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Opinión

Despidiendo a un gran Jesuita

2 de Septiembre, 2024
AGUSTÍN ECHALAR ASCARRUNZ
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Hace unos veinticinco años hice un pequeño y entrañable viaje con Eduardo Pérez Iribarne, su hermana, su cuñado y una amiga española suya, por el sud del país. Llegamos hasta Laguna Verde, y luego terminamos nuestro periplo, pasando por Potosí, en Sucre. 

Fue una experiencia especial no solo por la arrolladora personalidad del sacerdote jesuita, sino porque fue un viaje en el que sin haberlo planificado se dio una situación muy especial que me ayudo a entender un poco más, tanto el pasado como el presente de nuestro país.

Hace 25 años no estaban asfaltadas las carreteras que unen Uyuni tanto con Potosi como con Oruro, por lo que el viaje era difícil, tampoco había buenos hoteles, por lo que en Uyuni nos tocó pernoctar en un hotel sin baños privados ni calefacción, pero desayunamos maravillosamente en la casa de los dueños de la pequeña agencia que nos proporcionó el carro para hacer el recorrido por las lagunas de Sud Lipez. La segunda noche de nuestro periplo, la pasamos en el pueblito de San Agustín, capital de la provincia Enrique Baldivieso, todos pasamos la noche en una misma habitación,  el baño no tenía agua corriente, y por supuesto ni pensar en una ducha, esa noche, el padre Pérez  ofreció decir una misa en la pequeña iglesia, y asistieron una buena docena de personas,  luego la gente del lugar le pidió si podía dar una misa más al día siguiente que era domingo,  y le pidieron si podía dedicar esa misa a sus difuntos. El cura accedió, y al día siguiente, yo me apresuré en organizar todo lo referente al viaje para estar presente en la misa, más por cortesía que por otra cosa, me temía que no habría mucha concurrencia, a las nueva había poca gente, Eduardo esperó un poco, y la iglesia se fue llenando hasta que no entraba un alfiler más.  El sacerdote, leyó los nombres de los difuntos, que estaban escritos en un papel que le habían pasado los deudos, al tiro apareció otro papelito más, y luego uno más, y uno más, entonces Eduardo sugirió a la feligresía que quien así quisiera, diera los nombres de sus propios difuntos, y empezó cada quien a pedir que la misa fuera por el alma de los suyos, esta situación se alargó por casi media hora. ( aclaro para los maldicientes, que obviamente no cobró un céntimo).

Esta escena se quedó en mi retina y en mis oídos, porque pude vivir por una vez un momento verdaderamente íntimo en una comunidad indígena del altiplano boliviano, porque entendí una aseveración de otro sacerdote que había entrevistado unos años antes, el padre Obermayer, que nos dijo a mi y a un colega alemán, que “el pueblo aymara es fundamentalmente católico”, ( en ese momento hasta nos reimos de la aseveración), y finalmente unos años después pude engranar vivencia con lectura al leer una tesis doctoral sobre la cristianización en el siglo XVI, donde la autora aseveraba que los rituales de la muerte habían sido determinantes en el cambio de religión en los Andes. 

Esa misa, que se volvió una misa de difuntos de facto, me enseñó muchas realidades, tanto de nuestro presente como de nuestro pasado, incluido ese pasado colonial.  El artífice de ese espontáneo y extraordinario encuentro fue Eduardo Pérez, que conocía la realidad boliviana de a de veras, y que tenía una intuición y una sensibilidad a flor de piel para poder dar lo que esa comunidad, su feligresía momentánea, necesitaba. 

Pero también conocí al “Hombre Invisible”, no solo en su calidad de hombre público, de hombre de la noticia o de las grandes ligas, o las actividades multitudinarias, sino en lo que él era en primera instancia, un cura, un pastor de almas, en un Comala boliviano.

El miércoles pasado temprano en la mañana, fui a rendirle mis respetos en la iglesia de los jesuitas, y recordé que me contó como había dado un ultimátum a sus padres a los 17 años para que le dieran el permiso para iniciar su vida en la orden que fue su familia de en adelante.  Esta claro que ese joven, casi un niño, sabía lo que quería, y cómo quería vivir su vida. 

Eduardo Pérez deja un gran legado en Bolivia, no solo en el ámbito de la comunicación. Solo los canallas, como cierta ex ministra del MAS, no pueden reconocerlo, eso si , ha tenido una despedida que reconforta a quienes lo quisieron y lo apreciaron. 

El autor es operador de turismo