Aunque faltan más de tres quintos del mandato presidencial por gastar —no hablo de dinero porque nos pasamos de pobres, a pesar de augurios entusiastas sobre pronósticos malabares—, las quinielas ya arriesgan por quién será el mandamás en 2025.
¿Por qué tan pronto? Primero porque en los tiempos prefraude había un Candidato-Jefazo indiscutible atornillado desde el Poder. Ahora —aunque huelgan verdaderos liderazgos opositores—, el MAS dejó su apariencia monolítico-oportunista tras del Jefazo por una profunda redistribución de posiciones para liderazgos emergentes acompañado de una reorientación geopolítica —geoeconómica por origen.
Hoy —y concuerdo con mi amigo Carlos Cordero Caraffa (“Candidatura se dilucidará entre Morales y Arce”, P7, 26/05/2022), por sólo mencionar el más reciente— las posibilidades para la permanencia del MAS tras 2025 están divididas entre el actual Presidente —que busca consolidarse— y el expresidente huido —cuya influencia en el mismo MAS-IPSP se desmorona aceleradamente, tal como su desempoderamiento gubernamental. (El vicepresidente actual, con su discurso indigenista y su zigzagueo político, sale de las quinielas por autorreducción.)
Arce Catacora candidateó en 2020 en delegación de Morales Ayma —para quien fue “mandamenos en suplencia”— pero logró su victoria con una combinación de factores en la construcción en el electorado del imaginario colectivo: para unos, su candidatura era “un MAS distinto”; para otros, era superar lo acontecido entre los dos octubres, mientras para muchos pesaron los 14 años de disminuida conflictividad social y acusando a su favor electoral los años de crecimiento exportador por causas ajenas del pretendido éxito de un Modelo Económico Social Comunitario Productivo, sin analizar cuánto de falsa bonanza propia fue ni cuánto esa prosperidad imprevista se le debía al “maligno” modelo anterior: las inversiones en hidrocarburos fueron todas previas al período del MAS, que sólo medró de explotar sus resultados.
Por el lado de las oposiciones al MAS-IPSP, la mayor representación en la Asamblea Plurinacional (70 ahora versus 53 en 2014) —no cuento transfugios en ambos períodos— no se tradujo en similares éxitos —basta recordar la fallida elección del Defensor que parece liquidada en fojas cero y manteniendo el interinato asaz cómplice. Las causas son las mismas que para las organizaciones que los cobijan: por una parte, la falta de institucionalización de Creemos y Comunidad Ciudadana; por otra, el desgaste acelerado en liderazgo de quienes las abanderan. Súmesele la inexperiencia en política y, aun mas, en parlamentarismo —más allá del entusiasmo y compromiso— de muchos en las representaciones opositoras y se entenderá que, a pesar de la fragmentación interna en facciones de la bancada oficialista —cada vez más en la misma ruta ojeriza entre bancadas opositoras—, tamañas son sus penas y pocas sus glorias.
Arce Catacora apuesta consolidar su liderazgo hasta 2025 y apuesta sus bazas de navegar con éxito la crisis económica —olvidaré las loas ministriles—; le acompañan liderazgos emergentes en pose de evolución generacional además del cambio en el sustento geopolítico y económico: del Chapare cocalero —con sus implicaciones— al dinamismo comercial de El Alto en consonancia con el MESCP —recordemos que el potenciamiento industrial productivo de El Alto finalizó (ojalá que sólo eventualmente) cuando terminó la ATPDEA— pero nuevamente apuesta al estatismo y al extractivismo —agostado el boom hidrocarburífero, intenta arrancar el del litio (detenido por décadas) aunque con plazos irreales de éxito— mientras se tablea, una vez más, el motor agroindustrial.
No quiero terminar esta columna sin agradecer un artículo del señor Marca —adscrito en una institución que proveyó al MAS sus ministros de Gobierno—, quien me mencionó entre quienes hemos argumentado la inclusión de la autoidentificación como mestizo en la boleta censal —aunque su lista era corta respecto de los muchos que hemos opinado— y quien, posiblemente con ánimo de recusar como sofista, terminó dándome la razón sobre el mestizaje de nuestra sociedad con los mismos argumentos de integración y neoidentificación cultural que argüí en mis columnas como génesis del mejunje cultural mestizo que somos Bolivia. Valga nuevamente mi agradecimiento por el inopinado apoyo argumental y aprovecho para recordarle que, al menos cuatro de las 36 nacionalidades incluidas en nuestra CPE, no dieron existencia en el Censo 2012.
José Rafael Vilar es analista y consultor político