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Opinión

Bolivia 2019: Democracia vs totalitarismo

28 de Octubre, 2021
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OMAR QAMASA GUZMAN BOUTIER

Las movilizaciones democráticas, de alcance nacional en octubre del 2019 en Bolivia, constituyeron un hecho de profunda significación histórica para este país. El vasto alcance se sustentó en la fortaleza y contundencia democrática de la movilización. Desde ya, fue capaz de echar por los suelos un proyecto totalitario delincuencial apuntalado por tres dictaduras: la boliviana de Evo Morales, la venezolana y la cubana -sobreentendiéndose que la intervención de los servicios de inteligencia policial y militar de estos últimos fue muy activa durante el conflicto. Veamos algunas características del gran alcance que significó aquél octubre democrático.

Durante octubre del 2019 se manifestaron en Bolivia las contradicciones históricas sincrónicas y diacrónicas no resueltas siendo, sin embargo, las primeras las que determinaron al presente crítico. El conflicto reunió dos áreas problemáticas: la historia y la política (y dentro de esta última, específicamente la democracia). Mientras que en la primera se inscriben las causas y los efectos de la movilización, en la segunda tendríamos, además de la confrontación con el proyecto totalitario, a la sociedad. Dentro del espacio abierto por estas dos problemáticas generales se movieron las instituciones estatales y los actores sociales.

Es evidente que las motivaciones inmediatas del conflicto arrancaron en el 2014, cuando el gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS), en una forzada interpretación de la carta constitucional, impuso la reelección de Morales. A esta motivación se sumaron las múltiples y los permanentes atropellos al ordenamiento democrático constitucional. Un nuevo punto alto en esta situación estuvo dado en el 2016, por el desconocimiento al resultado del referéndum de febrero de ese año, que rechazaba una nueva reelección para el 2019. Con todo ello la contradicción entre democracia y continuismo totalitario quedó en evidencia. A esta contradicción se sumaron otras, no solamente referidas a la democracia, sino también a la sociedad y su división socio-económico y socio-cultural (de elevado impacto debido a la históricamente alta correlación entre nivel socio-económico y origen étnico cultural; aunque esta correlación, hoy en día se encuentre en disolución). Fue esa configuración compleja, el campo por medio del que se manifestaron las contradicciones de todo tipo y tiempo.

Preguntarnos por qué fue ello posible nos remite a la evidencia de un cúmulo de contradicciones nunca resueltas; en concreto, nos muestra que las contradicciones ancestrales, culturales, sociales, económicas, ideológicas y políticas no resueltas, asoman ante cada crisis nacional. Tal es la fuerza de estas contradicciones, es decir, tal es la fuerza del pasado; algo que se expresará también en la sociedad y el Estado, luego de la solución momentánea del conflicto. En el plano político y en lo inmediato, el conflicto desbarató el proyecto totalitario delincuencial que el MAS pretendía imponer; en lo social, se ha evidenciado la división interna de la sociedad boliviana, mientras que en lo estatal institucional, ha quedado revelado en grado en que las contradicciones no resueltas han atravesado también a instituciones tales como las Fuerzas Armadas o la Policía.

En relación a la democracia, el conflicto mostró que ésta tiene distintos sentidos, según los grupos sociales. Por ello el conflicto giró en torno a la prevalencia de una u otra comprensión de la democracia. Hemos insistido en varias oportunidades respecto al sentido de ésta, que rigen a los grupos de esta sociedad: la democracia liberal y la (inédita) democracia popular, destacando en la primera el respeto a las libertades individuales y en la segunda el de las libertades colectivas. Resulta claro que la primera es el inicio para la construcción de un Estado democrático, mientras que la segunda lo es para la del totalitarismo.

También la posibilidad de la complementación de ambas concepciones de democracia tendrá diferencias. Para la primera, el respeto a la libertad de pensamiento (dentro de la cual se desarrolla el pensamiento crítico) puede abrir la perspectiva de la complementación, mientras que en el segundo caso, la anulación de las libertades individuales anula, a la vez, la posibilidad siquiera de explorar la idea de la complementación.

En octubre se ha observado los distintos grados de ascendencia que tiene la democracia liberal. En términos globales señalaríamos que ésta tiene, en la base social del MAS, una débil ascendencia, mientras que, al contrario, en el sector que puso freno a la continuación del proyecto totalitario, tiene una fuerte ascendencia. Es esta diferencia la que, hoy por hoy, se expresa en esta dividida sociedad. A la vez, pero, es la que amplía la división entre Estado y sociedad; específicamente, respecto a la considerable parcialidad democrática de ésta. Lo hace, porque la visión totalitaria de la democracia, al instrumentalizar a los poderes legislativo y judicial, los deslegitima ante los ojos de esa ciudadanía democrática y ratifica en ésta la certeza de la anulación absoluta de la independencia de poderes; algo característico de todo régimen totalitario. Por ello, a la tradicional debilidad institucional del Estado boliviano, ahora debe sumarse su manifiesto extrañamiento, propiciado, sorprendentemente, desde el mismo Estado.

Con todo, a pesar de las raíces históricas que tiene la visión totalitaria, los proyectos políticos de esa naturaleza han fracaso siempre en este país. En último término, las razones de estos fracasos también deben buscarse en la sociedad y su historia. Acontecimientos profundos como el cerco a La Paz por Tupac Katari en 1781, la proliferación de republiquetas durante la guerra de la independencia (que fue como el no reconocimiento a la perspectiva de una sola república), el continuo boicot y desacato de campesinos, mineros y clases medias, durante la pax liberal (1880-1930), el Estado minero feudal (1900-1952), durante los gobiernos de la revolución nacional (1952-1964), respectivamente, sin hablar ya de las exitosas resistencias a las dictaduras militares (grosso modo, 1964-1982), han moldeado un temperamento verdaderamente rebelde y antitotalitario en la sociedad boliviana; a lo que extrañamente no suelen corresponder sus élites políticas.

Tan generalizado es este temperamento que abarca, literalmente, a todos los sectores de la sociedad boliviana. Es como si los principios de la libertad encontraran, en Bolivia, siempre canales sociales para expresarse. En esta perspectiva se inscribe la exitosa resistencia al proyecto totalitario delincuencial del MAS, de octubre del 2019. Por ello no debería extrañar que, en esa oportunidad, la inicial base social de empresarios y clases medias irradiara fácilmente el discurso democrático a nivel nacional, hasta poner en evidencia el carácter fallido del intento totalitario del MAS.

Apoyándonos en una de las sugerencias de la filosofía de la historia de Hegel, intentemos algunas conclusiones. Si el hombre hace la historia y la historia hace al hombre, tenemos que la historia construida por la sociedad boliviana a la vez ha moldeado al hombre boliviano. Tanto en Hegel, como posteriormente en Marx, se deriva de ello la conformación de una historia total, nacional, construida por un sujeto capaz de expresar esa generalidad, es decir, en el entonces siglo XIX, la burguesía. Sin embargo, en sociedades abigarradas como la boliviana, no se llegó a la construcción de una historia general, sino a la de varias historias y tampoco se conformó un sujeto general (nacional, eventualmente), sino varios sujetos colectivos. Hablamos, en el fondo, del fracaso de la conformación nacional y de la consiguiente reproducción de matrices identitarias, que, pese a cambiar a lo largo del tiempo, lo hacen reproduciendo los términos de la oposición con el otro y no anulando tales términos. Octubre expresa precisamente ello, en torno a la disputa por el sentido de la democracia.

Diríamos que el cambio más importante que dejó octubre se encuentra en el derrumbe del mito “la indiada carga”, según la expresión que recuerda Zavaleta Mercado. Este mito tuvo su fundamento histórico en 1781 y sirvió a las fuerzas liberales de La Paz, comandadas por J. M. Pando durante la revolución de 1899, para lograr una alianza con Zarate Willka y vencer a las fuerzas conservadoras de Fernández. Pero la audacia de esa alianza infundió temor en las propias filas paceñas, quienes no sabían si estaban siendo protegidas por los hombres de Willka o si eran prisioneros de éste. La vigencia de ese mito, principalmente como mecanismo de disuasión y presión psicológica, en contra de los centros urbanos, funcionó incluso en las movilizaciones de inicios de este siglo.

Pues bien, la solidez de la movilización democrática de octubre del 2019 derrumbó el mito en cuestión. Quedó claro, para unos y otros, que ese mito dejó de operar como medio de intimidación. Se trata, no duda cabe, de un hecho histórico que modifica, en el imaginario colectivo, una idea presente desde hace casi dos siglos y medio; es decir, niega un pre-juicio, un juicio cimentado como verdadero durante tan largo tiempo.

Se trata de un cambio muy profundo que, por la positiva, puede contribuir al reconocimiento de sujetos diversos (y sólo entre sujetos puede desarrollarse un diálogo intercultural) o, por la negativa, puede llevar al atrincheramiento, en la ilusoria pretensión del sometimiento al otro. A ello nos hemos referido -permítasenos este aparte- en nuestra columna “Después del thinku político”, apenas concluido el conflicto de octubre. Por lo que se observa de las decisiones del gobernante MAS, este partido ha optado por el atrincheramiento y la imposición autoritaria de decisiones políticas. Se trata de una perspectiva hoy más irreal que la de hace dos años. 

Omar Qamasa Guzmán Boutier es escritor y sociólogo 

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