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Opinión

Bolivia y el movimiento de sus placas tectónicas

11 de Noviembre, 2021
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OMAR QAMASA GUZMAN BOUTIER

Al decir que las placas tectónicas de la sociedad boliviana se están moviendo, resumimos un complejo proceso anclado en profundos antecedentes históricos, que presenta, hacia adelante, vastas posibles proyecciones. La particularidad boliviana para este movimiento tectónico se encuentra en lo que se llamó la “falla estructural”, de su formación social, por un lado y por otro, en el fracaso de los diversos momentos constitutivos que intentaron superar esa falla. Sírvanos esta metáfora para desarrollar algunas ideas que fundamentan el tema.

La historia de la abigarrada formación social boliviana ha conformado y se expresa en sus placas tectónicas. Esta aseveración abarca dos componentes, aparentemente obvios, cuyo desglose, sin embargo, ilustra la complejidad del movimiento sugerido: la formación social y las placas tectónicas.

Se entiende por formación social abigarrada la coexistencia de diversas sociedades, conviviendo conflictivamente y, ocasionalmente unificadas de forma dramática. La convivencia en esa diversidad tiene como constante su conflictividad, a raíz de las pretensiones de unos por absorber a los otros o, dicho en términos académicos, por constituir un patrón hegemónico (entendida, claro, no como burda imposición, sino como resultado de la persuasión y el consenso).

Una conclusión general de la historia de este permanente conflicto nos muestra que ni unos ni otros fueron absorbidos. Al contrario, las raíces de la relación conflictiva se renovaron permanentemente. Por ello el conflicto, en esta sociedad, es una constante. Se manifiesta en forma abierta la mayoría de las veces y, si no, en forma encubierta. A la vez se entiende que en los intentos más serios (los denominados momentos constitutivos) de persuadir al otro, las posibilidades de implantar un patrón hegemónico han sido amplias, por lo que el fracaso de esos momentos conllevó no sólo la desagregación social de lo anteriormente logrado, sino el potenciamiento de las razones de la conflictividad ancestral.

En Bolivia todos los sectores sociales tuvieron su oportunidad para implantar un patrón hegemónico por medio de un momento constitutivo; desde los oligarcas hasta los obreros, pasando por las clases medias y los campesinos. En el último intento (2006 – 2019) el campesinado, por intermedio del Movimiento al Socialismo (MAS), ha contado, al inicio del momento constitutivo que le tocó impulsar, con mayores elementos a su favor que los otros sectores sociales, que impulsaron momentos constitutivos. A la alta agregación social con que contaba (similar a la que tuvieron los liberales de 1900 o la clase media nacionalista de 1952, en sus respectivos momentos) se sumó un gran capital simbólico y elevada legitimidad histórica. Al fin de cuentas siempre habían sido los marginados, los despojados y los utilizados por otros como escalera política.

La necesidad compulsiva de la élite sindical campesina, para acelerar la acumulación de capital, les llevó por senderos extra económicos corruptos y por actividades delictivas, como el narcotráfico, el blanqueo de dinero y otras. Junto a ello, la cultura política antidemocrática de la que son portadores, les deslegitimizó muy rápidamente, hasta tornar fallido al momento constitutivo que ensayaban. Con ello no únicamente fracasó un actor social más, en el intento por implantar un proyecto nacional, sino fracasó el capital discursivo y simbólico acumulado desde la colonización misma. El sector, en el gobierno, demostró que ni era la reserva moral de este país, ni que contaba con principios y valores sólidos. Con el fracaso de este último momento constitutivo fracasó, pues, el capital histórico, discursivo y simbólico acumulado durante siglos.

Este fracaso tuvo la virtud de “descargar” un peso que pendía sobre las placas tectónicas de la formación social boliviana. Al “liberarlas” de esa carga, aligeró las condiciones para su movilidad. Veamos. Habíamos señalado que la metáfora de las placas tectónicas nos servía para representar, en lo principal, las contradicciones no resueltas de esta abigarrada sociedad. El continuum de su historia está dada por la conflictividad, abierta unas veces, encubierta otras, que acelera la deslegitimación de proyectos hegemónicos no dialogales. A ello sumemos, ahora, la acumulación de contradicciones, tanto históricos como coyunturales, que al asentarse dotan de solidez a nuestras placas tectónicas.

Éstas, con el tiempo, por tanto, no se debilitan sino se robustecen y es que las contradicciones y los conflictos coyunturales dejan su huella en ellas; huellas que sedimentan y hacen parte de estas placas. Precisamente esto último es lo que, con el proyecto básicamente campesino ensayado por medio del MAS, ha quedado en evidencia. Como vimos, se ha derrumbado un histórico capital discursivo y simbólico que, junto a la caída del mito de “la indiada carga” (como anotáramos, recordando a Zavaleta Mercado, en nuestra anterior columna) liberan grandemente a las placas tectónicas de esas ataduras, facilitándoles el movimiento. Desde esta perspectiva, podría decirse que las placas tectónicas de la sociedad boliviana se mueven, hoy, debido a la convergencia de múltiples factores; hecho que las torna maduras para desplazarse.

Si bien el movimiento de estas placas está dado por el debilitamiento histórico de los elementos que en gran medida contenían su desplazamiento, la pregunta es ¿en qué dirección se mueven? Las proyecciones de la dirección que pueda tomar este movimiento dependerán, en lo fundamental, de la resolución de la coyuntura. Por de pronto tenemos la continuación de la orientación antidemocrática y totalitaria del MAS, para silenciar, represión policial mediante, las demandas ciudadanas. Pero la represión ya demostró, el 2019, su inutilidad y todo señala que la protesta ciudadana terminará rebasándola también en esta oportunidad.

Con ello puede pensarse que el movimiento tienda a distanciar las placas; es decir, que ahonde la división interna de la sociedad boliviana. Por ello, para algunos operadores del MAS, como la “Defensora” del Pueblo, la respuesta estaría, al contrario, dada no en la represión -y tampoco en la atención a las demandas, claro- sino en el agotamiento de la protesta dentro de su propia lógica. Así, la “Defensora”, finge preocupación por la brutalidad policial, ordenada por el partido al cual ella es funcional en todo sentido. En la posibilidad que esta perspectiva se consolide, tendríamos un movimiento de ratificación de las posiciones alcanzadas, por las placas tectónicas, en su desplazamiento. Hablaríamos de la consolidación de lo alcanzado, en términos estructurales, en la formación social, antes que de la definitiva división interna de ésta. En cualquiera de las perspectivas -ya sea mediante la inútil represión o los mañosos diálogos-, sin embargo, se tratará de un acomodo del MAS y de los sectores sociales a los que representa, a un proceso estructural que ha comenzado a desarrollarse. Claro que acomodarse no significa tener control sobre tal proceso.

Omar Qamasa Guzmán Boutier es escritor y sociólogo 

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