ERICK R. TORRICO VILLANUEVA
Ajusticiado por rebelarse contra el régimen colonial español, Julián Apaza Nina, mejor conocido como Tupaj Katari, es hoy utilizado de forma desfigurada por el aparato propagandístico gubernamental apenas interesado en sostener la imagen de un Evo Morales artificiosamente conectado con las luchas que las comunidades nativas emprendieron antes de la guerra independentista criollo-mestiza.
El programa liberador que Katari había enarbolado a inicios de 1781 era de carácter radical: se proponía acabar con los invasores ibéricos, su estructura de control político y todas sus imposiciones culturales para reconstituir la organización social basada en el ayllu. Difería, por tanto, de los planteamientos más conciliadores –diríase reformistas– de su contemporáneo kechwa José Gabriel Condorcanqui, Tupaj Amaru, quien poco antes, en noviembre de 1780, también se alzó contra los españoles en la región del Cuzco.
Sin embargo, en lo que ambos coincidieron –aparte del tiempo en que se sublevaron y de que tuvieron el mismo trágico final–, fue en su búsqueda de hacer renacer el espíritu de las sociedades precoloniales y en la identidad que asumieron para su liderazgo: Tupaj (“resplandeciente” en aymara y kechwa) les vinculaba al linaje de los grupos dirigentes de sus respectivas colectividades, en tanto que Katari (en aymara) o Amaru (en kechwa) lo hacía en relación a la “víbora”, animal símbolo de las fuerzas subterráneas, la inteligencia, la mutación y el resurgimiento.
Desde mediados de marzo de 1781 Tupaj Katari cercó de modo inflexible la ciudad de La Paz, centro del poder, pero fue traicionado, derrotado y aprehendido ocho meses después. Su ejecución por descuartizamiento y posterior decapitación se dio el 14 de noviembre de ese año. Acaban de recordarse los 237 años de su muerte.
Tras esos hechos, su memoria se convirtió en un elemento central del anticolonialismo aymara y cobró notable visibilidad y presencia en el sindicalismo y la política bolivianos a partir de la difusión del “Manifiesto de Tiwanaku” el 30 de julio de 1973, documento en el que, entre otros aspectos de análisis histórico, diagnóstico social y propuesta política, se señalaba que “La participación política del campesinado debe ser real y no ficticia. Ningún partido podrá construir el país sobre el engaño y la explotación de los campesinos”.
Años después de que el Centro de Coordinación y Promoción Campesina MINKA, el Centro Campesino Tupaj Katari, la Asociación de Estudiantes Campesinos de Bolivia y la Asociación Nacional de Profesores Campesinos publicaran ese manifiesto, se configuró una corriente katarista partidaria expresada en el Movimiento Indio Tupaj Katari, más tarde en el Movimiento Revolucionario Tupaj Katari (MRTK) y luego en el MRTK-L (de Liberación).
Si bien las organizaciones kataristas fueron perdiendo protagonismo en el seno de la democracia recuperada en 1982, y en particular tras la alianza gubernamental del MRTK-L con el Movimiento Nacionalista Revolucionario (1993-1997), el katarismo como pensamiento orientado a la autodeterminación aymara-kechwa y del conjunto de los pueblos nativos pervive como proyecto político democratizador frente al neocolonialismo autoritario fortalecido bajo el gobierno actual.
En ese sentido, el uso oportunista de Tupaj Katari por la propaganda oficial presume una identidad de Morales con aquél, misma que habría ya concretado los ideales de 1781, a la vez que desconoce los principios y la vigencia del katarismo.
Quizá la posesión de un palacete neocolonial detrás de la Plaza Murillo –“inteligente”, con salón de fiestas y helipuerto–, pero más aún la reinterpretación práctica del “Volveré convertido en millones” que profirió Katari antes de morir por el “Volveré y me llevaré millones” de los colaboradores de Morales, sean apenas dos muestras de esa flagrante desfiguración.
Erick R. Torrico Villanueva es especialista en Comunicación y análisis político.