Mi padrino, Luis I. que era una persona muy buena y muy ocurrente, solía a modo de chiste contar algunas anécdotas, una de ellas refería a un conocido suyo que hubiera ido a ofrecerle en venta unos terrenos en Llojeta, mi padrino todo serio le dijo que mejor no lo vendiera esos terrenos, porque se estaban valorizando mucho, el potencial vendedor levantó las orejas, y le pregunto sobre esa buena noticia, - ¿están planificando una carretera? Inquirió, feliz de escuchar una buena noticia, a lo que Luis contestó, - No, pero poco a poco sus terrenos van a llegar a la Florida, y allí, el metro cuadrado es mucho más caro. - Le dijo con una sonrisa amable, explicándole que realmente nunca compraría nada en un terreno como el de Llojeta.
Los paceños han sabido desde siempre, posiblemente la información les era transmitida por la matrona que ayudó en el parto, que construir en este valle que nuestros antepasados escogieron para afincarse no era nada fácil. Greda, poca roca, aguas subterráneas, son ingredientes para un formar precisamente de lo que hablamos, una mazamorra, esas avalanchas de barro que lo cubren todo, que hicieron desaparecer en su momento al pueblo de Mecapaca, no tan lejos de la ciudad, y al de Luribay, pero que han causado estragos menos dramáticos en todas las vegas de los alrededores de nuestra ínclita ciudad.
Es importante aclarar que estos fenómenos tenían lugar cuando no había maquinaria pesada, cuando no se hacían grandes movimientos de tierras, porque la mecánica de los mismos esta en la naturaleza.
No tengo ninguna formación orográfica ni geológica, pero ya en la escuela nos enseñaban que La Paz tenía doscientos ríos subterráneos, y basta ver para darse cuenta de cuan deleznable es, con contadas excepciones toda la zona donde está construida la ciudad de La Paz.
Es por eso, que en primera instancia, la primera reacción que tengo como paceño es que lo que ha sucedido con esa mazamorra arrasando a su paso construcciones y bienes muebles, y llevándose la vida de una niñita, algo trágico por cierto, es parte de lo que potencialmente puede suceder en ciertas zonas de nuestra ciudad cuando se dan lluvias torrenciales.
Lo que me preocupa es esa nada inocente tendencia de tratar de encontrar culpables y de castigarlos inmediatamente aún antes de iniciar un juicio, me refiero a los intentos de detención preventiva, o a los pedidos de extradición express que se están dando.
Hay en esta búsqueda de encontrar un culpable, una mezcla de irracional comportamiento atávico, en el campo todavía se busca en algunas comunidades al culpable de una granizada que arruina una cosecha. Y todavía se culpa ya sea a la autoridad, al encargado de hacer que no llueva, o en su defecto, a alguna mujer ( el machismo precapitalista). A eso se añade tal vez esa pequeña parte un tanto perniciosa del catolicismo que identifica el éxito económico como pecaminoso, y por ende como digno de castigo.
Un desastre natural en el Potosí virreinal fue atribuido a lo pecaminosa que era la ciudad, y de lo mismo se habló y escribió sobre Mecapaca. La angurria, la lujuria, la acumulación de riqueza, vistas como las propiciadores de las desgracias colectivas.
De una manera que parece más moderna, y que solo es más burocrática, lo sucedido en Llojeta reproduce esas actitudes irracionales, en el sentido de la búsqueda de un culpable, de un chivo expiatorio. Pero aclaremos, no es un mecanismo inocente este, no es solo una repercusión de la irracionalidad, se entremezclan intereses mezquinos, pugnas por espacios de poder y envidias.
Creo que se pueden desarrollar mejores políticas para disminuir los efectos de las mazamorras y los deslizamientos, pero estas no dejaran de tener lugar. Lo que debería ser más fácil es tener un sistema judicial honesto y eficiente, que no se preste a estos juegos y a estos gestos atávicos.
El autor es operador de turismo