima parada sea nuestra región. El antídoto para evitar situaciones catastróficas es, pues, mantener las medidas de control vigentes (aunque la “lucidez” del gobierno argentino parece no entenderlo de la esa manera). Pero este reto encuentra, en la presión económica y laboral alguna de sus mayores dificultades a vencer. Es verdad también que esta misma presión la tienen los países más desarrollados, pero puede decirse que, grosso modo, la diferencia entre unos y otros radica en la disposición de la plataforma tecnológica con la que cuentan; factor que reposiciona el principio de la desigualdad entre países.
Con todo, sabido es que la pandemia encontró al mundo con una plataforma tecnológica capaz de sustituir varias funciones presenciales, por funciones virtuales y así evitar un quiebre social. El tele-trabajo, las tele-consultas médicas, las compras por internet, la educación virtual, hasta los servicios religiosos, son realidades que coadyuvan para mantener las medidas preventivas. Pero, dijimos, la plataforma tecnológica, así como los servicios públicos, no mantienen una distribución equitativa. En nuestra región, la conversión del trabajo presencial por el tele-trabajo, al igual que la conversión en otras actividades como ser las educativas, bancarias, etc., tienen menor impacto. Incluso medidas tales como la higiene rigurosa (“lávate las manos con frecuencia”) y el distanciamiento social son difíciles de cumplir en regiones en las que la cobertura del servicio de agua potable no alcanza a todos o en las que amplios sectores populares viven en condiciones de hacinamiento. La cuarentena, la higiene desinfectante y el distanciamiento social parecieran ser, en estos casos, verdaderos artículos de lujo. Estas dificultades, por supuesto, no impiden que mantengamos el ritmo del esfuerzo, pero sí exigen un sacrificio adicional. En el fondo, en realidad, también los países desarrollados enfrentan las mismas dificultades, en alguna parte de su población que vive en condiciones similares a las del “cuarto mundo”. Hablamos de los bolsones sociales más excluidos; y con ello no queremos acudir a un consuelo vacío sino de recalcar una realidad que llama la atención a todos, aunque con diferentes grados de intensidad. Al final, todos enfrentamos los mismos retos, mientras tratamos de cruzar la noche de la pandemia lo mejor posible.
En este contexto, todos se muestran de acuerdo en que el retorno a la normalidad no será ni de forma súbita ni de manera simultánea en todas las áreas de la vida social, sino en al parecido a un proceso paulatino. En este proceso, aunque el eje a considerarse sea el de la salud, resulta indudable la fuerte presión que la actividad económica ejerce. A pesar que en esta oportunidad no nos referiremos a la pugna, con apariencia antagónica, entre los requerimientos de la salud y los de la economía, conviene desagregar en actores económicos la visión, para comprender la presión de este campo. Una primera referencia en este sentido la encontramos en la propia selección que, de hecho, se hizo respecto a la imposibilidad de detener las actividades económicas fundamentales. A consecuencia de esta selección, sin embargo, el grueso de las actividades económicas quedó excluido.
En todo el mundo, entre los componentes principales de las actividades consideradas no esenciales figuran, junto a grandes, medianas y pequeñas empresas, también trabajadores independientes o auto-empleados. La presión de la suspensión de las actividades laborales, para todos ellos, además de económica es también social. Vale decir que la carga económica por esas suspensiones se expresa directamente en el incremento del desempleo, de personas carenciadas quienes, en definitiva, se ven obligadas a acudir al amparo de instituciones humanitarias de ayuda social.
Por otra parte, entre las actividades económicas no esenciales, sin importar la magnitud de sus agentes (grandes, medianas o pequeñas empresas) habrá ramas que deberán esperar su turno hasta casi el final del proceso, para volver a operar. Entre estas se encuentra la industria del turismo y todas las actividades que la complementan: el transporte, la hotelería, la gastronomía; la industria del espectáculo, como los conciertos musicales, los eventos deportivos masivos, junto a las actividades que le son colaterales. En todos los casos, el retorno a la normalidad marca, pues, un larga trayectoria. ¿Pero qué sucede en países como los latinoamericanos, con una muy importante parte del empleo y de la actividad económica asumida por la mediana y la pequeña empresa, además de la actividad informal? La operación “proceso de retorno a la normalidad” aunque se complica aún más, por las múltiples variables (ausencia de servicios de agua potable, deficientes servicios de salud, hacinamiento, etc.) que se condensan en los sectores menos favorecidos, pueden presentar algunas opciones, sin embargo, que no son pensables de aplicar a grandes empresas. Nos referimos, por ejemplo, a la activación y desactivación, por turnos, de la actividad de la microempresa y de la actividad informal.
Sea cual fuera la ruta que cada país asumirá para retomar las actividades económicas, está claro que en este proceso las medidas de seguridad sanitaria abarcarán a todas los sectores económico-productivos, por medio de test masivos, duchas de desinfecciones en todos los lugares de aglomeración humana y escaneo general. Los equipamientos para estas medidas serán parte de los nuevos implementos que acompañarán a los actores económicos.
Recordemos que en conjunto, todos estos hechos no conforman sino las actividades que median entre el estallido de la pandemia y el hallazgo de la cura, es decir de la vacuna apropiada para combatir al coronavirus. Según los entendidos en la materia, generalmente se demora hasta cinco años en encontrar una vacuna apta para ponerla a disposición de la población. Sin embargo, frente al covid-19 la comunidad científica mundial trabaja a marcha forzada y se estima que la vacuna requerida podría estar lista hasta en 18 meses, o sea en un año y medio. Esto significa que hablamos de mediados del próximo año. Debe añadirse a este lapso, además, un tiempo extra para que la vacuna sea fabricada en masa y llegue a toda la población del mundo. Hasta mientras, claro, la única protección real contra el coronavirus seguirá siendo la cuarentena, el distanciamiento social y la higiene rigurosa.
Algunos investigadores aseguran que cuando la población hubiera alcanzado entre el 60 al 70% de personas recuperadas de la infección, la sociedad misma podría crear una barrera que frene la rápida evolución de la pandemia. Pero aquí surgen al menos tres interrogantes. ¿Sobre qué sociedad se hace esta estimación? ¿Sobre cada sociedad nacional o sobre la sociedad mundial (valga la muletilla)? En un mundo tan interconectado no es pensable que cada país, llegado a ese umbral, pueda sentirse seguro en el control del coronavirus, como nos muestra el rebrote de este virus en Hong Kong o en China, particularmente en la zona fronteriza de esta última, con Rusia. En segundo lugar, ¿realmente puede asegurarse que quienes superaron la infección son inmunes a ella, en el futuro? No existe persona alguna en el planeta que pudiera servirnos de ejemplo como para validar esa estimación, porque esta enfermedad no lleva ni medio año de existencia entre los seres humanos. Finalmente conviene también indagar en torno al universo que se utiliza para el cálculo y la fiabilidad que ofrece, al momento de trasladar los datos a la totalidad de la población. Como se recuerda, las estadísticas de la pandemia son levantadas sobre los casos conocidos, pero, según han dejado en claro médicos especialistas, esta enfermedad suele también ser asintomática (o presintomática, como otras la denominan) durante el lapso de su incubación (de 10 a 12 días), por lo cual sus portadores son agentes activas en la expansión de la pandemia, durante ese tiempo. Junto con esta dificultad no olvidemos añadir otra, derivada de la irresponsabilidad criminal de gobiernos que ocultan las cifras reales que la infección causa en sus países. Los datos que en Venezuela, Nicaragua, México o Brasil entregan este tipo de gobiernos son tan poco creíbles que seguramente ni ellos mismas lo creen (de hecho, una autoridad de salud de México ha señalado que habría que multiplicar por 8 las cifras oficiales, para acercarse a los datos reales).
Por ello sigue teniendo mucha importancia el comportamiento social, en esta fase del enfrentamiento a la pandemia. Según hemos apuntado en otra oportunidad, esta variable (la social) debe desagregarse en dos indicadores: gobernantes y gobernados. Mientras la responsabilidad de estos últimos consiste, hoy por hoy, en el acatamiento a la cuarentena y el distanciamiento social, la de los primeros radica en la evaluación permanente del comportamiento de la pandemia y su impacto; además, claro, en garantizar que la sociedad efectivamente cumpla con las medidas preventivas adoptadas. Los obstáculos para que el comportamiento social corresponda a la situación de emergencia que la expansión del coronavirus demanda son, pues, muchos y aproxima a la vida social ciertamente a una situación precaria. A estos problemas se suman otros, derivados de las miserias humanas. Miserias que también se manifiestan, aunque en pequeña escala, en la sociedad de base.
Así, por más difícil que sea de comprender, existen algunas muestras de discriminación a médicos (¿!), por temor al contagio; además de los consabidos actos delincuenciales, como robos en domicilios, por gente que ingresa a los hogares bajo el ardid de que se trata de personal sanitario. Si bien es cierto que estas miserias humanas corresponden a la sociedad de base, colocada casi en un estado cercano al pánico, lo verdaderamente indignante es cuando partidos políticos, otrora gobernantes, son los que exhiben comportamientos miserables. No puede referirse de otra manera a la constante irresponsabilidad de activistas del Movimiento al Socialismo (MAS) de Evo Morales, en Bolivia. Los seguidores de Morales no escatiman en esfuerzos para precipitar al país a la calamidad. En efecto, primero atribuyeron a las alertas sobre el peligro de la pandemia a inventos de “vende patrias”, luego se opusieron abiertamente a las medidas de precaución que el gobierno había adoptado hasta provocar el retiro temporal de todo el personal de salud del Chapare (bastión social del MAS). Después pretendieron convulsionar a vecinos en algunas zonas de las ciudades de Cochabamba y El Alto, para evitar la apertura de centros de cuarentena en un caso y el tratamiento médico a personas infectadas, en otro. Todavía insatisfechos por tales “hazañas”, buscaron generar enfrentamientos con los bolivianos repatriados, en la frontera con Chile. Estos activistas y su partido, son pues gentes miserables por todo concepto. Felizmente, todos ellos nadan contra la corriente y no hacen sino automarginarse del camino que esforzadamente recorre la sociedad.
Omar Q. Guzmán es sociólogo y escritor