
Bartolomé Arzans de Orsúa y Vela, en el siglo XVIII, describía a Potosí como una ciudad de excesos y contrastes. En sus crónicas, narraba cómo la opulencia de la entonces Villa Imperial convivía con la desigualdad y las contradicciones sociales. Desde entonces, la apariencia ha sido una pieza fundamental de la identidad potosina: una sociedad que oculta sus vergüenzas tras una imagen de orden y tradición.
Ese legado sigue vigente hoy. En Potosí, la imagen social y la opinión ajena continúan pesando en la vida cotidiana, encapsuladas en frases como “¿Qué va a decir la gente?” Este miedo al juicio social impone silencios y secretos, inhibiendo la denuncia de injusticias, violencias y ausencias. Por ello, desde Mujer de Plata decidimos llevar esos silencios a las calles para confrontar las normas impuestas y exponer aquello de lo que no se permite hablar libremente. Esto ha implicado que entre alfombras y muros estamos resignificando el espacio público.
En 2021, llevamos a cabo la Alfombra de la Vergüenza, una intervención con los rostros de feminicidas en Bolivia, expuesta en la Casa Nacional de Moneda durante la presentación del libro Feminismo Bastardo de María Galindo. Esta alfombra invitaba simbólicamente a transitar sobre los rostros de los agresores, resignificando el espacio y convirtiéndolo en un acto de denuncia pública.
En 2023, la intervención se convirtió en una acción colectiva en la Plaza 10 de Noviembre, donde con Mujer de Plata y diversos sectores de la sociedad civil bailamos nuestra versión feminista del Albarillo Sacha sobre la Alfombra de la Vergüenza. Nuestra pieza artística, más allá de su carácter estético, se transformó en un elemento de interpelación social, resignificando las prácticas públicas y generando un espacio de reflexión sobre la impunidad. El Albarillo Sacha en su versión original, es un tema que refuerza el rol de la mujer en la crianza de las wawas y en su compromiso con el matrimonio, liberando de las mismas obligaciones a los hombres. Nosotras hemos reescrito una versión a partir de la corresponsabilidad y compañerismo.
En marzo de 2024, instalamos el Muro de la Vergüenza, identificando agresores y exponiendo a figuras públicas como Jhonny Llally y Jhonny Mamani, ambos autoridades de la ciudad (alcalde y gobernador respetivamente). Paralelamente, se instaló el Muro de los Deseos, un espacio para imaginar y proyectar la sociedad que queremos construir.
Para el Día del Padre, en esta gestión, con la misma lógica, instalamos el Muro del Padre Irresponsable en el centro de la ciudad. En este espacio, madres independientes escribieron los nombres de padres ausentes que han abandonado a sus hijxs. Pero no sólo se manifestaron madres sino también se acercaron abuelxs que crían a sus nietxs, adolescentes que también se conmovieron y se vieron reflejadxs en nombres que estaban escritos. En el muro escribí la pregunta: “¿Tu padre ha estado presente en tu vida?”, muchas expresiones de los peatones me dieron respuestas. Algunas personas sonreían respondiendo afirmativo, hasta un señor se animó a responderme directamente y me dijo: “felizmente sí”. Pero muchos otros rostros decían lo contrario. Esta acción reveló historias de abandono y desamparo. Estudiantes colegiales también se acercaron para compartir sus historias; una de las que más me conmovió fue la de una niña de 10 años que me dijo: “Desde 2017 se fue, le engañó a mi mamá y no lo volvimos a ver”, mientras que otro joven simplemente dijo y luego escribió en el muro “Yo no tengo papá”.
Como activista y amante de la lectura, puedo afirmar que leer las realidades sociales se pueden conseguir desde el activismo de calle. Este activismo nos permite conocer estas experiencias a través de la interpelación. En Potosí, las calles están llenas de historias silenciadas, pero al leer los mensajes en los muros, las personas pueden reconocerse en estas vivencias y comenzar a romper el pacto del silencio.
El activismo callejero es una herramienta que transforma los silencios en gritos. Cuando hablo de transformación social en mis columnas, artículos o investigaciones, me refiero precisamente a ésto: a remover los silencios y secretos que sostienen las estructuras de injusticia y que además están implantadas en las familias e historias potosinas. Convertir el silencio en grito es un acto de transformación, un primer paso para desnormalizar las ausencias paternas, las violencias, las indiferencias.
Nuestro objetivo con los muros y alfombras de la vergüenza es trasladar estos cuestionamientos al espacio público; es decir a las plazas, a las avenidas, a las calles, interpelar a la sociedad y generar debate. En una ciudad donde la imagen es fundamental, exponer las vergüenzas estructurales es un acto político poderoso. La historia nos ha enseñado que el cambio social comienza con la denuncia y la visibilización.
Este año, los muros han trascendido las calles de Potosí y se han extendido a otras ciudades: La Paz con las Ciberwarmis, Tarija con Angirü, Sucre con el Estudio Jurídico y Psicológico Olimpia y las Yuyayninamanta y el Colectivo Universitario Las Thémis en La Paz y Potosí. Cada una de estas acciones es un paso más hacia la ruptura de los silencios impuestos y la construcción de una sociedad más justa.
Potosí ya no la Villa Imperial del pasado, es un territorio en disputa, donde las voces de quienes exigen justicia y memoria resuenan con fuerza. Así como Arzans criticaba ciertas conductas de la vida social potosina, ahora nosotras contamos las historias que otros quieren ocultar. Pero nosotras también desafiamos los discursos de poder y resignificamos el espacio público para remover los silencios.
Transformar los imaginarios sociales implica cuestionar las normas que nos han sido impuestas, desafiar las apariencias y generar espacios de diálogo. Las calles potosinas están escritas con un sinfín de historias silenciadas, pero también con la fuerza de quienes deciden romper el silencio.
La autora es investigadora social e integrante de Mujer de Plata