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Opinión

De no-Generales y no-Doctores en Las Bolivias

21 de Septiembre, 2024
JOSÉ RAFAEL VILAR
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Hace añadas, muchas, leí Generales y doctores de Carlos Loveira y Chirino, en la misma época que también leí la mejor —para mí al menos— y primera de las novelas de la “picaresca” caudillista de este lado del charco: Tirano Banderas, de Ramón del Valle-Inclán. (En stricto sensu, es la primera novela del ciclo de los esperpentos de Valle-Inclán pero tanto la identifico con Los Caprichos goyescos que no puedo apartarla de esa idea de “picaresca”: entre monstruos, esperpentos y pesadillas, ambas se combinan desde dos ojos —desemejantes pero no ciertamente disímiles ni disparejos— en sus miradas).

Para los que no hayan leído a Loveira y Chirino y su Generales y doctores, haré una brevísima reseña. En resumen, Las Américas —Las Bolivias somos ejemplo— hemos sido gobernadas, en gran mayoría y larga sucesión, por Generales y por Doctores (doctores “de algo”) desde nuestras independencias, cuando cambiamos al ibero por el anglosajón —los primeros tomando té, los de después mascando chicles— y de ser todos partes de cuatro partes —con mucho en común— de un Imperio decadente (Nuevo México, Nueva Granada, Perú y La Plata) terminamos en una larga ristra de Repúblicas: a hoy 19 (y una colonia: Puerto Rico), muchas veces despepitadas (me disculpa si ofendo a alguien) y la mar de las veces, desde entonces, gobernadas por los criollos (o aspirantes a serlo, no importa matiz de piel ni apellido, sino pregúntesele a Chávez… o al pajarito que le habla a Maduro) que antes de esas independencias eran los dueños de la riqueza y luego fueron… los dueños de la riqueza y del Poder (para perjuicio usual de los pueblos indígenas, aunque los indianistas y muchos indigenistas no quieran reconocerlo porque mojaría sus discursos).

Generales y doctores trata de ellos: de los que ocuparon el Poder luego de las menguadas “independencias” y de los que, dos siglos después, han seguido ocupándolo o forzando para ocuparlo. (Aclaro el porqué de “independencias”: no pocas lo fueron tanto menos que en su autonomía antes; muchas se endeudaron con Albión, primero, y EEUU después, “impagando” sus deudas por incapacidad de hacerlo, y éste es uno de sus más graves factores: muchos de nuestros países tras su división “independiente” —atomización en el caso centroamericano, por ejemplo— no incluyeron la viabilidad a futuro. Claro que los más grandes y ricos: Brasil —el Império do Brasil que se dedicó empeñosamente a despojar a sus vecinos—, Argentina —antes de ser país de migrantes fue país exterminador de indígenas—, Perú, Colombia y México —el que más latrocinio de su vecino sufrió— tampoco llegaron entonces, ni ahora, a un Primer Mundo y algunos se contenta con el secundonaje BRICS. En resumen: beneficio de unos pocos —los ganadores— y no-beneficio de los más —los no-ganadores—; “independencias” que, muchas más de las veces, me recuerdan las “nacionalizaciones” del 2006).

Vuelvo a Generales y doctores: Milicos caudillos y caudillos doctores (éstos abogados muchas veces, médicos otras, asaz economistas —pseudoeconomistas— tal vez), iluminados o sin luz propia, nos han gobernado en toda la historia postcolonial, regidos por su ego, su apetito o a veces  su lujuria (ya sabemos de los Perones y los Evos que gustaban de adolescencias impúberes) o la combinación de algunas o todas.

Sin regodear más la historia, hoy en Las Bolivias repetimos —no pudimos escaparnos de nuevo— de una historia de Generales y doctores cual parodia: un pseudoCaudillo de huestes iletradas (las más fáciles de convencer con canicas), un no-General de no-batallas con ansias de predestinado (un día se enteró “que lo parecería” cuando ONGs del Primer Mundo se lo dijeron y un sí-Milico, Chavez, sobó su pelo y le llamó «indio», quién sabe con cuánta sorna criolla llanera). Y como hay no-Generales pseudoCaudillos, hay también no-doctores: “licenciados” que vivieron su gloria de indulgencias ajenas —el súper boom de los commodities de 2008 al 2014— y de silenciar coautorías —Villegas— (ojalá no le echen la culpa a éste del descalabro ahora que nos hundimos en él) mientras que ante el Jefazo  doblaba la cerviz como eficiente YesBoy (escalón inferior al YesMan).

Nuestros dos pseudoCaudillos —el no-General y el no-doctor— hoy son enemigos. A muerte… o por el puesto de Poder, que es lo mismo. Se amagan, se dinamitan espacios, se agreden, se insultan… Todo les es factible por ese Puesto. Pero ni uno lo reconsquista ni quiere dejar de hacerlo ni el otro lo deja ni quiere dejarlo. 

¿Se abuenarán? No lo creo porque los dos bien saben que el débil pierde todo: es un juego win win por todo, o de lose lose (no es de sumar y perder y compensar) poeque ambos se han conocido antes y —a dentelladas— ahora. No sólo ellos, el no-General y el no-doctor, porque los pseudoCaudillos tienen cortes —más que cohortes— de áulicos que, incluso en el imposible caso de una entente cordiale —muy hipotético “entendimiento feliz”—, los dos pseudoCaudillos eliminarían muchos (más aun el que cediera más).

Mientras tanto, sigue avanzando, imparable, la procesión de la crisis. Cualquier solución desde los pseudoCaudillos —más allá de las acusaciones— es mero suicidio (el Paz Estenssoro del 52 no se suicidó con el 21060 porque a) habían pasado muchos años entre esas fechas y b) porque —casi casi como ahora— “el excremento nos ahogaba”). Y, ahora al menos, las multiplicadas oposiciones —más allá de voces y entusiasmos y con meritorias exenciones de la medianía mediocre pero, lamentablemente, sin futuro aún hoy— no pasan de “almas suspendidas”.

Dios se apiade de todos nosotros, los demás de este cuento. 

El autor es analista y consultor político