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Opinión

El fuego robado

16 de Noviembre, 2023
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GABRIELA CANEDO

“En el principio de los tiempos, cuando nadie conocía el fuego…”, los mitos que narran el origen del fuego inician de esa manera. Y todos cuentan que el momento en el que de una u otra manera, el fuego apareció, este no quiso ser compartido y fue patentado, a veces por avaricia y egoísmo, y otras por la desconfianza del uso que el ser humano le daría. Sin embargo, se relata también, que no faltó quien se diera la tarea de robarlo. Según un cuento guaraní, los señores Ucha eran los dueños del fuego que no querían compartir con nadie, fue el señor sapo que mediante un plan, ayudó a robar una brasa para dársela a los demás habitantes. La versión náhuatl cuenta que fue el tlacuache el que se sacrificó para ayudar a robar el fuego. O la mitología griega que cuenta que Prometeo robó el fuego a los dioses del Olimpo, para dárselo a la humanidad para que domine la naturaleza y se destaque respecto de otras especies. 

Cual haya sido su origen, lo cierto que es la domesticación del fuego, se dio hace ya 300.000 años y marcó un hito para la humanidad, pues nos dio ventajas sobre el resto de las especies. Posibilitó la cocción de los alimentos para ingerirlos, sirvió para la defensa de los animales depredadores, posibilitó no pasar frío y alumbrar las temidas noches. Ya sea por el frote de la madera o golpeando entre sí las rocas hasta que produjesen una chispa, el homo sapiens logró encender la llama. Con este descubrimiento el ser humano  ganó independencia sobre la naturaleza, y pasó a dominar su propio destino y el de las demás especies.

Ese bien y recurso tan preciado, combinado con el envilecimiento y codicia ha desembocado en su uso indiscriminado que está produciendo que la naturaleza arda. En el mes de octubre más de 100.000 focos de calor se han registrado en todo el país. Los departamentos más afectados han sido Beni, Santa Cruz y La Paz. Los incendios han alcanzado áreas naturales protegidas como el Parque Nacional Noel Kempff Mercado y la Reserva de la Biósfera y Tierra Comunitaria de Origen Pilón Lajas. Las llamas se deslizan y propagan por doquier, y amenazan  desabastecimiento de agua por el riesgo que corren las fuentes. Se clama la declaratoria de desastre nacional. 

La deforestación en la selva amazónica se duplicó en los últimos años. Científicos sostienen que en este ecosistema pesa un análisis delicado que es el del punto de no retorno. Todo parece señalar que un karma maligno persigue a la Amazonía y su exhuberancia. Hace tres años vivimos una catástrofe ambiental, pues uno de los incendios más feroces y trágicos de nuestra historia arrasó con alrededor de seis millones de hectáreas. Ecosistemas exterminados, animales huyendo, comunidades enteras afectadas.  Hoy, las condiciones no son tan distintas, en octubre los departamentos de Santa Cruz y La Paz, suspendieron clases y algunas actividades por el grado de contaminación ocasionado por el humo. Ni imaginar la situación que les toca afrontar a la población indígena y la que vive cerca de las áreas devastadas: hábitat contaminado, fuentes de agua envenenadas, flora y fauna arrasadas, la ceniza y el humo que afectan pulmones y ojos, enfermedades que atacan a niños y adultos. Un panorama gris por el humo y desolador por todo lo que implica para la gente y sus condiciones de vida.

El fuego ya no solo se usa para subsistir, sino se ha convertido en un medio para destruir rápidamente los bosques con la finalidad de expandir la frontera agrícola para producir caña de azúcar, soya, sorgo, palma africana, aumentar los cultivos de coca, aumentar ganado para poder exportar carne a la China. Si bien estas actividades generar algunos recursos a corto plazo, con el tiempo el costo ecológico y social será irremediable. 

Tenían razón los dioses y quienes no quisieron que el fuego llegue a manos del ser humano. Queda en entredicho que el descubrimiento del fuego haya influido en el desarrollo de la inteligencia de nuestra especie porque ¿qué ser inteligente atenta contra su propio hábitat y el de los demás?

La autora es socióloga y antropóloga

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