
Posiblemente algún lector se extrañe al leer el título de este artículo, ya que en los evangelios se habla tan sólo del bautismo de Jesús en el río Jordán por parte de Juan Bautista (Jn 1, 22-24; par.), aunque se da a entender que también fueron bautizados los discípulos que seguían a Juan Bautista y luego más tarde a Jesús. Se trataba de un bautismo (baño) de penitencia donde los bautizados debían confesar públicamente sus pecados antes de que Juan les sumergiera en las aguas para someterles al lavado externo, como símbolo de la limpieza interna que suplicaban a Dios pidiendo su perdón.
Jesús, aunque no había cometido pecados, quiso solidarizarse con todos los pecadores, aceptando así en su propia carne el castigo divino que merecían. Pero el bautismo de Jesús fue también un renacer a una nueva filiación divina al ser proclamado como Hijo por la Voz de lo alto o sea de la Rúaj (Espíritu) Divina., Esposa del Padre celestial.
A partir de ese momento Jesús vivió más plenamente su propia identidad filial. Por eso, un poco más tarde, le aclaró a Nicodemo: “El que no renazca del agua y de la Rúaj no puede entrar en el Reino de Dios”, declarando así su propia experiencia de ser Hijo de Dios (Jn 3, 5). Ya el mismo Juan Bautista había anunciado que llegaría alguien, más grande que él, que les bautizaría en la Rúaj Santa (Mc 1, 8).
El evangelio de Juan narra cómo después el mismo Jesús y sus discípulos fueron a Judea y éstos comenzaron a bautizar allí durante un tiempo, antes de que Juan fuera apresado (Jn 3, 22; 4, 1). Ya Juan había proclamado a Jesús como el Ungido (el “Cristo”) y también como el Novio, del cual Juan se reconoce padrino (Jn 3, 29).
Después del encarcelamiento y degollamiento de Juan el Bautista por orden del cruel rey Herodes (Mc 6, 14-29), Jesús optó por irse de Judea a Galilea. Allí comenzó a predicar la llegada del Reino de Dios, aunque sabía que le estaban persiguiendo para encarcelarlo y matarlo.
Los sumos sacerdotes, Anás y Caifás, y otros miembros del Sanedrín trataban de darle muerte. Ellos lo presentaron a Pilato, quien en su ingenua cobardía pensó que azotándolo casi hasta matarlo, movería a compasión al pueblo que pediría el indulto pascual para Jesús. Este soportó el cruel castigo, consciente de que era el inicio del “bautismo de sangre” como preludio de su muerte en la cruz.
Jesús, estando ya crucificado, poco antes de morir, aceptó ser el “Nuevo Adán” para formar, junto con María, designada como la “Mujer” o sea la “Nueva Eva”, la nueva humanidad representada en el apóstol, Juan a quien designó como hijo suyo de y de María.
50 días después, en la fiesta de Pentecostés, la Rúaj Santa en forma de lenguas de fuego se posó sobre las cabezas de María, los demás apóstoles y algunos discípulos y discípulas de Jesús, constituyendo así la Iglesia, como la familia espiritual de Jesús y de la Rúaj Santa, en la que todos los hombres somos llamados a formar parte.
P. Miguel Manzanera, SJ es sacerdote jesuita, teólogo y economista