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Opinión

¡AY DE MÍ SI NO EVANGELIZO!

27 de Marzo, 2009
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MIGUEL MANZANERA, S.J.
Por Miguel Manzanera (.)
A raíz de la Jornada de Oración, organizada por Conalde en la ciudad de Sucre el pasado 6 de enero, en la que participó Mons. Jesús Pérez, Arzobispo de Sucre, junto con el pastor cristiano Charles Suárez y al lado de los prefectos de la llamada media luna, se ha desatado una campaña de críticas condenando la participación del Arzobispo. Como era de esperar los ataques más virulentos han provenido de algunos políticos en puestos de gobierno, que ya en pasadas ocasiones insultaron al Cardenal, utilizando epítetos groseros y acusándoles de ser falsos sacerdotes y estar aliados con los neoliberales y terratenientes.
Sin llegar a esos tonos insultantes ha habido también personas católicas que han manifestado su desacuerdo con el Arzobispo argumentando que no se debe mezclar la fe y la política. Aclaremos que en el caso de Sucre el Arzobispo no organizó la Jornada de Oración y se limitó a leer y comentar un pasaje del evangelio de Juan donde el Señor llama a la unidad de los creyentes, terminando con la oración del Padre Nuestro. Sin embargo es obvio que su presencia al lado de los prefectos fue interpretada como apoyo a la campaña por el No al Proyecto de CPE.
Queda, pues, planteada la pregunta: ¿es correcto que la Iglesia Católica se pronuncie a favor o en contra de una propuesta política? Para responder a ese delicado interrogante conviene previamente aclarar que todos los ciudadanos bolivianos, según su propia conciencia, pueden manifestar su opinión a favor o en contra de las propuestas políticas, sin que eso signifique sembrar hostilidades. Para formar rectamente su conciencia los miembros de la Iglesia Católica deben tener en cuenta las directrices del magisterio de la Iglesia. A tal efecto es recomendable el “Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia”, editado por el Consejo Pontificio “Justicia y Paz”.
Los obispos, en cuanto autoridades legítimas de sus respectivas iglesias locales, no sólo pueden, sino que en casos graves deben manifestarse sobre propuestas políticas, que afecten a la fe y a la ética cristianas. En referencia al Proyecto hay puntos esenciales que pueden ser considerados como contrarios a la fe cristiana. En el Preámbulo se pone a la “Sagrada Madre Tierra” (Pachamama) al mismo nivel de Dios para refundar Bolivia, promoviendo así un panteísmo telúrico que desvirtúa la fe en el único Salvador Jesucristo, profesada por la gran mayoría de los ciudadanos bolivianos.
Además, no sólo no se menciona al cristianismo, sino que el Preámbulo deja entender que la evangelización histórica forma parte de “los funestos tiempos de la colonia” que introdujeron el racismo y destruyeron el marco idílico de la convivencia intercultural existente antes de los últimos quinientos años. Consecuentemente el Proyecto adopta el programa de “descolonización” (art. 9) y establece que la educación a impartir a la niñez y juventud será “unitaria” y “descolonizadora” (Art. 78). Esa intención masista de erradicar el cristianismo se ha mostrado ya en la ceremonia de toma de posesión presidencial en Tiahuanaku y en los ritos aymaras con willanchas, realizados por yatiris en el palacio de Gobierno.
Por lo tanto es previsible que, a pesar de la proclamada libertad de religión y de creencias espirituales (art. 4), el Gobierno promueva las creencias y los ritos ancestrales de “las naciones o pueblos indígena originario campesinos”, a las que a lo largo del Proyecto se les otorga derechos preferentes, discriminando así al resto de la ciudadanía boliviana y contraviniendo la Declaración Universal de los Derechos Humanos que proclama la igualdad de derechos de todos los hombres.
Aún sin entrar en otros puntos sumamente cuestionables, ya lo dicho es suficiente para justificar que el Arzobispo de Sucre participase en la Jornada de oración y pidiese al Dios de Jesucristo erradicar el resentimiento y el odio y promover la unidad y la paz en
Bolivia, basada en la justicia y en la fraternidad. De esa manera los pastores cumplen con la obligación encomendada por Jesús, el buen Pastor, de denunciar determinadas actuaciones cuando están en peligro la fe o valores humanos y cristianos no negociables. Incluso el no hacerlo podría ser considerado como un pecado de omisión, tal como lo sentía el Apóstol Pablo (1 Co 9, 16).
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El autor es sacerdote jesuita y académico 12 de enero de 2009

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