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Opinión

Lecciones aztecas para las Bolivias después del Bicentenario

8 de Junio, 2024
JOSÉ RAFAEL VILAR
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El domingo pasado, hubo un  histórico día en México, país considerado —no siempre con justeza por la cantidad de  mujeres ilustres que ha producido— epítome del machismo: Xóchitl Gálvez Ruiz y Claudia Sheinbaum Pardo disputaban la Presidencia de la República.

Xóchitl y Claudia no podían ser más diferentes. Xóchitl,  ingeniera en computación y empresaria, descendiente de indígenas otomíes, provenía de una familia muy humilde y tuvo que vender gelatinas en el mercado del pueblo para costear sus gastos educativos básico; Claudia,  científica —tiene un doctorado en ingeniería en energía y se ha especializado en desarrollo sustentable— y académica, hija de padres científicos y académicos emigrantes de origen judío asquenazi y sefardí, clasemedieros activistas de izquierda ambos desde su juventud (el padre fue miembro del Partido Comunista). En ideología son aun más diferentes: Xóchitl milita en el Partido Acción Nacional (PAN) de centroderecha-derecha (con el que había ocupado cargos públicos y ha sido senadora), mientras Claudia lo ha sido, primero, del socialdemócrata Partido de la Revolución Democrática (PRD) y, desde su fundación, del populista de izquierda Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA), escisión del PRD y como persona de la máxima confianza de Andrés Manuel López Obrador, fue Jefa de Gobierno de la Ciudad de México.  

La candidatura presidencial de Claudia —con el nombre de Sigamos Haciendo Historia, continuación de las coaliciones Juntos Haremos Historia, que llevó a López Obrador a la Presidencia en 2018, y Juntos Hacemos Historia en 2021— agrupaba su propio partido MORENA, el Partido del Trabajo (PT) de la izquierda del socialismo 21 y el centroizquierdista Partido Verde Ecologista (PVEM), además de diversos partidos de alcance local. Por el contrario, la coalición de Xóchitl —Fuerza y Corazón por México— reunía al PAN, al PRD y al Partido Revolucionario Institucional (PRI) de centro-centroderecha, así como organizaciones regionales. 

Pero no voy a tratar del suceso histórico de una mujer encabezando el gobierno del segundo país en extensión —1.964.375 km2— y en economía —USD 1.788.887 M— en Iberoamérica ni de los resultados electorales federales (Sigamos Haciendo Historia: 35.923.970 votos, el 59,75%; Fuerza y Corazón por México: 16.502.459 votos, el 27,45%), que ameritan un análisis particularmente minucioso a posteriori. Voy a referirme al método de selección y con las disculpas de los patriotas venezolanos, lo parangonaré con el que se utilizó en Venezuela para elegir a la candidata opositora, después bloqueada por el espurio régimen madurista y me servirá para referirme a propuestas de tales en Bolivia.

En México, ambas coaliciones —Sigamos Haciendo Historia y Fuerza y Corazón por México— utilizaron el sistema de encuestas: Claudia terció con otros candidatos —entre ellos Marcelo Ebrard Casaubón, excanciller y antecesor de Claudia en el gobierno del Distrito Federal— y le ganó; Xóchitl ganó contra Beatriz Paredes Rangel —senadora y miembro del Grupo de Puebla— por el PRI; las encuestas de las últimas semanas le daban a Claudia la victoria con un  54,5% de promedio y a Xóchitl la ubicaban en un promedio del 33,6%. Al final, Claudia lo superó el vaticinio predictivo por el 5,25% y su contrincante lo perdió por lo mismo, un resultado para la oposición peor para la oposición PRD-PAN-PRI que en 2018 cuando PAN y PRD fueron con Movimiento Ciudadano (MC, esta vez separado solo) y obtuvo el 22,27% y el PRI, sin alianza, sacó el 16,40%; quizás el PRI sea un definitivo socio tóxico.

Por su parte, en Venezuela las elecciones primarias abiertas organizadas por la Plataforma Unitaria Democrática (PUD, organización que agrupa a la mayoría de la oposición) dieron una victoria aplastante a María Corina Machado Parisca con el 92,35% de los 2.440.415 sufragistas (sólo el 12% de los posibles sufragistas), resultado que obtuvo frente a otros nueve precandidatos; paralelamente, Manuel Antonio Rosales Guerrero se postuló directamente como candidato con otro sector de la oposición. Al final y frente a los continuos impedimentos y violaciones del régimen socialista, los partidos y organizaciones miembros de la PUD, mediante arduas discusiones que conllevaron al retiro de la candidatura de Rosales Guerrero, aprobó la candidatura de Edmundo González Urrutia, quien no participó en los procesos previos.

Primarias abiertas con baja participación (a pesar de ser un país muy polarizado) y encuestas erradamente proyectivas fueron la base de las candidaturas opositoras en Venezuela y México y ni en una ni en otra oposición —por muy mayoritarias que parecieran las convocatorias— fueron seguro de unidad total para la victoria. En el caso de Venezuela, confío que la candidatura de unidad —no surgida de encuestas ni de primarias y sí de profundas negociaciones— capte el hastío mayoritario de la ciudadanía frente a un régimen definitivamente fracasado y corrupto y le dé la victoria.

Esta es mi reflexión para nuestro país: el camino pasa por la negociación sincera, la renuncia de egos y el definitivo desprendimiento dentro de las oposiciones. Algo que nunca hemos logrado y es mucho más complicado que primarias y encuestas. 

El autor es analista y consultor político