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Opinión

Universidades en Las Bolivias… ¿Para éxito o fracaso?

6 de Julio, 2024
JOSÉ RAFAEL VILAR
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El que es sabio entiende las cosas;
el que es inteligente, las comprende. (Oseas 14:9)

Hace semanas leí algunos artículos en medios locales sobre la Universidad en Bolivia y coincidió que acababa de recibir el QS World University Ránking s 2025: Top global universities y desde éste y con los otros en mente ameritaba un buen análisis.

(Conste que la inmediatez me fue robando tiempo y “regalándome” temas… pero el golpe/no-golpe ya saltó mi paciencia, así que vale —y con mucho, porque nos interesa a todos— el tema Universidad). 

Empezaré con los artículos. Las opiniones iban desde auguriosas (“Revolución silenciosa en la educación”, El Deber, 9/6) hasta muy críticas (“Universidad en crisis”, El Deber, 15/6) hasta más mesuradas (“El futuro del aprendizaje”, El Deber, 23/6) y, hasta diría yo, con esperanzas.

Partamos que el Estado boliviano, sobre todo con el IDH, ha asignado recursos que podríamos considerar interesantes —aunque no munificentes— para las Universidades públicas (una cuenta rápida me da que hay 10, ojalá no olvidara alguna). Paralelo a ellas, hay un amplio y diverso número de Universidades privadas o de servicio público, como se define estatuariamente la Universidad Católica Boliviana; ello conlleva una amplia y diversa oferta de estudios que cada vez más está ampliada en el país —en contenidos y en geografía—, saltando la concentración en pocas grandes ciudades que era manifiesta décadas atrás.

La primera Universidad boliviana que aparece en el ránking  QS para Latinoamérica (quizás debería decir Iberoamérica con más propiedad pensando en nuestros orígenes) está en el lugar 64 (de 145 evaluadas) y es la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA); la segunda es la Universidad Católica Boliviana (UCB) que ya mencioné, en el lugar 109 y en el 110 (tercera) aparece la Universidad de San Simón (UMSS). No aparece otra entre las 145 Casas Superiores categorizadas en nuestra Región y los cinco puestos de honor regional son —sucesivamente— para la Universidad de Buenos Aires (UBA), Universidade de São Paulo (USP), Pontificia Universidad Católica de Chile (UC), Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y Universidad de Chile. 

En resumen regional, Brasil tiene 35 universidades incluidas en el ránking  (aclaro para todos los casos que no son las únicas de cada país), México 32, Argentina, Chile y Colombia 25 cada una, Ecuador 11, Perú 10, Venezuela siete, Cuba y Uruguay cuatro, Costa Rica tres, dos para Panamá y República Dominicana y una para Paraguay, Puerto Rico, Guatemala y Honduras. No aparecen registros de El Salvador ni de Nicaragua (obvio yo los países francófonos, anglófonos ni Nederlandstaligen ni dialectales).

Abramos nuestra visión al mundo y ahí nos decepcionamos. La UBA está en el puesto 71 de 1.500 analizadas en todo el mundo (bajó 28 lugares respecto el QS de 2023), la de São Paulo en el 92 (subió 30), la UC en el 93 (subió 18), la UNAM en el 94 (subió 9) y la de Chile en el 139 (subió 12). La UMSA está (sin especificar exactamente dónde se ubica y sin explicar si se movió para mejor o peor) entre los lugares 1201-1400 y la UCB y la UMSS (ibídem) entre el 1401 y el 1503.

(Como curiosidad, los 10 primeros lugares a nivel mundial son ocupados por cinco universidades de EEUU, cuatro del Reino Unido, una de Suiza y otra de Singapur; si ampliamos a 20 primeros lugares, EEUU tiene siete, Reino Unido cuatro, Australia tres, China y Singapur dos y Suiza y Hong Kong una. Que Singapur tenga dos de las mejores Universidades del mundo con una población total de 5,6 millones de habitantes —no he encontrado la cifra de estudiantes universitarios pero considerando arbitraria y generosamente que es un quinto de la población total, los estudiantes universitarios (pregrado y posgrado) tendrían una universidad de clase mundial cada medio millón de habitantes… pero son muchas más las universidades que hay allá— da una idea de por qué los singapurenses tienen el mayor IDH del mundo —2022: 0,935— y uno de los más bajos índices de GINI —2021: 0,386. Cosas de la libertad y del modelo económico).

Volvamos a Bolivia. ¿Son malas nuestras Universidades? El ránking QS mide las reputaciones académicas de las Universidades analizadas, la reputación de su personal, la relación (ratio) entre profesores y alumnos, la relación (ratio) de docentes internacionales, la cantidad de estudiantes internacionales, las redes internacionales de investigación donde se vinculan y la sustentabilidad, entre muchos otros factores.

En varios de estos parámetros, las universidades bolivianas han hecho un real esfuerzo de superación —las evaluaciones de la gestión ministerial de Hoz de Vila (() contribuyeron para encarar esa categorización—, aunque quizás conspire contra ellas en algunos parámetros por el mismo tamaño de las mismas y, claro, por la economía boliviana.

Sin embargo, todos los esfuerzos de mejorar —incluyo la internacionalización, los posgrados, la mejora de los planes de estudio, la mayor profesionalización académica y educativa del profesorado, el intercambio internacional, los congresos y foros, inclusos importantes cursos transnacionales como la XXXV Escuela Complutense Latinoamericana del próximo octubre en la capital oriental—  chocan con un factor negativo fundamental: la baja educación promedio de todos los ciclos preuniversitarios, desde primaria hasta la víspera de ingresar a una carrera, expresada por una —lamentablemente parte de la educación desvalorizada en hogar y escuela— muy común dificultad estudiantil para entender qué se lee, analizarlo y poder expresarlo. No es un problema de carreras humanísticas: es más grave —al menos así lo siento— para carreras técnicas y tecnológicas; la falta de incentivo de lectura —hablo de buenas lecturas y no libros de Evito— en la escuela y en la casa es la raíz principal —pero no única— del problema que, en mi experiencia, abarca casi todos (aunque “todos” es una tristísima posibilidad) los centros educativos, fiscales y privados, de renombre o anónimos aunque se agrava según nos acercamos a la educación rural. ¿Es culpa de los profesores? En parte sí, por no incentivar la lectura. ¿Es culpa de la familia? También, por la misma razón (posiblemente las familias de los educandos fueron víctimas del mismo pecado antes). ¿Es culpa del Estado? Sí, en la medida que el Estado es quien define los materiales y programas escolares —sobre todo fiscales—, no apoya la producción editorial (y no hablo de dinero: más que publicitar “el puente que hizo Mengano” o “el asfaltado de una calle por Zutano” —obligaciones tales si son funcionarios públicos, máxime si fueron elegidos— debería publicitar la lectura); también es culpa del Estado en sus diversos niveles el no combinar ese ausente incentivo publicitado con concursos de lectura, de conocimientos, de creatividad de pensamiento, de expresividad… incluso de debate, para que esos niños y jóvenes no sean futuros ciudadanos que no saben oír argumentos contrarios ni discutir sin violencia ni, menos, expresar los suyos propios.

Sólo así tendremos mejores ingenieros, mejores profesionales de la salud, mejores científicos, mejores educadores. Mejores ciudadanos. Porque «No se hace ciencia, sin retener lo que se ha entendido» (Dante) y «Enseñar es la forma más pura de entender» (Aristóteles).

Vale soñar en Las Bolivias. Aunque hoy no lo parezca posible. 

El autor es analista y consultor político