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Opinión

SAN JUAN PABLO II, EL PAPA DEL “TOTUS TUUS”

5 de Mayo, 2014
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MIGUEL MANZANERA, S.J.

Tal como expusimos en un anterior artículo la espiritualidad de San Juan Pablo II se centra en el misterio de la redención, unido al de la Divina Misericordia. Pero al mismo tiempo profesaba una entrega total a la Virgen María, expresada en el conocido “totus Tuus” (“Todo Tuyo”) que adoptó como su lema, primero episcopal y luego papal.

Ese lema está tomado de la obra “Tratado de la verdadera Devoción a la Santísima Virgen” de San Luis María Grignon de Monfort (1673-1716) quien expone la fórmula entera de consagración a María: “Totus Tuus ego sum et omnia mea Tua sunt”, “Soy todo Tuyo y todo lo mío es Tuyo”. 

Para San Luis María la consagración a María brota de la consagración a Jesús: “Nuestra perfección consiste en estar conformes, unidos y consagrados a Jesucristo, y como María es entre todas las criaturas la más conforme a Jesucristo, cuanto más se consagre un alma a María, más se unirá con Jesucristo. Esta consagración es como una renovación de las promesas del Bautismo en las manos de María”.

En su adolescencia Karol Woytila, siendo huérfano, encontró en María a su verdadera madre a la que se entregó filialmente bajo el lema “Totus Tuus”. Para él era una consecuencia de su consagración plena a Jesús: “A Jesús por María”. 

Durante toda su vida el Papa experimentó esa protección maternal, particularmente  cuando en el criminal atentado de Alí Agca fue salvado de morir  el 13 de mayo de 1981, fiesta de la Virgen de Fátima. Por eso en su testamento repite veces esa expresión “Totus Tuus”. Según Stanislao Dziwisz  su fiel acompañante, actualmente Arzobispo de Cracovia, testigo presencial de la muerte de Juan Pablo II, ésas fueron también sus últimas palabras antes de morir.

El lema “Totus Tuus” ha sido objetado por algunos cristianos protestantes que tildan a los católicos de adoradores de la Virgen María, lo cual transgrediría el mandamiento del Decálogo que claramente afirma: “No tendrás otros dioses fuera de mí” (Ex 20, 6). Por ello hay que subrayar que la Iglesia Católica no adora a la Virgen María, sino que tan sólo la venera como criatura humana, aunque en alto grado alto. Esa veneración se expresa con  el término “hiperdulía”, explicado en el Catecismo de la Iglesia Católica (971). Hay que evitar excesos en la devoción popular mediante una formación religiosa adecuada.

Un fundamento bíblico de la consagración a María aparece en el canto del Magníficat que Ella proclamó al ser confirmada por su pariente Isabel que Ella había sido elegida para ser la Madre del Salvador: “Me llamarán bienaventurada todas las generaciones porque el poderoso ha hecho obras grandes en mí”  (Lc 1, 46-55). 

Jesús es el único Salvador y Redentor, pero Él ha querido quiso asociar a la Iglesia, representada en la Virgen María al pie de la cruz, como “Corredentora” en cuanto Esposa Suya y Madre de la Iglesia, invitando también a todos los creyentes a asociarse a su pasión y redención.

Esta consagración a la Virgen María debe también llevar a los fieles a una mayor comprensión de la obra del Espíritu Santo, persona divina todavía poco conocida e invocada en la Iglesia. Puede ayudar a comprender y vivir la función maternal del Espíritu de Dios (cf. Jn 2, 3-5), de quien la Virgen María es el más bello icono sacramental.

La oración más conocida de entrega diaria a María es la difundida por el sacerdote jesuita Nicolás Zucchi († 1670): “¡Oh Señora mía, oh Madre mía! Yo me ofrezco del todo a Vos y en prueba de mi filial afecto, Os consagro en este día mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón y todo mi ser. Ya que soy todo Vuestro, Oh Madre de bondad, guardadme y defendedme como cosa y posesión vuestra”.

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