Como en toda fecha internacional conmemorativa, también en el 8 de marzo -día internacional de la mujer-, a cada país le está reservado un capítulo. En el caso boliviano, hoy por hoy ese capítulo tiene un personaje central (Jeanine Añez) y varios personajes menores (los dirigentes del gobernante Movimiento al Socialismo –MAS); todos ellos ocupando roles antagónicos. Se entiende que estos personajes expresan realidades políticas y sociales profundas que, incluso, les rebasan en no pocas ocasiones.
Lo que en el fondo manifiestan esos personajes, son las consecuencias del proyecto narco-estatal truncado en octubre del 2019, que fuera impulsado con entusiasmo por el MAS (partido que, paradójicamente volvería a derrotar, un año más tarde, electoralmente a sus contrincantes). Simultáneamente expresan también a la ciudadanía democrática no desmovilizada. En este contexto inscribimos nuestro tema; el cual a su vez exige una aclaración metodológica. Lo que Jeanine Añez representa para la democracia boliviana no puede entenderse sin una circunscripción temporal. En esta circunscripción distinguiremos varios tiempos, destacando, sin embargo, el tiempo estatal antes que el tiempo cronológico e incluso antes que el tiempo político. El tiempo estatal sigue siendo el mismo que el del 2019. Esto quiere decir, en concreto, que el tiempo de la definición del proyecto que el Estado boliviano debería seguir aún no ha concluido. Ello, pese a que de por medio se observen cambios en el tiempo político: el gobierno del MAS a la cabeza de Evo Morales primero, el gobierno de Añez después y luego nuevamente el gobierno masista bajo la conducción de Luis Arce.
En este marco debe considerarse a Jeanine Añez, como demócrata y mujer. La pugna entre democracia y proyecto totalitario narco-estatal del MAS dividió al país y se condensó en la crisis nacional estatal, que se resolvió parcialmente con la renuncia de Evo Morales y el derrumbe del demencial proyecto masista. La presidencia de Añez, a la vez que sancionaba superestructuralmente el triunfo democrático de la ciudadanía, contribuyó a la pacificación del país a pesar de las provocaciones confrontacionales, impulsadas por Morales: Senkata y el amago de asalto a las instalaciones de la empresa estatal de hidrocarburos, Sacaba y por último el pedido de Morales a sus seguidores a no enviar productos agrícolas a las ciudades, para doblegar la resistencia democrática.
Sin necesidad de forzar la metáfora, es altamente ilustrativo que la preservación de la democracia y el momentáneo desescalamiento de la polaridad política de la sociedad boliviana, estuvieran representadas por una mujer demócrata. También es ilustrativo el que durante la crisis, las intenciones confrontacionales del proyecto narco-estatal lo representara un hombre, Evo Morales. Lo es más aún si se recuerda que Añez proviene de un departamento -el Beni- históricamente relegado, mientras que Morales de una zona -el Chapare cochabambino- que, por lo menos durante el último medio siglo, ha cultivado la tradición de ser una zona en la que el narcotráfico tiene una fuerte actividad. Diríamos, para concluir este acápite, que durante los conflictos del 2019, en Añez se ha proyectado la democracia y la dignidad nacional. No se trata, reiteremos, de logros personales de Añez (sin restar mérito alguno a esta mujer luchadora), sino de la canalización, en la superestructura política-institucional, de un sentir democrático, ampliamente extendido entre la ciudadanía.
Todo ello es lo que el MAS, hoy en día, enjuicia. Se diría que en la persona de Jeanine Añez, el MAS trata de escarmentar a la ciudadanía democrática; además de tomar revancha, claro, por haber truncado el proyecto narco-estatal. También subyacen ciertamente motivaciones realmente miserables, en el juicio político orquestado en contra de las y los demócratas.
Mientras que en Añez encontramos el valor civil y la responsabilidad de haber asumido una delicada función ante la crisis nacional del 2019, en Morales y en todo su partido encontramos la falta de valor civil y la cobardía, expresadas en las formas más grotescas. Ello lo resume el sistema de “justicia”, que actúa dentro de los lineamientos del partido de gobierno, debido a lo cual prefiere no tomar muy en serio todas las denuncias en contra de Morales, en contra de los grupos vandálicos masistas que quemaron bienes municipales e incendiaron domicilios particulares en la ciudad de La Paz y en contra de los grupos armados pro-masistas que arremetieron en contra de la población durante octubre del 2019, como lo que se vivió en la ciudad de Montero. Por si ello fuera poco, en este partido y sus organizaciones sindicales, no hubo ni una sola voz de condena, de representación femenina alguna -llámese federación nacional, departamental, central o subcentral-, por los abundantes señalamientos de prácticas pedofílicas de Morales. Bastan, pues, estas pocas menciones, para ilustrar en qué lado de la balanza se encuentra la dignidad nacional y en qué lado el extravío totalitario delincuencial.
El problema de fondo, que tanto la crisis nacional estatal de octubre del 2019 como su resolución temporal democrática (y el posterior enjuiciamiento masista a Jeanine Añez) expresan, es el de la confrontación de dos proyectos antagónicos. Como vimos, la confrontación de estos proyectos continúa hoy, bajo la fachada de un mamarracho judicial. Pero, incluso más allá de esta continuidad, lo que sigue manteniéndose bajo tensión, es la cuestión de la democracia. En alguna ocasión sugerimos que los signos de estos tiempos, a nivel mundial, están dados por la disputa entre democracia y anti-democracia; y lo que en la actualidad vemos, en el plano local, es la versión boliviana de ello.
La libertad (i. e. la democracia) no es algo que se conquista de una vez para siempre. Al contrario, es un bien que debe ser permanentemente protegido y alimentado.
Pues bien, en la dinámica de la disputa por la democracia, es cierto, los proyectos en pugna se mantienen, pero sus ejecutores desplazan sus acciones de un área a otra. En estos desplazamientos, el proyecto masista, grosso modo, se mueve del ámbito gubernamental al ámbito sindical y al ámbito judicial, entre otros, buscando inútilmente afectar la acumulación democrática de la ciudadanía. Al no lograrlo termina debilitando su propia proyección histórica nacional, en tanto proyecto estatal. No cabe duda, por tanto, que este debilitamiento es la primera de las señales de un futuro desbande, en filas oficialistas.
Omar Qamasa Guzmán Boutier es escritor y sociólogo