MIGUEL MANZANERA, S.J.
El 7 de octubre la Iglesia Católica celebra a María, la Madre de Jesús, con la advocación “Virgen del Rosario”. Expondremos el origen histórico de esta advocación mariana, ya que hay fieles cristianos e incluso algunos católicos que desconocen el fundamento bíblico del rezo del Santo Rosario atribuible a la Virgen María.
Los judíos piadosos contemporáneos a Jesús, aprendían de memoria los 150 salmos bíblicos y los recitaban diariamente. Las primeras comunidades cristianas también lo hacían, pero más tarde, al comenzar las persecuciones contra ellos, tuvieron que salir de Jerusalén y dejar la recitación diaria de los salmos. Siglos después de la persecución romana contra los cristianos, se fundaron los monasterios cristianos donde los monjes rezaban cada día los 150 salmos.
Sin embargo los fieles laicos, aunque querían imitar a los monjes, no disponían de mucho tiempo para aprender los salmos. Por eso ya en el siglo IX en Irlanda había la costumbre de rezar avemarías en vez de los salmos. Para contar las avemarías utilizaban un cordel con grupos separados de diez nudos hasta llegar a los 150 nudos. A ese cordel con nudos se le llamó el Rosario, considerando que cada avemaría era una rosa ofrecida a la Virgen María.. Los misioneros de Irlanda propagaron esa oración en Europa, donde surgieron grupos de cristianos que la rezaban.
Santo Domingo de Guzmán, fundador de la orden religiosa de los predicadores, también llamados dominicos, relata que tuvo una aparición de la Virgen María en 1208 en la capilla de un monasterio en el Sur de Francia. La Virgen tenía un Rosario en las manos y le enseñó a rezarlo, diciéndole que lo predicara a la gente, ofreciendo promesas a quienes lo rezasen.
Domingo viendo que los crímenes de los hombres obstaculizaban la conversión de los algunos sectarios albigenses, fue al bosque y pasó allí tres días y tres noches en continua oración y penitencia. Un día, se le apareció la Santísima Virgen y le dijo: “¿Sabes tú, mi querido Domingo, de qué arma se ha servido la Santísima Trinidad para reformar el mundo?”. Domingo respondió: “Oh, Señora, vos lo sabéis mejor que yo, porque después de vuestro Hijo Jesucristo fuisteis el principal instrumento de nuestra salvación”.
Ella añadió: “Pues sabes que la pieza principal de la batalla ha sido la salutación angélica, que es el fundamento del Nuevo Testamento. Por tanto si quieres ganar para Dios esos corazones endurecidos, reza mi salterio”. La Virgen no se refería a los 150 salmos bíblicos, sino al Rosario de las 150 avemarías distribuidas en los 15 misterios, gozosos, dolorosos y gloriosos, cada uno de diez avemarías, llamado el Salterio de la Virgen.
La Virgen le reveló: “Sólo si la gente considera la vida, la muerte y la gloria de mi Hijo, unidas a la recitación del Avemaría, los enemigos podrán ser destruidos. Es el medio más poderoso para destruir la herejía y los vicios, para motivar a la virtud, implorar la misericordia divina y alcanzar protección. Los fieles obtendrán muchas gracias y encontrarán en mí a alguien siempre dispuesta y lista para ayudarles”. El Santo se sintió muy consolado y se levantó con el deseo de predicar por el bien de estos pueblos.
Entró en la Catedral de Tolosa y en ese momento sonaron las campanas para reunir a los habitantes. Al principio de la predicación se inició una espantosa tormenta. La tierra tembló, el sol se nubló y los repetidos truenos y relámpagos hicieron estremecer y palidecer a los oyentes. Su terror aumentó cuando vieron cómo una imagen de la Santísima Virgen, expuesta en un lugar prominente, levantaba por tres veces los brazos al cielo para pedir a Dios castigos contra ellos si no se convertían y recurrían a su protección. En ese momento la tormenta cesó. Domingo continúo su discurso y explicó con tanto fervor y entusiasmo la excelencia del Santo Rosario, que casi todos los moradores de Tolosa, lo abrazaron, renunciando a sus errores, viéndose en poco tiempo, un gran cambio en la vida y costumbres de la ciudad".
Domingo enseñó el Rosario a los soldados, capitaneados por su amigo Simón IV para defender la fe católica, antes de la Batalla de Muret (1212), cuya victoria fue atribuida a la Virgen María del Rosario. Por ello, se erigió la primera capilla dedicada a la Virgen con esta advocación. Con estos prodigios se vio la necesidad de promover esta devoción.
Más tarde la devoción al Rosario decayó. El dominico Alain de La Roche (+ 1475), considerado el primer gran difusor del uso devocional del Rosario, declaró que se le apareció la Virgen y le pidió que recogiera en un libro todos los milagros llevados a cabo por el Rosario; recordándole además las promesas que siglos atrás había dado a Santo Domingo.
En 7 de octubre de 1571 tuvo lugar en Lepanto la gran batalla que cambió el rumbo de la historia. Los católicos derrotaron a los musulmanes turcos impidiendo que invadieran Europa. En el aniversario de esa victoria, atribuida a la Madre de Dios, el Papa san Pío V instituyó su fiesta, con la advocación “Nuestra Señora de las Victorias, invocándola con el rezo del Rosario. A las letanías a la Virgen añadió la invocación “Auxilio de los Cristianos”. Su sucesor papal, Gregorio XIII, cambió la advocación de “Virgen de las Victorias” por “Nuestra Señora del Rosario”.
León XIII, fallecido en 1893, fue llamado el Papa del Rosario por su devoción a la Virgen. Escribió unas encíclicas referentes al Rosario, consagrando el mes de octubre al Rosario e incluyendo el título “Reina del Santísimo Rosario” en las letanías. Más tarde, en 1858, la Virgen se apareció en Lourdes y en 1917 en Fátima, y más recientemente también en Medjugorje, pidiendo a los videntes rezar el Rosario. La Virgen del Rosario es patrona de multitud de ciudades y localidades por todo el mundo. Los papas contemporáneos han sido muy devotos de esta advocación. En 1978 Juan Pablo II manifestó que el Rosario era su oración preferida. En 2016 el actual Papa Francisco reconoció que el rezo del Rosario le acompaña toda su vida.
Miguel Manzanera, SJ es jesuita y teólogo