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Opinión

Una larga marcha en agosto

30 de Agosto, 2024
GABRIELA CANEDO
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El 12 de marzo de 1930, Mahatma Gandhi apoyado en un bastón de bambú, salió de su monasterio hinduista para recorrer a pie más de 300 kilómetros y llegar después de casi un mes, a la costa del mar Arábico el 06 de abril. Allí, agarró un puñado de arena rica en sal, lo levantó haciendo la señal de triunfo y pronunció las famosas palabras: “Con este sencillo acto sacudo los cimientos del imperio británico”. Pues con esta forma de protesta pacífica, Gandhi denunció el monopolio británico sobre las minas de sal de la India. Esta hazaña conocida como la Marcha de la Sal dio paso a la independencia de la India del Reino Unido y fue una inspiración para otros movimientos sociales. 

En el país, agosto es el mes de las marchas icónicas que sellan nuestra historia. El 21de agosto de 1986 se iniciaba la Marcha por la Vida, que concentró a más de 25.000 trabajadores mineros y sectores populares del país que se movilizaron en contra de la relocalización y la pérdida de sus fuentes de trabajo, durante el gobierno del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) de Víctor Paz Estenssoro. Las declaraciones de los dirigentes mineros, entre ellos Filemón Escobar, anunciaban que la movilización era pacífica. Debía llegar a La Paz en una semana, y una vez allí, se declararía una huelga de hambre indefinida para lograr la revocatoria de la política gubernamental, contenida en el Decreto Supremo 21060. Sin embargo, esta marcha no llegó a su destino, a sede de gobierno, pues fue intervenida el 28 de agosto. El gobierno decretó estado de sitio y detuvo la movilización con militares, tanques y carros de asalto. Los mineros fueron cercados en Calamarca y ante el riesgo de fuego y pérdidas de vidas, los dirigentes tomaron la decisión de retornar a los centros mineros de los que partieron. Esta marcha pacífica fue respondida con violencia. 

Cuatro años después, el 15 de agosto de 1990 se llevó a cabo la primera marcha indígena “Por el territorio y la dignidad”. Corregidores de distintas comunidades, desde San Lorenzo de Mojos, decidieron iniciar la primera marcha indígena, rumbo a La Paz, cansados del despojo e invasión permanente de ganaderos y madereros. Ernesto Noe y Marcial Fabricano, encabezaron la misma. Después de haber recorrido más de 600 kilómetros en treinta y cuatro días, los pueblos indígenas de las tierras bajas irrumpen en la sede de Gobierno, demandando “Territorio y Dignidad” y logran la titulación de siete territorios indígenas. Desde la emblemática marcha por el Territorio y la Dignidad hasta la actualidad, han pasado algo más de tres décadas, en las que se han llevado a cabo más de una decena de marchas indígenas, en todas, el eje fundamental ha sido la defensa del territorio. Además, son una lección de dignidad, perseverancia y tesón pues implica sortear la distancia, soportar las inclemencias del tiempo, el cansancio, la incomodidad, el dolor y las ampollas en los pies. 

Las marchas son medidas pacíficas que cuestionan e interpelan al poder. Éstas movilizan a los afectados, ganan adherentes en el camino y generan empatía, y solidaridad de quienes se unen a la causa de aquellos que se juegan la vida y la integridad en el recorrido. Los marchistas hacen frente incluso al riesgo de que esta forma de derecho a la protesta pacífica sufra intervenciones y represiones como la de la Marcha por la Vida y la de Chaparina. 

Esta modalidad de protesta es un acto de resistencia no violenta que invita a conciliar, y las más de las veces tuvo sus logros. Cabe destacar que se instalaron con ímpetu en el país, a partir de las marchas de agosto “Por la Vida” y la del “Territorio y la Dignidad”, que siempre debemos recordar. 

La autora es socióloga y antropóloga