In this crazy World, durante este 2020, el 250 aniversario del natalicio de G. W. F. Hegel (Stuttgart 1770 – Berlín 1831) ha sido poco recordado. Junto al poeta Hölderlin y el filósofo Schelling dio nacimiento a lo que se conocerá como el idealismo alemán. Y aunque en nuestros días puede pensarse que “ya es hora de dejar al idealismo alemán”, conviene ensayar una reflexión acerca de aquellos tiempos, a propósito del recordatorio de Hegel. De hecho, la vida misma de este filósofo alemán coincidió con el tiempo de trascendentales cambios en el mundo: la revolución francesa (1789) con el advenimiento de lo que luego se conocerá como la ilustración y las guerras napoleónicas. Las repercusiones de estos acontecimientos se dejarán sentir también en el “nuevo mundo”, motivando las guerras de la independencia, a inicios del siglo XIX.
La propia obra de Hegel, así como su tiempo, nos permiten pensar en torno a las contradicciones en la vida social. A la “síntesis de múltiples determinaciones” que es la realidad a travesada por el principio de la contradicción, según la expresión de Carlos Marx, se la supone como posible de ser superada. En algunos casos incluso se considera que es por medio de la emancipación de uno de los elementos contradictorios, que se opera esa superación. Se admite, a su vez, que luego de ello el principio de la contradicción continúa vigente y sus elementos seguirán manteniendo una “lucha a muerte” entre sí aunque, según la visión “superadora”, en un nivel nuevo.
A la complejidad que el tiempo de Hegel ejemplifica nos referiremos con la noción de “intersección compleja” o “nudo de contradicciones”. La complejidad viene dada porque en el espacio temporal que tomamos (1770 – 1831) converge el estallido de múltiples contradicciones, así como su aparente superación. Es la manifestación de este nudo de contradicciones la que a su vez dotará a la época de su carácter o espíritu. Este “Zeit Geist” epocal se encontrará “en el aire de los tiempos”, según la descripción utilizada por Luis H. “Cachín” Antezana a propósito de la revolución nacional de 1952 en Bolivia.
De la intersección compleja a la que nos referimos destaquemos la del pensamiento, la de la sociedad y la de la política. El primero puede ilustrarse con la misma trayectoria del pensamiento de Hegel, puntualmente en su fase inicial. Durante su juventud realizó estudios teológicos y pese a que los terminó en 1793, renunció a seguir la carrera eclesiástica. En ese período su preocupación intelectual gira en torno a “pensar la vida”, apoyado en temas religiosos e históricos. Se trata de la vida no biológica sino espiritual, de la conciencia frente al mundo y la historia. Esta “vida del espíritu” ocupará un lugar central precisamente en su obra “Fenomenología del espíritu” de 1806. El pasaje de la reflexión religiosa a la filosófica en sentido estricto ilustra, en nuestro criterio, el peso de aquél “espíritu de la época”, el “Zeit Geist”, que se encontraba “en el aire de los tiempos”.
Uno podría preguntarse ¿por qué Hegel; por qué en particular los pensadores alemanes? Pregunta pertinente, si se considera que, además, la revolución francesa expandió la crítica de la religión a todo el mundo. Pero Alemania tenía ya una larga trayectoria de crítica a la iglesia aunque, es cierto, basada en una relectura de la propia Biblia. Nos referimos a la reforma luterana de principios del siglo XVI, asentada en el impulso, poco antes, de las guerras campesinas cuya dirección se atribuye a Müntzer. En este orden, escribirá Marx “[e]l pasado revolucionario de Alemania es justamente teorético: es la Reforma”. Un hecho en verdad revolucionario en criterio de este autor, porque “la crítica de la religión es la premisa de toda crítica”. El espíritu que se encontraba en el aire de los tiempos, incluso el legado de Fichte, junto a esa generación de pensadores excepcionales (Hegel, Hölderlin y Schelling) son pues alguno de los elementos propiamente alemanes, que tornaron fértil el terreno para el pasaje del pensamiento de los marcos religiosos al filosófico.
Ese ambiente se vio alentado por los cambios en la sociedad, principalmente en la Francia de fines del siglo XVIII. También en este campo puede hablarse de una intersección. Por un lado, la movilidad social a la francesa y por otro el statu quo alemán. Si nos atenemos a Marx, diríamos que la clase dominante alemana imprimió una conducción conservadora durante el período. Este autor recordará que día antes “de la Reforma, Alemania oficial era la sierva más completa de Roma. El día antes de su revolución es la sierva más absoluta de algo bastante inferior a Roma: de Prusia y de Austria”. La movilidad social vivida en Francia no solamente no se replicó, en lo inmediato, en el continente europeo sino que, en el caso alemán, es decir en Prusia, ratificó el viejo orden social establecido por el absolutismo monárquico. De hecho, la monarquía de Prusia sólo desaparecerá con la derrota alemana en la primera guerra mundial (1914- 1918). No puede decirse, en consecuencia, que la efervescencia social desatada por la revolución de 1789 hubiera alcanzado también a la sociedad de Alemania; al contrario, la ratificación del statu quo supondrá un ambiente social poco alentador para los entusiastas jóvenes Hegel, Hölderlin y Schelling.
El movimiento contradictoria de la época de cambios trascendentales para el mundo se replicará, de igual forma, en el plano político. En efecto, los principios de igualdad y libertad (i. e. de democracia) por de pronto no llegarán a Alemania. En este campo, Marx se preguntará si existe -en referencia a los inicios del siglo XIX- “un país en el mundo que, igualmente que la susodicha Alemania constitucional comparta, así ingenuamente, todas las ilusiones del Estado constitucional sin compartir la realidad”. Se trató, diríamos, de un simple acomodo superestructural, sin correspondencia con la estructura social y política. Este contexto político institucional, junto al cuadro social, diseñarán un ambiente más bien mediocre antes que alentador para la creación del pensamiento, de la dimensión a la que dará lugar el idealismo alemán. Sin embargo de ello, esa escuela de pensamiento llegará florecer gracias, diríamos, a la consistencia de la tradición intelectual alemana, al ambiente intelectual de la época (hablamos de Goethe en la literatura, de Beethoven en la música, por ejemplo) y por supuesto, a la propia brillantez de los fundadores del idealismo alemán.
Dicho en global, las contradicciones de diverso orden (pensamiento religioso – pensamiento filosófico; movilidad social – statu quo social y ordenamiento político constitucional real – ordenamiento político constitucional aparente) se expresaron simultáneamente en el período que observamos. Para la comprensión de la dinámica que subyace en todas ellas Hegel hablará de “superación”, como consecuencia de la lucha de contrarios y a esta superación se la denominará más tarde “progreso”. En este progreso queda superada, no anulada, el elemento subordinado de la contradicción. Se trata, por tanto, no de un cambio cuantitativo sino cualitativo. En este sentido, en la versión marxista de este principio hegeliano, se habla de la emancipación de uno de los elementos de la contradicción, en lugar de superación. La emancipación del proletariado, de esta manera, sería un logro cualitativo no únicamente para esta clase sino para toda la sociedad. La lucha de los contrarios permitiría el progreso, en perspectiva, hacia una sociedad igualitaria.
Desde otra perspectiva, sin embargo, puede pensarse que no hay superación, ni emancipación, en la lucha de los contrarios. Lo que hay, en todo caso, son desplazamientos del nudo conflictivo que marca la lucha de los contrarios. Ni la sociedad vivió, luego de la revolución de 1789, en una realidad idílica, ni la clase obrera alcanzó el paraíso, posterior a la revolución rusa de 1917. De ambos casos que ejemplifican el desplazamiento sugerido, el de la revolución rusa es el más explícito, al punto tal que Charles Bettelheim hablará, luego, de la burguesía burocrática en el hoy desaparecido Estado soviético. Estos desplazamientos nos dicen, por lo tanto, que la contradicción resulta ratificada, aunque adquiriendo nuevos rostros: no se habla de un orden monárquico absolutista pero con fuerza, en las décadas de 1960, 1970 y 1980 se hablará de la democracia sorda a las exigencias de la sociedad al punto de provocar el mayo francés en 1968, en base a las protestas de universitarios y trabajadores; también dará lugar a la formación de la oposición extraparlamentaria, en Alemania, con fuerte respaldo de universitarios e intelectuales, como Heinrich Böll, nobel de literatura. El teorema de la “paradoja señorial” formulado por René Zavaleta Mercado en referencia a Bolivia, ilustra con claridad la ratificación que sugerimos, con la idea de los desplazamientos del nudo conflictivo de una contradicción.
Por lo tanto, no únicamente permanece el principio de la contradicción, sino a la vez la propia contradicción de la que se trata. Esto quiere decir, primero, que permanece el principio de la contradicción, el cual, a la vez, supone, segundo, efectivamente el surgimiento de nuevas contradicciones. Con todo, en la permanencia de la contradicción de la que se hable, observamos -reiteremos- el desplazamiento de su nudo conflictivo, y aquél desplazamiento se manifestará bajo nuevas formas. Estas diferentes formas son la que han llevado, incluso a mentes brillantes, a suponer que se trata de contradicciones nuevas, expresivas del nuevo nivel alcanzado, luego de la “superación” de la contradicción en cuestión.
Con todo, en la complejidad que se forma, dado el desplazamiento junto a la aparición de nuevas contradicciones, nos vemos obligados a volver, en nuestra reflexión, la mirada a los inicios del principio de la contradicción. El fundamento de este principio dice que la pugna de los contrarios siempre permanecerá, porque es ella la que mueve todo el universo. El problema parece no estar en la superación de los elementos de la contradicción, ni en la emancipación de uno de ellos, sino en el manejo o administración de la pugna de los contrarios. Y en ese orden hablaríamos de la contradicción como un evento manejable; salvo en casos de la constitución de anomalías debido a la degeneración de las propiedades de uno de los contrarios (extremo en el que, efectivamente, ante las partículas degeneradas la lucha será “a muerte”). Al margen de este extremo, la administración de los contrarios supone el tratamiento en términos de su complementación. La complementación de los contrarios, la alternancia de “roles” y “sitiales” de cada elemento contradictorio marca otro enfoque para la comprensión de la dinámica interna de la contradicción. Un enfoque basado precisamente en el principio de la complementariedad.
Omar "Qamasa" Guzmán Boutier es sociólogo y escritor