Pese a su carácter rebelde, la sociedad boliviana es, al igual el resto de Latinoamérica, una sociedad conservadora. Lo es en cuanto al apoyo prestado a planteamientos que, generalmente, han ayudado a sostener proyectos estatales no siempre democráticos. El carácter conservador de la sociedad boliviana se extiende a todos los campos. Ya René Zavaleta, por ejemplo, llamaba la atención por el hecho que tomara tanto tiempo a esta sociedad en asimilar la pérdida de su salida al mar, en 1879; demoró en hacerlo casi un siglo. En las siguientes líneas sumaremos algunas nuevas razones para explicar ese carácter. Se trata de motivos, simultáneamente, diacrónicos y sincrónicos.
El truncado proyecto del gobernante Movimiento al Socialismo (MAS), en el 2019, ha ocasionado un proceso de cambios políticos que se desarrollan de manera lenta. Ninguna de las dos fracciones de ese partido (el ala de Luis Arce y el de Evo Morales) ha sido capaz de reemplazar al inicial proyecto totalitario delincuencial ensayado. De todas maneras, los cambios comienzan a observarse tanto en el ámbito de la sociedad como en el de sus estructuras de representación política. Esos cambios se manifiestan en concordancia con las características nacionales, o sea de manera pausada.
Tal es así que los cambios políticos que vive Bolivia, desde el 2019, se refieren a la desagregación del bloque social nacional popular -de contenido antidemocrático, en esta ocasión- y a la constitución, en torno a Santa Cruz, de un nuevo centro político democrático. La desagregación, grosso modo, también se refiere al distanciamiento entre la clase media y el mundo rural, compuesto en particular por campesinos, cocaleros y colonizadores (o “interculturales”).
Este proceso se refleja al interior del MAS en el pleito entre Arce y Morales; lo cual no niega que ambos cuenten con grupos de todos los sectores sociales, de la militancia masista. Lo que destaca en la pelea interna del MAS es el hecho de la cultura política poco democrática, prevaleciente en unos y otros. Al mismo tiempo, pero, se observa también la capacidad que cada quien tiene para mostrar mayor o menor flexibilidad respecto a esa cultura política. En el bloque de Morales predominan las inclinaciones confrontacionales, mientras que en el otro bloque se observan, ocasionalmente, leves inclinaciones hacia el diálogo. La pugna entre ambos se conoce en estos tiempos bajo el denominativo de “radicales” y “renovadores”.
Pero más allá de ello, ambos grupos muestran una clara falta de iniciativa política, en el debate nacional. Abandonados, ambos, por la intelectualidad en lo externo y en lo interno, sin cuadros políticos ni organización partidaria (descontando que una organización sindical o la sujeción contractual a un empleo público lo fueran), sólo atinan a responder tardíamente a las propuestas y demandas de la ciudadanía democrática. Se trata de iniciativas democráticas que desbaratan los impulsos totalitarios y antidemocráticos que, desde el 2006, caracterizó al proyecto delincuencial del MAS.
Lo llamativo es, desde el punto de vista nacional, la lentitud con la que se desarrolla el proceso de derrumbe de ese proyecto. Recordemos que el proyecto fue truncado por la resistencia nacional, de la ciudadanía democrática, en octubre del 2019. El conflicto por el censo, de este 2022 que finaliza, sirvió para abrir la última fase de la coyuntura iniciada hace tres años. En principio, lo que se expresó a lo largo de la coyuntura 2019-2022, fue la incapacidad del MAS, en sus dos fracciones, de formular un proyecto alternativo al truncado.
Diríamos que en este 2022 se inició el cierre de aquella coyuntura, y lo hizo específicamente en términos del realineamiento social y político. Aunque la coyuntura abierta el 2019 ya suponía un proceso de realineamiento, es evidente que el conflicto del censo actuó como acelerador del mismo. A la vez, pero, truncó al “proyecto de emergencia” del MAS, consistente en la manipulación del padrón electoral, gracias a un planificado censo no confiable. El conflicto, pues, desbarató ese “proyecto” y permitió que un censo fiable pueda facilitar que el mapa electoral exprese la nueva realidad socio-demográfica del país.
¿Por qué se desarrolla el proceso de derrumbe de manera tan lenta? Una de las razones, en nuestro criterio, radica en el tipo de agregación social nacional alcanzada a inicios de este siglo. Los principales componentes de esa agregación fueron culturales, ideológicos y políticos. De estas, las primeras dos portan una muy larga historia; lo cual permitió que se condensaran en una amplia convocatoria política, concretizada finalmente en el bloque social nacional-popular en cuestión. El desgaste de estas fuentes conllevó la crítica a los supuestos, validados en el campo popular casi desde siempre.
El proceso de desagregación social y política tiene en la crisis ideológica del MAS uno de sus puntos de origen. La indefinición ideológica de este partido (¿indigenista?, ¿marxista?, nacionalista de izquierda?) desde el momento de su nacimiento, a principios de siglo, solamente ha servido para que el tiempo político obtenido sea utilizado en la tarea de apuntalar la constitución de un proyecto estatal totalitario delincuencial.
Paralelamente, sin embargo, la desagregación ha permitido que se abran espacios, a fin de recuperar proyectos democráticos. En unos casos, esos esfuerzos estuvieron orientados a reformular nuevas consideraciones de la vida democrática representativa y en otros, en formular nuevas perspectivas democráticas, bajo un modelo federal. Aunque todos estos esfuerzos muestras, todavía, signos de debilidad, es innegable que su sola presencia habla del cambio en el escenario político nacional.
Omar "Qamasa" Guzmán es sociólogo y escritor