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Este martes 11 de febrero del 2025 Luis Ramiro Beltrán Salmón habría cumplido 95 años de edad. Diez años atrás, meses antes de su muerte, solía bromear sobre su edad con sus amigos: “ya soy achachi 85”. Tomaba su vejez con buen humor y sabiduría. Qué casualidad que este lunes 10 de febrero recién pasado, la Real Academia Española eligió como “palabra del día” precisamente el bolivianismo achachi, “persona de avanzada edad”.
A sus 85 años estaba bastante disminuido, los últimos tiempos se desplazaba con dificultad, más flaco que nunca, sus trajes le quedaban demasiado grandes y era una pelea cotidiana convencerlo para que se alimente. Su esposa Nohorita Olaya sobrellevaba con el infinito amor de siempre las nuevas obsesiones de Luis Ramiro, su temor por la inseguridad o su extrema preocupación por la limpieza. Cerraba con doble llave todas las puertas de su departamento cuando salía, aunque fuera por un par de horas, y se limpiaba las manos con alcohol repetidas veces durante el día. Esto, cinco años antes de la pandemia del coronavirus. Probablemente hubiera sufrido mucho con la incertidumbre que nos tocó vivir a todos en 2020.
Envejecer es siempre un proceso difícil, que unos viven con mejor fortuna que otros. La vejez nos cobra la factura de todo lo que hicimos mal o lo que no hicimos bien en la vida cuando podíamos hacerlo, y a veces cuando queremos comenzar a cuidar nuestro cuerpo en la recta final, ya no sirve de mucho. El organismo se deteriora, las tuberías fallan, los cimientos ceden y el sistema eléctrico hace corte circuito.
Luis Ramiro fue un intelectual completo, un pensador acucioso, profundo y comprometido, cuyos aportes a los estudios sobre comunicación fueron fundamentales, sobre todo en el campo del desarrollo y de las políticas públicas. Su permanencia en la Unesco fue seminal por la contribución a las reuniones que derivarían a fines de la década de 1970 en la conformación de la comisión internacional encargada de elaborar el Informe MacBride, un monumental diagnóstico de la información global con 82 valientes recomendaciones que pusieron muy nerviosos a los grandes centros del poder mundial, sobre todo a Estados Unidos, que se retiró de la Unesco como represalia. Si bien Luis Ramiro no fue miembro de la comisión presidida por el premio Nobel de la Paz Sean MacBride, produjo insumos clave que fueron incorporados en el informe final, publicado en 1980. Gabriel García Márquez fue la cara latinoamericana en ese selecto grupo de 16 personalidades mundiales, junto al chileno Juan Somavía.
Durante las más de tres décadas en que forjé mi estrecha amistad con Luis Ramiro, admiré siempre su dedicación absoluta al trabajo, su integridad a toda prueba y su minuciosidad en los detalles. En el tiempo que estuvo en Quito como asesor regional de Comunicación de la Unesco, apoyó numerosos proyectos innovadores, varios de ellos en Bolivia. No se limitaba a distribuir salomónicamente los pocos recursos con que contaba, sino que hacía un seguimiento esmerado del contenido y de la ejecución de cada uno de los proyectos. A ratos, era tan minucioso para que todo fuera correctamente implementado, que se convertía en un “pain in the ass”, locución gringa que es más expresiva que su equivalente en castellano: “dolor de cabeza”. Mi primo hermano Mariano Baptista Gumucio, otro gran amigo suyo desde la década de 1950, lo llamaba con cariño “fatiguillas”, en alusión a su perfeccionismo.
Su nivel de exigencia y su perfeccionismo se fueron agudizando con los años. Cuando a mediados de la década de 1980 otorgó un pequeño apoyo a CIMCA (la institución que fundé en 1984 y dirigí hasta 1990) para realizar actividades de apoyo a las radios mineras de Bolivia, estuvo “encima” de nosotros desde Quito con una impaciente persistencia. Con los recursos que obtuvimos, hicimos en Potosí el primer Coloquio Internacional sobre las Radios Mineras de Bolivia, publicamos afiches, folletos y el primer libro sobre el tema: Las radios mineras de Bolivia (1989), que coordiné con Lupe Cajías. Luis Ramiro seguía cada paso y era tremendamente exigente con el rendimiento de cuentas: no debía faltar ni una factura original (en tiempos en que en las minas no era común que se extendieran facturas).
Era igualmente riguroso y exigente consigo mismo, lo cual explica en parte la calidad de sus textos sobre comunicación, que siguen siendo un referente internacional para las nuevas generaciones de estudiantes y de estudiosos. Para escribir un nuevo artículo o ponencia para un evento, reunía meses antes toda la información sobre el tema. No quería dejar pasar ni un detalle o referencia. Cierta vez que iba a escribir sobre comunicación y desastres naturales (creo recordar que ese era el tema), me escribió con meses de anticipación para solicitar referencias que yo pudiera tener. Por suerte, ya era la época de San Google y pude enviarle algunas, sumadas a las que tenía entre mis papeles y libros.
Ya he contado alguna vez en otro espacio lo que sucedió cuando su buen amigo Manuel Chaparro, profesor en la Universidad de Málaga, lo invitó a dar varias conferencias en España. Si preparar una conferencia significaba para Luis Ramiro meses de trabajo y mucho sufrimiento físico, varias conferencias se convertían entonces en un atentado a su salud. Al poco tiempo de viajar a España a mediados de noviembre de 2006, al cabo de la primera conferencia en Madrid, fue internado de emergencia y operado allá de una úlcera que había reventado. Nohorita tuvo que viajar de urgencia para acompañarlo.
Era aún peor cuando se trataba de sus libros. En realidad, casi todos son colecciones de sus textos académicos dispersos, pero hay uno muy importante que desde su incepción fue pensado como libro: La comunicación antes de Colón (2009), concebido, investigado y escrito en estrecha colaboración con Karina Herrera-Miller y otros colegas bolivianos que participaron en el proyecto tangencialmente. También aquella vez me escribió para que le enviara desde Guatemala referencias sobre la comunicación en la sociedad maya precolombina. Le dedicó toda su energía a ese proyecto porque era consciente del enorme aporte que sería estudiar la comunicación en América Latina antes del desembarco de los españoles. A todas luces, es un libro valioso y es una pena que no haya tenido una nueva edición de lujo, con todas las ilustraciones que de manera modesta presentaba la primera. Viajamos juntos al XII Encuentro de Felafacs en La Habana, a fines del 2009, donde Luis Ramiro presentó el libro mientras yo presentaba la edición en castellano de la Antología de comunicación y cambio social (2008). Días después hicimos lo propio en Ciudad de México, lado a lado con dos importantes académicos mexicanos: Beatriz Solís Leree y Raúl Trejo Delarbre, que presentaron nuestras obras en el Centro Cultural Casa Lamm, una hermosa casa de 1911.
Luis Ramiro pudo completar el proyecto y publicar la obra La comunicación antes de Colón en buena parte con el apoyo comprometido de Karina Herrera-Miller, pero nunca pudo culminar otro proyecto que era muy cercano a su vida personal: un libro donde iba a narrar la historia de la muerte de su padre durante la Guerra del Chaco en el fortín Florida y la búsqueda de sus restos que emprendió su madre, doña Becha, años después. Esta iba a ser quizás la obra más personal e importante para Luis Ramiro, a juzgar por el tiempo que le dedicó y la cantidad de información que reunió sobre la Guerra del Chaco. Una enorme sección de su biblioteca, en el departamento del piso 17 del edificio El Escorial, reunía centenares de libros y varios miles de artículos que debían servir de base para la escritura de esa obra tan íntimamente ligada a su existencia y a su forma de ser. Su pesquisa era equivalente a la de doña Becha cuando se lanzó a Paraguay hasta recuperar los restos de su marido. Pero Luis Ramiro nunca pudo terminar su libro más querido porque la obsesión por investigar los detalles fue retrasando la escritura misma de la obra y nunca llegó al final del camino.
Su paso como presidente del Tribunal Supremo Electoral de Bolivia le otorgó a ese organismo credibilidad y seriedad, pero a un costo muy alto para la salud de Luis Ramiro, que empezó a declinar desde entonces. Largas jornadas de trabajo y desagradables enfrentamientos con la politiquería cotidiana de baja ralea no podían resultarle indiferentes a un hombre cuya integridad estaba fuera de toda duda. Su cuerpo sufrió más porque no tenía una actividad física que pudiera compensar esas tensiones y presiones políticas.
Aunque no practicaba ningún deporte ni hacía ejercicio, era un fiestero impenitente. Muchos que lo conocieron no saben que compuso con Raúl Shaw Moreno (orureño como él) el bolero “Contéstame”, que fue grabado por el puertorriqueño Johnny Albino y el Trío San Juan. Bastaba reunir a unos cuantos amigos para que empezaran a aparecer maracas, charangos minúsculos, zampoñas, quenas y percusiones de diversa índole, todos instrumentos artesanales porque lo importante era el ambiente que contribuía a crear Luis Ramiro como animador principal, intérprete y director de orquesta de la “jocoriza”. Su ocurrente conversación y su buen humor hacían las delicias de los amigos. Esas veladas inolvidables hablan de una faceta que complementa de manera armónica la figura del pensador y académico que fue.
Algo que recordamos varias generaciones de amigos y discípulos suyos es su inmensa generosidad. Contrariamente al deporte nacional de “yo mimé conmigo” y a las capillas que se crean en el mundillo cultural de Bolivia a la manera de logias masónicas, Luis Ramiro abría las puertas de su casa y compartía todo lo que sabía y lo que tenía. Su voluntad de servicio a los demás y su apertura a las nuevas generaciones no tenía límite. Alguna vez lo he visto pasar días o semanas escribiendo el prólogo para el libro de alguien que apenas conocía. Lo hacía siempre con palabras generosas, como un regalo inmerecido.
Luis Ramiro comenzó a escribir su propia biografía y llegó a publicar el libro Mis primeros 25 años. Memoria ilustrada y breve (2010) donde cubre menos de un tercio de su vida, hasta 1955, la época en que participó como guionista en la película de Jorge Ruiz, Vuelve Sebastiana (1953), y comenzó a vincularse con la comunicación para el desarrollo a través de su trabajo en el Servicio Agrícola Interamericano (SAI), mientras colaboraba como corresponsal para algunos medios y agencias de otros países. De ahí para adelante conocemos su vida profesional y la importancia de su trabajo teórico, reflejado en numerosas publicaciones y semblanzas escritas por colegas.
Este año del bicentenario sería justo rendirle homenajes a Luis Ramiro Beltrán por todas las contribuciones que hizo en la poesía, en el cine y sobre todo en la comunicación para el desarrollo.
El próximo 11 de julio se cumplirán diez años de su muerte. Con Karina Herrera-Miller estuvimos a su lado en el hospital Arco Iris hasta las últimas horas de la noche, cuando se despidió de Nohorita, su esposa, con una mirada silenciosa.
El autor es escritor y cineasta
@AlfonsoGumucio