Lo que menos me gusta de ser boliviano es esa casi obligación que tenemos los nacidos en estas tierras de odiar a Chile. Las horas cívicas, la plañidera del 23 de marzo, la ridícula y larguísima bandera, el himno del mar, todo lleva a que el boliviano común, para amar a su país tenga que odiar, siquiera un poco, a Chile. Y ese sentimiento negativo, creo que nos ha hecho más daño que bien, y no me refiero a nuestras relaciones con Chile, y a un potencial mejoramiento de nuestra realidad económica, si realmente llegáramos a acuerdos sensatos. A lo que me refiero es algo más profundo que eso, a nuestra alma, al espíritu nacional, tan acostumbrado a cobijar el rencor, que ha terminado por carcomerlo.
A lo que me voy es que esa cultura del rencor, del odio hacia el otro, puede ser que esté tan internalizada, que también puede, nacionalismo y provincianismo de por medio, trasladarse a otra frontera, me refiero al Perú, el país que es casi nuestro hermano siamés, el país con el que nos parecemos tanto, que un foráneo difícilmente nos podría distinguir. No es una casualidad que el nombre que se le dio a estas tierras fue Alto Perú. Lo que hoy es Bolivia fue parte del Perú desde antes de la existencia del Perú como entidad colonial, aún como ese conglomerado político llamado Tahuantinsuyo, los lazos que existen entre Tiahuanacu y la cultura Moche, del norte del Perú, y ni que decir con Chavín de Huántar, ponen en evidencia ese desarrollo cultural común milenario que nos une.
En las últimas semanas me he topado con unas cuantas páginas en una red social importante, que se dedican a denostar al Perú, llaman al país de ladrón, han deformado el bello símbolo nazca que los peruanos utilizan para su marca país y lo han convertido en la cola de una rata, y los insultos hacia nuestros vecinos, siguen y suman de una manera ya morbosa. Una de esas páginas tiene más de 5000 seguidores, y realmente me sorprende que la plataforma FB la tolere, puesto que es un espacio que genuinamente fomenta odio.
Este odio al Perú, se ha creado alrededor del supuesto plagio de danzas folklóricas cuyo origen es español, y común a buena parte de lo que fueron los dominios de ese increíble imperio. Uno hubiera creído que la música, la danza tiene que unir a las personas, no enfrentarlas, que el baile es una actitud recreativa que denota una cierta felicidad, un ímpetu por vivir. Pero en este caso, la mezquindad, la pobreza de espíritu, la tacañería del alma, esta convirtiendo a la música y al baile, en argumentos para enfrentar a hermanos que como digo arriba, somos tan parecidos que hasta nos confundimos, sobre todo, digamos entre Puno y Oruro, pasando por La Paz, y el Cusco obviamente.
Esta situación absurda creo que fue indirectamente alentada por esa un tanto ridícula idea del llamado Patrimonio Inmaterial que se inventó la Unesco hace unos treinta años. Patrimonio Intangible, es dicho amablemente un oxímoron, pero puede no ser otra cosa que un sinsentido, y en este caso, uno pernicioso.
Mal que les pese los diablos furibundos que tanto defienden la bolivianidad de esa danza, lo cierto es que el epicentro de la cultura andina, de nuestra cultura, no esta en nuestras actuales fronteras. Como dijo Garcilaso, el cronista descendiente de Huayna Capac, el Cusco es como el ombligo del mundo. Para entendernos como bolivianos, es importante hacer una pequeña peregrinación cultural al Cusco, si ve va allá, con los ojos bien abiertos, se entenderá cuan absurdo es pelearse por un baile.
“El patriotismo es el último refugio de los canallas”, lo dijo Samuel Johnson hace más de doscientos años, busque Ud. las páginas a las que me refiero, y le dará toda la razón.
El autor es operador de turismo