19, X, 94. ¿Es o no es verdad? CRUCIFICADOS ENTRE SOLIDARIDAD E INDIVIDUALISMO Por José Gramunt de Moragas, S.J. Resulta que cuando creíamos que el mundo se iba arreglan-do luego del estrepitoso fracaso del socialismo, el liberalismo imperante va por el mismo camino. A fuerza de socializarlo todo, se aplastó la espontaneidad individual. Y a golpes de individualismo, "el hombre es lobo para el otro hombre". Los países del Este europeo salieron del socialismo por-que, aun cuando el sistema proclamaba la virtud capital de la solidaridad, producía todo lo contrario, es decir, la irresponsabilidad colectiva, el trabajar lo menos posible la rutina, la falta de competiitvidad, etc. Todo lo cual repercutía en la ineficiencia, el desabastecimiento y la ruina de los recursos públicos que debían distribuirse soli-dariamente para la felicidad de todos. Lo mismo sigue ocurriendo todavía en Cuba. Llegó el capitalismo a esos países con la falacia de que los redimiría de aquellas deficiencias: con la panoplia de armas tales como el libre mercado, la desregulación, la libertad de contratación, la competencia, la privatización de los servicios sociales... se ganaría la batalla económi-ca. Se produciría más, habría abundancia y calidad de mercancías y servicios, aumentaría el empleo... Ya no se hablaba de solidaridad sino de las leyes del mercado. El cambio en la economía se produjo, ciertamente, pero a costa de un individualismo insolidario, salvaje. El mundo sigue infeliz. El socialismo ortodoxo - 'soli-dario' - se agotó porque nadie podía pagar sus altos costos. El neocapitalismo - 'individualista' - está a punto de se-guir la misma ruta porque se desentiende de los individuos de carne y huesos que conforman la mayoría. Atrapados en la disyuntiva, solidaridad-individualismo, el mundo pobre sigue siendo el perdedor. Como siempre. Romper la dicotomía entre los derechos, intereses y responsabilidades individuales y los colectivos, éste es el gran desafío para la intelectualidad de este cimbreante fin de siglo. Debo confesar que los católicos solemos encarar el pro-blema con un rico florilegio de citas bíblicas y vaticanas. No les restaré valor en lo más mínimo. Son fundamentales para quienes creemos que allí se encierra un cuerpo de doc-trina firme y fecunda para el comportamiento humano: indivi-dual y social. Pero es preciso que aquellos principios y preceptos, en los que creemos sin vacilación, se integren en una búsqueda permanente de soluciones históricas, apropiadas a cada tiempo y lugar, que satisfagan a la humanidad cam-biante. Este es un deber de los intelectuales y políticos creyentes. ¿Y los otros, los que no han recibido el don de la fe o que, si algún día lo recibieron, lo dejaron de lado? Me atrevería a afirmar que, para estos otros, tiene que haber una moral laica que les conduzca a encontrar las fórmulas para que los deberes sociales puedan financiarse y para que las libertades individuales engranen con los intereses colec-tivos. Este es el esfuerzo de cualquier persona de buena vo-luntad. Sobre todo de quienes recibieron el don divino de la inteligencia, lucran de la oportunidad de haber acumulado conocimiento o de ejercer alguna función de poder. ------- 19-10-94 12:03XXXX