Viene a mi memoria lo sucedido al hijo de un amigo, estudiante en la carrera de arquitectura, quien recientemente estuvo obsesionado con el tema de construcciones de adobe. Ciertamente, ese material tiene virtudes y cualidades. La contrariedad residía en que su docente vinculaba el uso del adobe con supuestas diferencias y hasta superioridades étnicas: la mostraba como identidad cultural en el contexto de una lucha de resistencia contra el modernismo occidental.
En esas aulas, el adobe transitó de material de construcción en determinada época y en un preciso contexto histórico, a elemento sustancial de una supuesta y perenne identidad indígena. Para que la tergiversación tuviera efecto era imprescindible demostrar que el abobe era aún utilizado por esos tenaces guerreros contra los 500 años de opresión. Aprietos tuvo este alumno para encontrar adobe en la aymara ciudad de El Alto, donde no solo los famosos cholets utilizan otros materiales y ostentan diversos decorados, sino también la más humilde construcción del alteño de a pie.
Le surgió la idea subsanante de que ello era prueba del estado colonizado en que se encuentra cierta parte del mundo indígena. En los pueblos, en las comunidades, debían hallarse las pruebas terrosas de la resistencia cultural. Vano y decepcionante fue su peregrinar al interior de la aymaridad pueblerina en busca de los testimonios actuales del uso arquitectónico de ese noble material.
El pachamamismo ha penetrado el pensum de la mayoría de nuestros centros de estudio de cualquier carrera, generando una percepción falsa de la realidad. Así, se producen egresados inútiles cuando intentan aplicar sus conocimientos en el mundo real en el que les toca, luego, desenvolverse. Mientras es alumno, no tiene más que interiorizar y repetir sandeces, pues de ello depende la nota que le dé su profesor. Cuando es profesional, el desajuste dura algún tiempo y culmina conformando un conformista conservador de aquello que, ingenuamente, quería en un inicio transformar.
Es verdadera colonización la manera como nuestra academia repite cualquier moda ideológica, con la sola condición que venga de fuera. Las “elites” hasta ahora empoderadas remedaron hasta la caricatura las corrientes del pensamiento occidental: tomismo, racionalismo, positivismo, marxismo, y ahora, el culturalismo posmoderno. A nivel de repercusión social, en todos estos tránsitos el más perjudicado es el indígena, pues en él se descargan los prejuicios y majaderías de ese fenómeno. Y es en la dimensión política donde, perversamente, culmina esta manipulación sistémica, pues incide en el agravado sometimiento indígena, en lugar de la emancipación que a veces anuncia.
En la actualidad, una plétora de libros, artículos y estudios se usan para argumentar la interculturalidad, la identidad, las epistemes y demás necedades, con el afán de ratificar la diferencia exótica del indio. Sin embargo, al igual que en la arquitectura, en la actividad económica y en la vida cotidiana, el indio sigue otro caminar que, cuando el tiempo sea pleno, culminará en un verdadero y diferente accionar político.
Al igual que las fantasías sobre el adobe, son comunes las difundidas sobre la organización social indígena. Sin embargo, el indígena, en cualquier aspecto de su vida social, parece más modernista innovador que resignado tradicionalista… aun cuando, transitoriamente, por compulsiones históricas, muestre esa faceta de manera turbada y hasta fachosa.
Colindando las nimiedades y falsedades presentadas en la mayoría de textos sobre lo indígena, existen, sin embargo, otras publicaciones. Son pocas, pero resaltantes. No son financiadas ni promovidas ni publicitadas. Sobresalen porque detallan y explican la verdad. Una de estas publicaciones es Achacachi. Juicios y balas, de Saturnino Rojas Condori. Huelga decir que es un trabajo publicado a cuenta de autor. Saturnino es diplomado de Ciencia Política y Filosofía en la UMSA. Cursó, además, Derecho Electoral y Educación Superior en la Universidad Andina Simón Bolívar y en la UPEA, respectivamente. Por otro lado, Saturnino, nacido en el ayllu Kocani Ajllata de la provincia Omasuyos, fue secretario cantonal de Ajllata Grande, consultor en el Gobierno Municipal de Achacachi y compañero de lucha del mallku Felipe Quispe. Es decir: Saturnino conoce lo que escribe.
Sobre el modernismo, el sindicato y la política, apunta en ese libro: “Así las organizaciones sindicales abrazan con beneplácito a las instituciones burocráticas porque sencillamente permite su modo de existencia como pueblos de carácter moderno. Las burocracias municipales se constituyen como instancias que dan vitalidad y estética a las unidades territoriales. Sin ellas no tiene sentido la vida de los cantones y comunidades rurales, la burocracia es parte de la modernidad. Solo en momentos de convulsión social emiten discursos anarquistas, de suprimir las instituciones estatales y expulsar a las autoridades políticas, jurídicas, eclesiásticas y en lugar de ellas restituir las autoridades indígenas. Pasado ese momento, se vuelven nuevamente seguidores de la modernidad y amantes de la burocracia estatal”.
El autor es historiador y analista político