Escribo estas líneas un sábado 5 de agosto de 2023, como un ejercicio prospectivo sobre lo que viene para la economía boliviana. Y no, no intentaré hacerlo desde las cifras, sino desde las señales de política económica que nos brindan las autoridades.
En poco menos de 24 horas el Presidente de la Republica va a dirigirse al país y lo hará, como ya han anunciado desde Palacio, hablando sobre todo de economía. Para empezar, el enfoque no sorprende, ya que sus habilidades para el manejo de la misma fueron el principal motivo para su designación como candidato.
No obstante, en lo que va de su gestión, Luis Arce, no nos ha presentado novedades en materia de política económica, a pesar de que las condiciones externas, que tanto lo habían ayudado en su etapa de Ministro, con un acceso barato y abundante a dólares a través de créditos, exportaciones y remesas, han cambiado sustancialmente. Hoy el endeudamiento es caro, las exportaciones no alcanzan a cubrir el costo de las importaciones y las remesas (de las que se ufana el Presidente) se ven amenazadas por el creciente costo de vida que enfrentan nuestros migrantes.
Las condiciones internas tampoco son iguales. Al margen de la baja tasa de desempleo (una condición propia de una economía altamente informal), el resto de los indicadores en el mercado laboral son sumamente preocupantes: en primer lugar, los ingresos de los trabajadores hoy en día están por debajo de lo que teníamos antes de la pandemia, en algunos casos en el orden del 13% menos. Por este motivo los hogares han empezado a enviar a más componentes al mercado laboral (hijos mayores, abuelos o el cónyuge) o, alternativamente, buscando actividades laborales adicionales a su trabajo actual. En cualquiera de los casos, los menores ingresos tratan de ser compensados con sacrificio de tiempo y bienestar de la familia.
Por otro lado, los sectores que acogen a los nuevos trabajadores son el comercio, el transporte y otras actividades principalmente de autoempleo. Lo preocupante de esto es que muchos trabajadores que tenían salarios estables hoy dependen de un ingreso autogenerado, que en muchos casos es más volátil e incierto que lo que vimos en el pasado.
En el ámbito de los precios, y a pesar de que la inflación general medida por el IPC parece ser el principal orgullo del actual gobierno, mirando los datos con mayor detalle encontramos cosas muy preocupantes. Por ejemplo, la inflación de los alimentos, usando los propios datos del INE, cerró el 2022 en el orden del 6,6%, más del doble de la inflación general, mientras que hasta junio del 2023 se encuentra en el orden del 5,3%, de nuevo, dos veces más que los precios a nivel general.
En definitiva, incluso aceptando que las cuentas del INE representan a todos los bolivianos, hoy por hoy las familias enfrentan precios de alimentos mucho más altos que los que se ven en el resto de la economía. Si sumamos a esto lo dicho sobre los ingresos, lo que tenemos es un empobrecimiento de las familias bolivianas, sobre todo aquellas que ya estaban en la pobreza.
De dólares y reservas ni hablar. A pesar del discurso de soberanía, está claro que la economía boliviana hoy depende mucho más de las importaciones que lo que se veía en el pasado, ya que incluso en los productos básicos, como los alimentos, medicamentos o energía provienen principalmente del exterior.
Al inicio del ciclo de bonanza los dólares necesarios para pagar las importaciones provenían de la venta de gas. Luego, conforme la sobre explotación de los campos de gas hacia su efecto en la producción y los precios dejaban de acompañar, la necesidad de divisas se compensó con un acelerado endeudamiento externo y, finalmente con captura de dólares de fuentes internas.
Es cierto que la agresión rusa a Ucrania ha tenido efectos negativos sobre los precios de nuestras importaciones, pero también han generado incrementos de precios de algunas exportaciones bolivianas. Aun así, estos ingresos, mucho mayores a los que habíamos visto desde 2018, no han podido compensar la caída en la producción de gas y las limitaciones que el propio gobierno impone a las exportaciones, por lo que poco a poco nos fuimos comiendo las RIN.
Las respuestas del Gobierno ante este desbalance han pasado por medidas que en el mejor de los casos ganan tiempo (vender el oro de las RIN por ejemplo) junto con el ocultamiento de información y anuncios poco coherentes con una estrategia de largo plazo, como la enajenación del litio a manos de empresas chinas y rusas, o el uso de yuanes en el comercio internacional (que necesariamente implica un mayor endeudamiento soberano con ese país).
Este contexto es innegable, tanto así que las perspectivas de la población sobre el futuro de la economía están empezando a mostrar desesperanza y pesimismo sobre el futuro. Esta combinación, históricamente, ha derivado en problemas muy profundos, ya que esos sentimientos se extienden rápidamente desde lo económico a lo político y social.
En tal sentido, el discurso de mañana nos mostrará, al margen de las cifras e interpretaciones que se puedan hacer sobre ellas, algo mucho más importante: si Arce, ahora como Presidente, entiende que las condiciones internas y externas han cambiado irreversiblemente.
Si lo hace, deberíamos ver algún tipo de mensaje nuevo dentro de su mensaje (valga la redundancia), lo que podría abrir una pequeña esperanza para el futuro. Al contrario, si Luis Arce no quiere o no es capaz de entender la magnitud de los problemas que enfrentan las familias, lo que probablemente veamos sea una larga lista de indicadores macroeconómicos cuidadosamente seleccionados para negar la realidad, una serie de acusaciones para deslindar responsabilidades y planteamientos de continuidad de políticas que nada tienen que ver con el entorno actual.
Este es el peor de los escenarios, porque validaría el pesimismo de una población, cada vez más numerosa, que cree que el futuro de su economía será peor que el presente.
El futuro no está escrito, dicen en algunas sagas apocalípticas, como recordatorio de que siempre podemos cambiar el curso de nuestros actos si sabemos que viene una tormenta. En este caso, esperemos que el discurso refleje esa capacidad.
El autor es economista y exdirector del BCB