Nadie debería sorprenderse al escuchar que el año que se inicia coloca al mundo bajo la amenaza del estallido de una variedad de conflictos potenciales. El soporte para estos conflictos es igualmente variado, ya que está conformado por razones políticas, económicas, geopolíticas, comerciales, sanitarias, alimentarias, principalmente. De este abanico, tomemos los de motivaciones geopolíticas en base a los ejemplos de Rusia y China, y uno referido a razones políticas. Este último caso nos permitirá observar también alguna de las cosas que pasan, en este terruño llamado Bolivia.
Entre los ejemplos en los que la geopolítica podría actuar como disparador para el estallido del conflicto, puede mencionarse las consecuencias que las políticas expansionistas de Rusia y China generan. En el caso boliviano, son los esfuerzos del gobernante Movimiento al Socialismo (MAS) por recomponer el truncado (en octubre del 2019) proyecto totalitario delincuencial, gracias a la ciudadanía democrática. A pesar de las diferencias entre cada uno de los tres ejemplos -adelantemos- subyace en ellos una característica común. Se trata de la pretensión de lógicas totalitarias de dar fin con la pervivencia de la democracia. Trataremos de lustrar, en las siguientes líneas, alguno de los fundamentos de esas pulsiones totalitarias.
La política expansionista de gobierno dictatorial de Rusia ha creado, con notoriedad desde mediados del pasado año, una situación de alta tensión militar en su frontera con Ucrania. La pretensión de anexar a este país (que logró su independencia luego del derrumbe de la Unión Soviética y emprendió el camino hacia un modelo democrático liberal, para su desarrollo) ha sido tan evidente, que Moscú no tuvo ningún empacho para tomarse la provincia ucraniana de Crimea en el 2014 y respaldar activamente a los separatistas pro-rusos, en Ucrania. La militarización de la frontera, ahora, no es sino la escalada, en mayores términos, de aquella política. Por ello, observadores de la tensión entre Rusia y Ucrania estiman que Putin podría ordenar el avance de sus tropas, durante los primeros meses de este 2022.
El gobierno ruso presenta su amenaza militar como una acción de autodefensa. Según Putin, es Rusia quien sufre el avance de la OTAN (el Tratado del Atlántico del Norte, conformado por Europa y Estados Unidos – EEUU), hacia sus fronteras. Ucrania, luego de su independencia solicitó, al igual que otros países independizados, su admisión a la OTAN, lo cual fue “interpretado” por Rusia como una amenaza. Tal es así que Putin contabilizó cinco olas de la expansión de la OTAN. Por ello propuso un acuerdo que garantice la no inclusión de Ucrania a la OTAN. Está claro que el victimizarse no será parte del discurso ruso en eventuales negociaciones con occidente; se trata, antes, de un discurso para consumo interno, destinado a justificar, frente a su población, un conflicto armado con Ucrania. Debido a ello varios analistas militares señalan que Rusia contempla una guerra relámpago. Pero, dadas las circunstancias y principalmente teniendo en cuenta factores no previsibles (Ucrania viene preparando a su población para una guerra con Rusia, prácticamente desde inicios de este siglo) en la respuesta de un país que históricamente ha estado siempre en oposición a Moscú, la Blitzkrieg no parece ser una opción realista.
El expansionismo que impulsa el régimen totalitario chino, por su parte, no oculta sus intenciones bajo el disfraz de la victimización. Para los jerarcas del Partido Comunista Chino, la “recuperación” de la isla democrática de Taiwan es no sólo un derecho histórico sino, desde el 2005, un mandato constitucional. En cumplimiento de ello, el gobierno chino militariza esa zona asiática y pone en alerta tanto a Taiwan como a los demás países de la región.
Tal es así que en demostraciones de fuerza cada vez más amenazantes, la armada china hace gala del aumento de su presencia y la fuerza aérea viola, cada vez que se le ocurre, el espacio aéreo taiwanés. Es cierto que la invasión China a Taiwan no es algo pensado para el corto plazo, pero su política imperial se orienta en esa dirección, por lo que la tensión seguramente escalará, durante este 2022, hacia niveles mayores. La “recuperación” de Taiwan forma parte de aquella política imperial y representa en lo geográfico lo que también se pretende en lo comercial, económico, militar, etc. Al igual que en el caso ruso, aquí se trata de la simple ambición expansionista de un modelo totalitario de gobierno, que no se anda con sutilezas, a la hora de presentar justificaciones medianamente consistentes, ante la opinión pública mundial.
Mientras que en estos dos ejemplos las intenciones totalitarias de avanzar sobre las democracias está mediada por razonamientos geopolíticos, en el ejemplo boliviano esas intenciones se manifiestan sin mediación alguna. En este orden, toda acción que el MAS toma tiene el inconfundible sello antidemocrático y anticonstitucional; aunque esto último sea ignorado por el tribunal “constitucional”, funcional en todo al gobierno. Realidades tales como la existencia de presos políticos (como en las mejores épocas de las dictaduras militares), la persecución a dirigentes opositores o a defensoras de derechos humanos, ejemplifican los esfuerzos totalitarios. Pero también lo hacen las disposiciones en el área de salud y así, ni las políticas de salud se salvan del sello dictatorial del gobierno. La obligatoriedad de presentar el carnet de vacunación para todo trámite burocrático y principalmente bancario, lo atestigua.
La inclinación antidemocrática del MAS es parte de su ADN político, porque el único proyecto que persigue, en ausencia de una propuesta nacional, es el de volver a la vida al inicial proyecto totalitario delincuencial, intentado con tanto inútil empeño durante la gestión de Evo Morales. Este verdaderamente psicótico comportamiento, confronta al aparato estatal con la realidad política y social. Pero confrontar con quiere decir sustituir esa realidad, por mucho que se lo intente. Una parte de esa realidad, pero no la más importante, son los tiempos político - institucionales, específicamente los tiempos electorales. El timing político, para el desarrollo y la evaluación de la estrategia masista es de gran importancia. Es de prever, por ello, que éste 2022 y el próximo año, sean tiempos en los que la cacería política contra opositores, aspire a dejar a las opciones democráticas, al estilo venezolano o nicaragüense, sin cabezas.
Según adelantáramos, pese a las diferencias entre los tres ejemplos, éstos expresan, como denominador común, la confrontación entre lógicas totalitarias y lógicas democráticas. La expansión pretendida por la dictadura rusa no es para protegerse de una supuesta amenaza europea, sino para recomponer el imperio carcelario que representaba la antigua Unión Soviética. Lo mismo puede decirse de China y su pretensión de anexar Taiwan. El Estado policiaco chino no sólo ha borrado toda libertad en su población, sino ha tornado la vida cotidiana en la pesadilla de Orson Wells y su “1984”, en la que el control tecnológico de la población dota al régimen totalitario de una solidez, como para aplastar sin problemas todo signo de libertad democrática: Hong Kong lo ejemplifica, pero también, en su momento, el Tibet. Aunque en Bolivia las ambiciones totalitarias de reducen a emular a gobiernos abiertamente delincuenciales, como el de Maduro o el de Ortega, no por ello deja de expresarse como la antidemocracia.
Así, los extraños aires totalitarios que recorren el mundo, dibujan los signos inequívocos de esta época de tiempos de lucha, por la preservación de las libertades democráticas.
Omar Qamasa Guzmán Boutier es escritor y sociólogo