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Opinión

Vida bien vivida

10 de Octubre, 2024
ALFONSO GUMUCIO DAGRON
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                                                                                                                                                                                                                                             Pierre Kalfon Foto: Alfonso Gumucio

 

Mi amigo Pierre Kalfon me dejó un regalo precioso antes de despedirse de este mundo a los 89 años, el 14 de octubre de 2019: un ejemplar de sus memorias Gracias a la vida (así en castellano, aunque el libro es en francés), publicada un mes antes de su muerte y dedicada a su bisnieta más reciente, Clara Victoria Agatha. “Una manera de unir un siglo a otro”, escribió. Pandemia de por medio, recién pude recoger el ejemplar tres años después, de la mano de su hijo Jerome, quien me contó las circunstancias de su partida. 

Al leer la obra que publicó como edición personal limitada y sin sello editorial, “para la familia y algunos amigos”, rememoro las veces que estuvimos en París, en Managua, en Roma o en La Paz, y lo mucho que disfruté su amistad, su jugosa experiencia latinoamericana y su sentido del humor. Cada vez que llegaba a París, sabía que tendríamos al menos una tarde o noche de charla, buen vino y quesos, con Pierre y con Nicole, a veces con Theo Robichet o Jean Mendelson y otros amigos, en su departamento del sexto piso en la rue Quatrefages, muy cerca de la Gran Mezquita y del Jardín de Plantas, a cuatro cuadras de donde aterricé como exiliado novato en 1972, y muy cerca de donde ahora vive mi hija mayor y dos de mis nietas. Es como si el destino hubiera acercado los espacios en el mapa para facilitar los encuentros. 

Tengo 22 páginas de notas tomadas a mano mientras leía sus “reminiscencias” (término que él prefirió en lugar de autobiografía), y no sé si podré resumir mis emociones y hacer un comentario digerible. Cada página me trae a la memoria anécdotas e imágenes, como si fueran la llave para transitar de ida y vuelta un portal del tiempo comprimido. Él mismo en el preámbulo aborda la dificultad de escribir una autobiografía, que califica de “misión imposible” porque la única manera sería con una película que registre todo hasta en los mínimos detalles, pero eso “sería aburrido”.

Pierre no escribió sus memorias porque ya no veía. Las dictó a su amiga Colette Vacquier y luego revisó con otro amigo y colaborador, Karim Sarroub. Una degeneración macular le impedía leer y escribir. Los últimos correos que intercambiamos eran cada vez más cortos y espaciados, y cuando nos veíamos en París notaba su enorme frustración, aunque su visión periférica le permitía todavía desplazarse solo por su casa y por el barrio. 

Los diez capítulos de su última obra cubren en 280 páginas una vida plena laboral, creativa y familiar, desde su nacimiento en Orán (Argelia) de padres judíos sefaraditas, hasta sus últimos años en París, pasando por su tiempo en Argentina, en Chile, en Colombia, en Uruguay y en Italia, en diferentes capacidades: director de la Alianza Francesa, agregado Cultural, corresponsal de Le Monde, funcionario cultural de la Unesco, escritor, etc. Una vida que él escogió variada y orientada sobre todo hacia América Latina y con especial devoción por Chile (donde estuvo en dos periodos), lo cual explica entre otras cosas el título de sus memorias, tomado de la canción de Violeta Parra. 

Aunque solamente regresó a Orán en dos o tres ocasiones, sin duda su infancia y adolescencia allí lo marcaron profundamente. Argelia era todavía colonia francesa y desde sus primeros años Pierre fue testigo de las luchas por la liberación, pero también de un entorno cultural muy diverso, donde judíos como él convivían con árabes y españoles pobres. Su destino de pied noir (“pie negro”, francés nacido en el norte de África) sería un sello identitario a lo largo de su vida. “Profundamente ateo”, cita a su buen amigo Edgar Morin, también judío: “Puedo, como Spinoza, ser ajeno a toda idea de pueblo elegido. Puedo y quiero basar mi filosofía en el mensaje de la democracia y de los filósofos de Atenas y no en el de las Tablas de la Ley.” 

En Orán fue testigo de la II Guerra Mundial, la disputa territorial y el desembarco de los soldados gringos en 1942. Su afición por la pesca submarina pero también por el esquí de montaña data de esos años. Puede parecer improbable, pero su primera experiencia de esquí (de las muchas que tendría en Francia, en Suiza, en Chile y en otros países) se produjo en las alturas de Chréa, en la propia Argelia, a menos de 70 km de la capital. Su espíritu aventurero lo llevaría a muchas otras montañas a lo largo de su vida. 

No duda Pierre en narrar con naturalidad y sin ninguna inhibición otro tipo de “aventuras” que fueron centrales a lo largo de su vida. En Orán fue desflorado (dépucelé) a los 17 años y a partir de allí su biografía está sembrada de guiños que sugieren las aventuras que tuvo, toleradas por la única mujer que importó en su vida, Nicole Kervévan, madre de todos sus hijos con excepción de la mayor, que fue resultado de una corta aventura juvenil. El sexo es un leit motiv importante en este testimonio autobiográfico, y era un tema recurrente en nuestras charlas. De hecho, para su libro anterior, Amour (pas) toujours (2019), pidió a sus amigos y amigas, incluido yo, el relato de una experiencia íntima, que luego transformó con picardía en una serie de cuentos eróticos, disimulando con seudónimos a los autores originales. 

Su primer viaje a París, a los 17 años está marcado también por la aventura con una dama de compañía que le dejó un recuerdo indeleble… y requirió de tratamiento médico. Pero lo importante es que París se convirtió muy pronto en su destino, ya que decidió estudiar allí cine, nada menos que en el IDHEC, el Instituto de Altos Estudios Cinematográficos (donde estudié veinte años más tarde), y después literatura, embrujado por El rojo y el negro de Stendhal. Lo disuadió el historiador Marc Ferro (otra casualidad que nos vinculaba, ya que fue mi profesor en la Escuela Práctica de Altos Estudios Sociales). Finalmente, luego de idas y venidas entre París y Marruecos se inclinó hacia las ciencias políticas. 

El futuro del joven Kalfon se iba dibujando al azar de las oportunidades y de las decisiones que tomaba guiadas por su sed aventurera, por ejemplo, su temprana adhesión al Partido Comunista Francés a los 19 años de edad, o su primera paternidad (irresponsable según él mismo), a los 22 años de edad luego de una relación tan apasionada como breve. Fue padre por segunda vez, a los 24 años, cuando le tocó el servicio militar, en plena Guerra de Argelia. El azar quiso que, por su mal comportamiento en el cuartel de Vincennes, donde estaba a cargo de la cinemateca del ejército, fuera destinado como castigo a la base de paracaidistas en Romainville. “Un regalo del cielo”, escribe, porque no podía existir un mejor desafío para su espíritu aventurero que tener la oportunidad de lanzarse desde un avión dando gritos de júbilo. 

Por suerte para su dicotomía argelino-francesa, no tuvo que participar en la guerra. Con Argelia independiente, otros caminos lo esperaban en América Latina. Abierto a experimentar, aplicó a un puesto de director en la Alianza Francesa de Rosario (Argentina), donde partió en barco con Nicole y sus hijos Pia (3 años) y Jerome (9 meses). A partir de allí su vida iba a cambiar de manera extraordinaria. De 1958 a 1965 vivió en Rosario, Mendoza y Mar del Plata (d0nde en 1960 nació su hija Valérie). Pierre comenzó detestando Argentina y terminó amándola, según sus propias palabras. Al punto de que el primer libro que publicó en su vida fue sobre Argentina, en la colección Petite Planète de la prestigiosa editorial Le Seuil. 

En sus “reminiscencias” dedica varias páginas a la pampa argentina y su historia. Menciona los enfrentamientos de los indígenas con los estancieros, una verdadera guerra donde el silbido de las boleadoras tenía un efecto sicológico, hasta que los estancieros introdujeron los alambres de púa inventados por los ingleses y el fusil Remington de la guerra de Secesión de Estados Unidos. Años después Pierre haría su primera (y última) incursión en la novela con Pampa (2007, Le Seuil). Lamentablemente el libro no se tradujo al castellano. 

Además de su reputación como eficiente organizador y gestor de la Alianza Francesa en las ciudades argentinas donde vivió, Kalfon fue cónsul honorario en Mendoza, un antecedente de la carrera diplomática por la que optó después, y representante de Uni France Films, con lo que cultivó su afición por el cine. 

No sospechaba que en su siguiente estadía en América Latina, de 1967 a 1973, viviría en Chile uno de los periodos más intensos: la llegada al poder de la Unidad Popular y el derrocamiento sangriento de Salvador Allende con el golpe militar de Pinochet. Su regreso a la región se había producido a raíz de su nombramiento como agregado Cultural de la embajada de Francia. “Una vez más el cine me perseguía”, escribe al recordar que una de sus funciones diplomáticas era organizar ciclos de cine francés. Su cargo diplomático le permitió trabar amistad con lo más granado de la cultura chilena. Su visita a Pablo Neruda en Isla Negra, su relación con Jorge Edwards y sus viajes por la estrecha y alargada geografía convirtieron a Chile en su nuevo amor, al punto que eligió San Pedro de Atacama como el lugar donde quería construir una casa para quedarse a vivir allí. Sus descripciones de ese lugar muestran una suerte de encantamiento mágico que lo subyugaba en ese desierto que alguna vez fue territorio boliviano. 

Rápidamente se involucró en el proceso democrático de cambio social que vivía Chile. Sus agudos análisis de la coyuntura política se publicaban en Francia, en el prestigioso Le Monde, hasta que luego de ganar las elecciones Salvador Alende, el 4 de septiembre de 1970, el diario francés le pidió que fuera formalmente su corresponsal. Este escritor y periodista experimentado escribía todas sus notas a mano y luego las hacía transcribir: nunca usó una máquina de escribir y sólo usó la computadora ocasionalmente en sus últimos años. Sus análisis sobre los éxitos y dificultades del gobierno de Allende mantuvieron informados a los lectores europeos durante varios años, pero ello no estaba exento de riesgos. Las amenazas del golpe militar se cernían sobre Chile, aunque pocos podían creer que sucedería algo así en un país con instituciones tan sólidas. En Chile confluían las esperanzas del mundo progresista latinoamericano y de alguna manera mundial, pero los choques con grupos conservadores alentados por Estados Unidos eran cotidianos. Fue entonces que Nicole y Pierre se fueron diez días de visita a Bolivia, donde el clima social y político no era mejor. En un vuelo que los llevaba de La Paz a Sucre, conocieron a Elizabeth Burgos, la compañera de Regis Debray que estaba preso en Camiri. Pierre narra en tono jocoso algo que vieron en Sucre durante esa visita: los estudiantes y la policía se enfrentaban en las calles durante la mañana, pero ambos bandos hacían una pausa para almorzar antes de seguir la confrontación en la tarde. “¿Era una señal de civilización?”, se pregunta. En Bolivia fracasaría poco después la Asamblea del Pueblo instalada durante el gobierno del general Juan José Torres, y centenares de exiliados políticos cruzarían la frontera hacia Chile. Debray había sido liberado y en Santiago solía visitar la casa de Pierre, con una enorme pistola en la cintura, “regalo de los cubanos”. 

El testimonio de Pierre sobre el golpe militar del 11 de septiembre de 1973 ocupa algunas de las páginas más vibrantes de su relato. En ellas cuenta cómo usó su escudo diplomático para ayudar a quienes eran perseguidos y corrían riesgo de muerte. Una tras otra, las escenas de desolación reviven en su memoria: la muerte y el entierro de Neruda, los cadáveres flotando sobre las aguas del Mapocho, los centenares de presos políticos en el estadio de Santiago. Nuestro amigo Theo Robichet, que aterrizó con una carta de recomendación de Debray (que había salido un mes antes), registró esas terribles escenas en el documental Septiembre chileno (1973) que realizó junto a Bruno Muel. Pierre no manifiesta ese mismo respeto por el cineasta chileno Helvio Soto, que no habiendo estado en Santiago durante el golpe, le pidió más tarde en Buenos Aires que le hiciera un relato pormenorizado de los hechos. Dos años después descubrió que esa información le había servido a Soto para elaborar su largometraje Llueve sobre Santiago (1975), donde el papel de periodista lo interpreta Laurent Terzieff: “Un film fallido de un director mediocre”, escribe Pierre en sus memorias. 

Por razones de golpe mayor, una nueva etapa se abrió en la vida de Pierre Kalfon y su familia. Atrás quedó San Pedro de Atacama y muchos sueños y esperanzas. De regreso a París no trabajó como periodista sino en la Unesco, lo cual inaugura otra etapa definitoria de su vida. 

Cuando su relato íntimo aborda el primer quinquenio de la década de 1970, nuestros caminos se “intersectan” (anglicismo que prefiero a “intersecan”, que recomienda la RAE). Conocí a Pierre por intermedio de Theo Robichet, y lo frecuenté desde entonces con el entusiasmo del joven estudiante a quien un maestro acoge generosamente en su casa. Fue Pierre quien me animó a escribir sobre Bolivia para la colección Petite Planète, donde él ya había publicado el correspondiente a Argentina, una obra deliciosa, llena de humor y conocimiento sobre el país donde pasó siete años en su primera incursión latinoamericana. La colección había sido fundada por el Chris Marker en 1954, quien la describió así: «No son guías, ni libros de historia, ni folletos propagandísticos, ni impresiones viajeras; son conversaciones con personas a las que nos gustaría escuchar porque son sensibles e inteligentes, y porque saben cosas insólitas sobre países adonde nos gustaría ir aunque sólo sea con nuestra imaginación.»

Simone Lacouture, directora de la colección Petite Planète había escrito la obra sobre Egipto. Cuando llegué a verla a su oficina en la Rue Jacob me dijo que el libro de Pierre era el mejor, una suerte de inspiración para todos los demás autores. “Pero usted no puede escribir el libro sobre Bolivia” me dijo sin ambages, y al ver mi rostro entre humillado y sorprendido, añadió: “Por dos razones: el francés no es su idioma materno y además no queremos libros escritos por autores sobre su propio país”. Efectivamente, en los 57 títulos publicados hasta entonces, ninguno había sido escrito por un autor de la misma nacionalidad. Le ofrecí un trato: en un par de meses le iba a entregar dos o tres capítulos del libro, en perfecto francés, y si no le gustaban no había ningún compromiso. Trabajé bastante en esos textos, que traduje yo mismo con la ayuda invalorable (y gratuita) de mi amiga Monique Roumette, y se los llevé a Simone Lacouture. Poco tiempo después firmé el contrato para ese pequeño libro que me dio muchas satisfacciones. Fue la edición más grande que se haya hecho de mis libros: 30 mil ejemplares en el primer tiraje. Bolivie (1981) se publicó con el número 63 en la colección Petite Planète. 

De los encuentros memorables con Pierre, está por supuesto nuestra experiencia en la nueva Nicaragua que emergió de la revolución sandinista en julio de 1979. Ambos estuvimos durante unos meses en 1981, él como asesor de Unesco en el ministerio de Cultura y yo como consultor del PNUD en el ministerio de Planificación que encabezaba el “comandante Modesto”, Henry Ruiz, hoy enfrentado a la dictadura de Daniel Ortega. Pierre había comenzado su trabajo con Unesco en Colombia, donde estuvo en 1975 y 1976. Al mirar retrospectivamente su experiencia en Nicaragua, Pierre manifiesta la misma frustración de todos los que vivimos los primeros años estimulantes de la revolución sandinista, totalmente descuartizada por Daniel Ortega tres décadas más tarde. No escatima palabras para calificar al dictador de la república centroamericana. 

A su regreso a Francia, continuó trabajando en la Unesco, en el gabinete del director general con el encargo de escribir los discursos del senegalés Amadou-Mahtar M'Bow (fallecido a los 103 años este 24 de septiembre de 2024). A propósito de ese periodo, desliza algún comentario socarrón cuando cuenta que M’Bow no sabía leer sus discursos, por lo que había que resaltar con lápiz rojo y azul las frases y palabras más importantes, las pausas o los énfasis de entonación. 

Definitivamente la burocracia de la Unesco no era lo que prefería, por ello decidió regresar al servicio diplomático francés cuando se abriera una oportunidad. Esta se dio con su nombramiento en 1983 como consejero cultural de la embajada de Francia en Roma, donde lo visité alguna vez en el maravilloso palacio Farnese, de arquitectura renacentista, cedido en 1936 a Francia por el gobierno italiano durante 99 años, situado a dos cuadras del rio Tíber y muy cerca de la plaza Campo di Fiori, donde el año 1600 fue quemado vivo por la Santa Inquisición el astrónomo, filósofo y poeta Giordano Bruno. Los dos años de Pierre en Italia fueron de esparcimiento y dedicados a la cultura, para lo que Roma se presta con creces. Además, fiel a sus inclinaciones traviesas, alquiló un departamento donde el dormitorio contaba con una enorme cama matrimonial rodeada de espejos.  

Los capítulos siguientes de las memorias de Pierre Kalfon parecen narrados con más prisa que placer. Su actividad diplomática en Uruguay (1988-1990) como consejero cultural, su regreso a París (1990-1992), sus múltiples viajes por el mundo, su dedicación a los hijos y nietos, se entretejen en un relato más pausado que rescata episodios dispersos. 

Lo más importante de los años que siguen es su investigación para la biografía del Che, considerada una de las mejores junto a la de Jon Lee Anderson. Para escribir Ernesto Guevara, una leyenda de nuestro siglo, publicada primero en francés en 1997 (y luego en castellano, portugués, italiano y algún otro idioma), Pierre dedicó varios años de su vida no sólo a reunir una enorme biblioteca relacionada con el personaje, sino a recorrer los lugares por los que el Che había pasado y a entrevistar a quienes lo habían conocido. 

El inicio de su investigación en 1991 coincidió con su regreso a Chile después del retorno a la democracia y la caída en desgracia de Pinochet (que no sólo resultó ser un dictador sino un ladrón de marca mayor). Pierre volvió por la puerta grande al país de donde había sido expulsado. Como consejero cultural de la embajada de Francia (un rango más alto que el de agregado cultural, que había ocupado a principios de la década de 1970), encontró de 1992 a 1995 un país muy diferente. “En este regreso a Chile, Nicole y yo sentimos la misma ansiedad impaciente de los exiliados que vuelven a casa después de veinte años de ausencia. Sabíamos, por supuesto, que diecisiete años de dictadura habían tenido un efecto definitivo en la sociedad, en el comportamiento de la gente y en su visión política. Pero no sabíamos hasta qué punto se había transformado la mentalidad general”, escribe con amargura. “Nos cambiaron nuestro Chile”, agrega al constatar que el país combativo y solidario que habían conocido, era ahora “un país como los otros”, motivado por el dinero, el consumismo y las apariencias. 

Aun así, retomó el proyecto-sueño de construir una casa octogonal en su “querencia”, una colina cerca de San Pedro de Atacama, el lugar que le había fascinado siempre a pesar del paisaje austero y desértico. Pero al consultar sobre la disponibilidad de agua tuvo que abandonar la idea. Aunque no del todo… Escribe en sus memorias que en su testamento dejó establecido que sus cenizas sean dispersadas en aquel lugar. Algo que habría de suceder más temprano que tarde. 

La última etapa de la vida y del relato biográfico de Pierre Kalfon transcurre en París a partir de 1995, dedicado de lleno a la actividad intelectual, para lo cual se empeñó en fabricar un buen escritorio y estanterías con media tonelada de madera mañio (Podocarpus nubigenus) endémica en la Patagonia, que llevó desde Chile en el contenedor diplomático al que tenía derecho. Durante ese periodo retomó los viajes de investigación para escribir la biografía del Che. Le dedicó dos años a la escritura, a mano, como siempre. Las únicas interrupciones que se permitía eran para nadar muy temprano en la mañana y para unir su voz a una coral que se reunía una vez por semana en la parroquia de Saint Médard. 

Bolivia fue una de las etapas de su investigación y pude colaborar en el empeño convocando a mi casa, para una velada de animadas conversaciones, a Loyola Guzmán, a Freddy Alborta, a Ted Córdova Claure, a Marcelo Quezada, a Carlos Soria Galvarro y a Amalia Barrón, todos ellos vinculados en mayor o menor medida con la presencia del Che en Bolivia. Pierre menciona ese encuentro en sus memorias y cuando su libro sobre el Che se publicó, me obsequió uno de los primeros ejemplares con una dedicatoria que subraya el logro de haber creado una biografía y no una hagiografía: “Querido Moro, Encore merci pour m’avoir aidé à investiguer l’histoire bolivienne de ce Che à présent débarrassé des secrets de l’hagiographie”. 

No estaba todavía impreso el libro en la editorial Le Seuil, que ya se realizaba un filme documental con guion de Kalfon, dirigido por Maurice Dugowson (fue la última película del director francés, fallecido en 1999) y se estaban negociando versiones a otras lenguas. Pero la traducción al castellano realizada en Barcelona por Plaza & Janés hizo montar en cólera a Pierre porque era pésima y tuvo que corregirla él mismo de pe a pa durante el verano de 1997, con tanta rabia contenida durante ese proceso, que al concluir la tarea fue hospitalizado con un cólico nefrítico. 

Es poco usual que en una autobiografía el autor se ocupe de lapidar verbalmente a personajes que le caen mal o que le han hecho algún daño, pero Kalfon lo hace varias veces a lo largo del libro, sin rodeos, con claridad y contundencia. La explicación está no solamente en su libertad de pensamiento adquirida de joven y cultivada a lo largo de su vida, sino también porque este testimonio de vida era parte de un plan concebido meticulosamente. 

La vista de Pierre se deterioraba progresivamente, ya no podía escribir y tampoco leer, aunque lo hizo un tiempo con una lupa enorme que le permitía descifrar textos cortos. Ello no impidió que fueran intensas las actividades en los últimos años de 1990 y toda la primera década del nuevo siglo y milenio. Con el cineasta chileno Patricio Henríquez retornó a Santiago para filmar 11 de septiembre, el último combate de Salvador Allende (1998) donde reconstruye con exactitud la soledad histórica de sus últimas horas y el dramático suicidio de Allende, con testimonios de testigos presenciales. Ese mismo año reunió sus mejores textos sobre Chile publicados dos décadas antes en Le Monde y en Le Nouvelle Observateur, en el libro Allende: Chile 1970-1973, con prefacio del historiador Marc Ferro, su maestro de historia en Orán y amigo desde entonces (otra casualidad: profesor mío en la École Pratique de Hautes Études, en París).  

Su espíritu inquieto lo lleva a iniciar una nueva aventura el año 2000: su novela Pampa (2007) cuyo origen fue una tesis doctoral que nunca cristalizó como tesis, pero sí como un apasionante relato histórico. Para prepararla viajó a Argentina y se adentró durante casi tres meses en un jeep 4 x 4 en los lugares donde la historia de fines del siglo XIX situaba a los personajes y los hechos. Recorrió 11 mil kilómetros en pleno verano austral. Quería sentir el entorno geográfico para no escribir de memoria. Al leer la novela el lector sabe que Pierre estuvo allí, que sus descripciones no sólo se ajustan a la realidad, sino que la recrean en los menores detalles. “Ya terminé mi novela, sólo me queda escribirla”, dice parafraseando a Racine. 

Con esa obra cierra con broche de oro su actividad creativa. Cuando reflexiona en sus memorias sobre Argentina, rinde un homenaje a esa América Latina que adoptó y que fue tan importante para toda su familia, sus cuatro hijos, once nietos y ocho bisnietos. El parto de la novela fue largo, nunca antes había tardado tanto en escribir una obra. Luego, la unidad del libro autobiográfico se rompe para dar paso a un rompecabezas donde se acomodan en la gran fotografía de su vida, las anécdotas, los viajes de placer a diversos rincones del mundo, las invitaciones para presentar sus películas y sus libros anteriores, los encuentros con personajes interesantes, los comentarios sobre política francesa y los infaltables episodios eróticos de los que se vanagloria discretamente, sin ir más allá de las menciones que cualquier lector atento puede interpretar. En la conclusión se refiere a esos frecuentes “guilledou” que Nicole toleraba porque tenía la certeza de ser la única mujer de su vida, Pierre dixit

Aunque casi ciego y con 80 años encima, no le faltaba energía para seguir practicando, además, otros deportes de alta exigencia física. Era tan feliz esquiando o buceando como lo había sido lanzándose en paracaídas cuando era muy joven. Todo esto está narrado a partir de las notas que tomaba para no olvidar aquello que ya vislumbraba que sería parte de sus memorias. De ahí la impresión fragmentaria de las últimas páginas, donde ya no se toma el tiempo de desarrollar los episodios que la vida le sigue regalando. 

Diez líneas antes de poner el punto final a sus memorias y de transcribir en su integridad el poema/canción de Violeta Parra, parece anunciar el desenlace: “Hay que saber retirarse cuando llega el momento”. 

Terminé de leer con emoción las memorias que Pierre Kalfon escribió exclusivamente para su familia y amigos, sin otro sello editorial que su propio nombre. Lo hizo sin pretensiones literarias, en un estilo directo, fresco y sincero. Dan ganas de volver a París y visitarlo una vez más en el departamento de la Rue de Quatrefages para darle un fuerte abrazo, cruzar observaciones, encuentros comunes o lugares en los que coincidimos en diferentes etapas, o simplemente caminar juntos por las arenas romanas de Lutecia, la Gran Mezquita de París o el Jardín de Plantas, lugares emblemáticos de su barrio. Pero sé que ello ya no es posible. Gracias a la vida se publicó en septiembre de 2019. Un mes más tarde, el 14 de octubre, meses antes de cumplir 90 años de edad, decidió partir en tranquilidad y en paz con la vida que vivió intensamente. 

El autor es escritor y cineasta 

@AlfonsoGumucio