La baja, en la preferencia electoral, del gobernante Frente de Todos (FDT) en la Argentina y el incremento del opositor Juntos por el Cambio (JxC), además de la irrupción de La libertad Avanza de Javier Milei, ubicándolo en tercer lugar, ha puesto los pelos de punta en el oficialismo. De hecho, esta situación prendió todas las alarmas en el FDT, debido a la cercanía de las elecciones, para la renovación parcial del poder legislativo, previstas para el 14 de noviembre próximo. El nerviosismo llevó a que el FDT, sin sonrojarse, ofreciera a su sociedad y al mundo, una muestra de la real politik en una banana country. El mamarracho ofrecido por el presidente Alberto Fernández y su vice-presidenta, Cristina Fernández, consistió en una crisis institucional provocada por una suerte de golpe de mano de la segunda al primero. A pesar de disimularlo, frente a propios y extraños, el hecho es apenas la punta del iceberg, de una crisis de mayores dimensiones.
La caducidad del peronismo, como discurso ideológico, y, simultáneamente, la ausencia de un discurso nacional alternativo, constituyen los fundamentos de esta crisis. La relación entre caducidad del peronismo (que profesa el FDT) y crisis responde, por supuesto, a la manera en que se ha configurado la historia en ese país. El desarrollo de esa historia interna le dota de una particularidad a la crisis, pero la configuración de la historia argentina que la formó, no es extraña a la historia del resto de los países latinoamericanos; aunque -reiteremos- cada país dota de su sello particular al desarrollo de esa historia compartida.
Luis H. Antezana, apoyado en Jean-Pierre Faye, se refería a la ideología del nacionalismo revolucionario en Bolivia, como un discurso totalitario, dado que éste tenía la capacidad de abarcar todo el espectro ideológico boliviano; desde el liberalismo hasta el marxismo, pasando por el nacionalismo y el indigenismo. A esa amplia articulación se refirió como el “ideologuema del nacionalismo revolucionario”. Extendiendo el aporte de Antezana, diríamos que, en términos generales, esa misma amplitud totalizadora pudo también observarse en el PRI mejicano, en el peronismo y en menor medida, en el APRA peruano. En conjunto, entonces, podemos pensar que el discurso de los movimientos nacionalistas más destacados, surgidos con fuerza durante la primera mitad del siglo pasado en nuestro continente, presenta esa característica discursiva. Desde el flanco de izquierda de tales discursos, evolucionará, luego, lo que H. C. F. Mansilla denominara, el “marxismo tercermundista”.
Al igual que sus similares, el peronismo, en el poder, transitó por todas las posturas, demostrando así, consiguientemente, una gran fortaleza. Esa fortaleza le ha permitido una sólida presencia en las sociedades, convirtiendo a este partido nacionalista en actor dominante, durante grandes pasajes de la historia de su país; lo mismo sucederá, con los partidos nacionalistas, en cada uno de los países señalados. A la vez, paradójicamente, ayudó a trasladar la pugna política e ideológica de la sociedad al interior de tal partido. Pero por más que esas pugnas hubieran sido muy ásperas, las fracciones enfrentadas mantenían el común denominador de la ideología peronista, para el caso argentino. De esa manera, con frecuencia, los discordes, luego de algún tiempo, nuevamente se unían en concordia.
Durante el ejercicio del poder y en general, en la práctica política, estos discursos totalitarios en Latinoamérica se expresaron por medio de fuertes presiones contra la democracia. En los hechos, el principio de la “férrea unidad de la nación en torno al gobierno nacionalista”, para oponerse al imperialismo, significó la destrucción de las libertades democráticas. Por ello, la división e independencia de poderes, nunca tuvo valor alguno para ellos; como tampoco lo tendría el respeto a la libertad de prensa o a la transparencia, en la administración de la cosa pública. Al contrario, lo que históricamente han desarrollo estos partidos, ha sido la sujeción, vía prebenda, cooptación o relaciones clientelares, a distintos sectores sociales. Se suponía que esas prácticas corruptas de la política les permitiría reemplazar los principios liberales de la democracia, por los de un inédito orden democrático. Pero lo cierto es que, en cada caso, se han desarrollado tupidas y oscuras redes políticas, que colindan con la delincuencia.
Dijimos que en la crisis argentina se combinan dos factores: el fracaso del peronismo como proyecto nacional y la ausencia de un proyecto alternativo. El fracaso del peronismo fue consecuencia de su agotamiento histórico. Pero este agotamiento no debe entenderse como un hecho global, unitario. Lo que ideológicamente se presenta como caduco no necesariamente lo es cuando de política electoral se trata. A pesar del fracaso de las políticas que impulsaron, en eventos electorales la votación que esta fuerza alcanza no es despreciable, ya que, en términos generales, suele corresponder a un tercio de la votación.
Cuando hablamos de una crisis como expresión de la caducidad histórica discursiva latinoamericana (el peronismo argentino, en nuestro ejemplo), hablamos de un fenómeno cuyos antecedentes vienen de larga data. Se trata, en materia electoral, del desgaste que la eficacia de la prebenda, el clientelismo, el chantaje y la corrupción ofrecían, en su momento, para convocar a una mayoría electoral. Pero también se trata de la caducidad del proyecto mismo, propuesto a mediados del siglo pasado. Lo que hace siete décadas pudo ser considerado como una propuesta nacional con proyección, hoy ya no puede serlo porque el contexto mundial, entre uno y otro tiempo histórico se ha modificado. Se ha modificado el orden económico global y se han modificado los principios del nuevo ordenamiento político mundial. Estos cambios, sin embargo, no han provocado la actualización de los proyectos nacionalistas señalados.
Puede concluirse, en principio que, con todo, agotamiento de un discurso ideológico no supone sustitución inmediata, mecánica, por otro discurso. Desde ya, entre agotamiento y sustitución puede abrirse un espacio intermedio, sin importar el lapso de tiempo que ocupe, en el que se presenta una situación de confusión enceguecedora. En segundo término, la sustitución por un discurso alternativo no es, necesariamente, lo impactante en una coyuntura. De hecho, la irrupción del ultraliberalismo, representado por Javier Milei, en el escenario político argentino, aunque en lo inmediato altere el espacio político y provoque un verdadero percance para el gobierno de los Fernández, no ofrece sino lo que a lo largo de todo el continente se pusiera en práctica bajo el denominativo de “neoliberalismo”, fracasando estrepitosamente. Precisamente el liberalismo radical de la década de los ´80 y ´90 del pasado siglo, sirvió de motivación para el resurgimiento de los nacionalismos corruptos de hoy.
Omar Qamasa Guzmán Boutier es escritor y sociólogo