El 18 de diciembre de 2005, Bolivia votó por un cambio. ¿Acaso es verdad? ¿O sería más real decir que votó por el hastío, por calmar la confrontación y por el fracaso de la democracia pactada? ¿Similar a las finales motivaciones —causas parecidas— de la victoria de Arce en la elección de 2020, tras el fracaso de la Transición? Analizado de esa forma —el fracaso del modelo que rigió la gobernabilidad del país tras el regreso de la democracia en 1982 y no el triunfo de una abstracta y ambigua Revolución Democrática y Cultural—, se puede entender el 21F de 2016 y los 21 días tras el fraude de 2019.
A partir de la asunción de Morales a la Presidencia el 22 de enero de 2006 —sobre todo, tras el simbolismo político el 21 de la “coronación ancestral” en Tiahuanaco como “líder de todos los indígenas”, algo luego copiado por otros mercachifles de la progresía latinoamericana—, Bolivia se convirtió para los poderes del socialismo 21 (Cuba, Venezuela y el Foro de São Paulo entonces) y para la progresía marxista europea en campo de experimentación de la indianización de la nación —diluida en “naciones” que no lo eran— y de un Modelo Económico Social Comunitario Productivo que sólo funcionaría como redistribuidor de excedentes.
Los años inmediatos fueron los de la Constituyente —y la Constitución viabilizada por Unidad Nacional—; la derrota de la Media Luna —gracias al ciego suicidio de Quiroga—; la reelección “originaria” de 2009 —la Constitución de 2009 como borrón y cuenta nueva—; el fracaso de la indianización en 2012 —el Censo demostró que Bolivia era un país mestizo y urbano—; la rereelección de 2014 —gracias al llunkherío genuflexo del Constitucional—, hasta llegar a la primera verdadera derrota de Morales: el 21F de 2016, cuando —a pesar de un padrón observado— la mayoría de los electores le dijeron NO al prorroguismo y la rerereelección.
Hoy Morales Ayma se debe sentir desubicado, confundido y seguro amargado (amargadísimo): “su Obra” (el MAS-IPSP) se la roban otros —sin acordarse de que hizo lo mismo con Véliz, con Escóbar y tantos más—; que sus aliados de sus 14 años (las organizaciones del Pacto de la Unidad) y que los asambleístas de la Plurinacional que él puso en listas se le van desgajando hacia Lucho —y la billetera del Estado—; que sólo le queda Radio Kawsachun Coca para decir “su” Verdad —él, que siempre tenía detrás TVB, Cambio, ABI, La Razón, ATB y tantos otros—; que su discurso sólo resuena en un mundo indígena y rural que se reduce en un país cada vez más mestizo y urbano… Por último, va entendiendo que sus fieles que no le abandonan —al menos, por ahora— son los cocaleros del Chapare, de quienes salió en 1997 para la política nacional… y a los que cada vez más les arrincona el negocio y perjudica su enemigo más feroz: Del Castillo, que debe serle como la espada flamígera de San Miguel Arcángel con los demonios del mal, si Morales Ayma pudiera recordar un posible catecismo en la infancia.
El Congreso del MAS se le fue entre los dedos: creyó que con hacerlo en su feudo, excluyendo a todos los críticos y disidentes —por “traidores”—, invitando la presencia del TSE a través de su SIFDE para que oleara su proclamación y liderazgo y luego apurando su conclusión para que no lo frenara un mandato judicial, tenía “la cama servida”. Pero el TSE “le hizo la cama” cuando declaró viciada su elección y de sus acólitos y pidió repetir el Congreso (es verdad que, hábil y “democráticamente”, también le bajó “el pulgar” a la UCS y al MTS, conminándolos a repetir sus procesos internos).
De que el actual oficialismo ganó el round y obtuvo tiempo para fortalecerse con el Pacto de Unidad es indiscutible, tanto como que dejó muy mal parada la imagen de liderazgo de Morales Ayma. También es cierto que el Cabildo de El Alto no fue lo exitoso y contundente que el oficialismo esperaba (o necesitaba) pero fue un gol estratégico que esa asamblea no lo proclamara candidato: ahora tiene la opción de hacerlo legalmente con un Congreso sin —o casi “sin”— Evo.
Por todo eso —y porque la crisis económica que indefectiblemente se nos viene no puede ser eternamente postergada— creo, como Jerges Mercado (“Mercado advierte riesgo de ingobernabilidad e incluso teme adelanto de elecciones”, La Razón, 30/10/2023) y como después desarrollaría Carlos Valverde en su programa Sin Compostura del 01 de noviembre, que el Presidente Arce aprovechará ahora las cinco condicionantes que, para Valverde, le favorecen: a) la crisis que aún no llega; b) la derrota del MAS de Morales por el TSE; c) que para Morales su liderazgo está disminuido y que sus fieles en la Asamblea disminuyen cada vez más —la potencial captación de Andrónico sería la señal para el último desbande—; d) el control indiscutible de Arce sobre los cuatro Poderes —vía billetera del Estado u otras—, y e) que las oposiciones siguen dispersas, sin liderazgo (aunque con algunos asambleístas destacados) ni estructura ni programa.
Sin embargo, en la estrategia de Arce todas las oposiciones no son tan descartables: un acuerdo “amistoso” —o “casi amistoso”— podría serle muy beneficioso para una repostulación —y muy posible reelección— constitucionalmente legal. Posiblemente esa vía la vaya preparando que el Tribunal de Instancia de El Alto devolviera la acusación contra la expresidente Añez “por corresponderle Juicio de Responsabilidades” —y que el ministro Lima no saltara furibundo—, que la Cámara de Diputados dejara para la próxima legislatura la decisión sobre cinco posibles Juicios de Responsabilidades contra Añez y que, sobre todo, el Tribunal Supremo de Justicia decidiera revisar (antes de sentencia firme) la condena contra Añez —sin juicio de responsabilidades— por el caso Golpe II. A fin de cuentas, la famosa reunión de Evo, Arce y otros que decidió excluir a Añez de los juicios de responsabilidades que le correspondían como autoridad constitucional —así la avaló entonces el Constitucional aunque después se atragantara— y aventó el Relato del Golpe, Arce puede endilgarla a presiones de Morales (y, de yapa, Arce quedar bien con las recomendaciones de García Sayán y hundir muchísimo más a Evo). Un maquiavelismo de academia.
El autor es analista y consultor político