El 24 de diciembre Marc Ferro habría cumplido 100 años. La fecha ha sido conmemorada en Europa por varias instituciones para las que trabajó como docente. Sus libros han sido reeditados y la dimensión histórica de su figura académica ha sido nuevamente relievada para el conocimiento de las nuevas generaciones.
Cuando Ferro fue mi profesor de “Cine e Historia” en la École pratique des hautes études, en París, a principios de la década de 1970, me parecía ya un señor mayor, pero tenía apenas 50 años. Aprendí muchísimo con él, y al respeto por el intelectual se sumó el cariño por el gran maestro, generoso y entusiasta para compartir sus conocimientos con los estudiantes ávidos de empaparse de ellos.
En el mundo del cine que me tocó vivir en esos años tan pletóricos de energía y creatividad, en plena Nouvelle Vague (con figuras como Truffaut, Godard, Rivette, Varda o Louis Malle, entre otros) los grandes cineastas y críticos de cine solían parecerlo, además de serlo. Es decir, cada quien creaba su persōna, vocablo del latín que significa “máscara” o “personaje” (con probable raíz griega prósōpon). Es bastante típico de los intelectuales y artistas franceses y europeos en general representarse como personajes, encarnarse como tales para que se note incluso antes de que abran la boca. Sin embargo, Marc Ferro era muy diferente. A pesar de su enorme trayectoria, era un hombre sencillo, vestía “normalmente” casi siempre de corbata (incluso demasiado formal para ese periodo post-mayo de 1968), su corte de cabello era ordenado mientras nosotros, sus estudiantes, dejábamos crecer la melena sobre los hombros. Y no necesitaba hablar con voz afectada e impostada para compartir lo que sabía, como sucedía con algunos grandes maestros y críticos de cine de Cahiers du cinéma, que teníamos como profesores en Vincennes.
Las clases de Marc Ferro, que yo tomaba los fines de semana porque el resto del tiempo estaba en el IDHEC o en la Facultad de Vincennes, eran extraordinarias ya que nos permitían entender las relaciones del cine con la historia, algo que él luego desarrolló en su libro Cinéma et histoire (1977, Denoel) traducido a varias lenguas. Publicó en vida 65 libros, de los cuales cuatro están directamente vinculados al cine: Analyse de film, analyse de sociétés (1974, Hachette), Film et histoire (1984, Éditions de l'EHESS), y Le Cinéma, une vision de l'histoire (2003, Le Chêne). La temática de sus otros sesenta libros se centró en la revolución rusa y el comunismo, el nazismo, la primera y la segunda guerra mundial, el mundo árabe y la colonización, y otras obras de reflexión sobre el sentido mismo de investigar y de cuestionar la historia.
Semejante producción bibliográfica da una pauta de la enormidad de su conocimiento y del trabajo que realizó como investigador y como maestro de varias generaciones. Mi amigo Guy Hennebelle, director de la revista monográfica CinémAction (y coautor conmigo de Les cinémas de l’Amérique Latine) le dedicó a Marc Ferro en 1992 el número especial Nº 65.
Durante el tiempo que lo tuve como maestro en el Barrio Latino (47 rue des Écoles, cerca de Odeón), abordamos dos de los periodos históricos que más estudió: la Revolución Rusa y el nazismo. Más allá de ser temas históricos de trascendental importancia, ambos tenían para él un significado especial: su madre, de apellido Fridmann, había nacido en el Imperio Ruso en Novohrad-Volynskyï, hoy territorio de Ucrania. Por su origen judío padeció la persecución de la política antisemita durante la ocupación nazi de Francia, hasta el extremo más infortunado, ya que fue apresada y enviada al campo de concentración de Auschwitz, donde murió gasificada el 23 de junio de 1943. Esa vivencia del joven Ferro durante la segunda guerra mundial explican su apasionado interés por la historia de la primera mitad del siglo XX en Europa.
Nunca nos habló de esos hechos familiares que seguramente le dolían profundamente. El “dolor” por lo que no está bien en el mundo que nos rodea es el primer impulso que motiva a los investigadores, para tratar de explicar situaciones históricas que lastiman. Con Marc Ferro analizamos películas producidas durante el nazismo, como El judío Süss (la versión de 1940) o El triunfo de la voluntad (1935) de Leni Riefenstahl, así como los filmes clásicos del cine soviético: El acorazado Potemkin (1925), Octubre (1928), ambas de Serguéi Eisenstein, y otras de Dziga Vertov, Dovzhenko o Pudovkin.
Con Ferro veíamos las películas y las discutíamos. Mientras nosotros aventurábamos interpretaciones improvisadas, él compartía su enorme conocimiento histórico para explicar el porqué de una escena o de un personaje. Eso nos obligaba a investigar y a leer libros de historia, para comprender el contexto en el que se habían inspirado las obras cinematográficas, y el contexto en que se habían producido, que no siempre son coincidentes.
Mi afición por la historia del cine nace precisamente de esas clases con Marc Ferro, incluso antes de que él publicara sus libros más conocidos. En realidad, había publicado sólo tres libros sobre historia antes de 1970, y su principal producción data de las décadas de 1980 a 2010. Cuando fui su estudiante tuve el privilegio de aprender lo que después sería plasmado en sus cuatro libros sobre cine e historia, que en buena medida surgieron de esas discusiones con sus estudiantes. La relación entre las imágenes (ya sean documentales o de ficción) y los hechos históricos ayuda por una parte a comprender la narrativa cinematográfica, pero por otra los hechos en que se basan las historias contadas. Como docente de cine he tratado de aplicar esa misma destreza de analizar la historia a través del cine y el cine a través de la historia. Es un camino de ida y vuelta.
A Marc Ferro le debo además el primer esbozo escrito de mi investigación sobre la historia del cine en Bolivia. No tenía plena conciencia o memoria de ello hasta que Sebastián Morales, al revisar mis viejos papeles para el estudio introductorio de la edición definitiva de mi libro en la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia (BBB), encontró una suerte de propuesta de investigación (un documento mecanografiado) que yo había presentado a Marc Ferro donde planteaba ya el proyecto, a mediados de la década de 1970, de escribir La historia del cine boliviano, que se publicaría recién en 1982 casi simultáneamente en Bolivia (Los Amigos del Libro) y en México (Filmoteca de la UNAM).
Los estudios sobre cine e historia constituyen una etapa relativamente breve en la vida intelectual de Marc Ferro. La mayor parte de su obra se ocupa de otros temas que lo apasionaban. Sobre la Revolución Rusa y el comunismo publicó nada menos que 17 obras; sobre la colonización en el mundo árabe, otras cinco. Sobre las dos grandes guerras, siete libros y sobre otros temas históricos, una treintena más. Pero el cine lo cautivaba de manera especial, o más bien la imagen, con su propia narrativa, más allá de las películas argumentales o los montajes documentales. Quizás por ello participó en una decena de proyectos cinematográficos y durante 12 años (entre 1989 y 2001) mantuvo en la Cadena 7 de televisión el programa regular “Historia paralela”, donde a lo largo de 630 emisiones de 50 minutos, analizaba imágenes que habían sido tomadas 50 años antes, durante la Segunda Guerra Mundial, un despliegue fascinante de conocimiento y capacidad de reflexión. El programa continuó después de 1992 en la cadena Arte. Utilizaba el cine como instrumento de conocimiento de la historia de las sociedades con la firme convicción de que las imágenes son valiosos testimonios al igual que las fuentes tradicionales escritas, o quizás más.
Mantuvo su agudo sentido crítico a lo largo de su vida. En una entrevista con Evelyn Erlij el 9 febrero 2017 dio curso a su razonamiento sobre la enseñanza de la historia. Había coleccionado textos educativos de distintos países para su libro Cómo se cuenta la historia a los niños en el mundo entero (1981), lo que le permitió analizar momentos cruciales del siglo XX a través de testimonios de gente común, y estudiar el papel que cumplen el resentimiento y los tabúes en las crisis de la historia: “El resentimiento es una fuerza más poderosa que la lucha de clases, porque esta existió sólo cuando hubo clases. En cambio, en todas las sociedades ha habido gente humillada que se ha querido vengar. Es lo que vivimos hoy con el islamismo radical.”, explicaba Ferro a Evelyn Erlij, “sentado entre pilas de libros en su casa, en la ciudad de Saint-Germain-en-Laye”. Tenía ya 91 años, pero seguía lúcido y productivo, venía de publicar dos nuevos libros y estaba preparando dos más, “uno sobre la sociedad rusa a partir de relatos cotidianos, y otro titulado Le sens de l’histoire, sobre cómo la pasión, y no la razón, ha hecho avanzar a la historia”.
Para entonces seguía como director honorario de la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París (EHESS) y codirigía la revista Annales, fundada en 1929 por Marc Bloch y Lucien Febvre, que renovó la historiografía del siglo XX y dio paso a una generación de “contra-historiadores”. Ya había recibido los grandes honores que se merecía por su obra y su vida consecuente: Caballero de la Legión de Honor (en 2011), Oficial de la Orden Nacional del Mérito (en 1995), Oficial de la Orden de Palmas Académicas y Caballero de la Orden de las Artes y las Letras, entre muchas otras distinciones académicas.
Interrogado sobre el origen de la expresión “contra-historia” y sobre su acercamiento a la imagen como instrumento de conocimiento de la historia, respondió con esta reflexión: “No me interesaba para nada el cine. Iba al cine para entretenerme, veía muchos filmes, pero no reflexionaba sobre ellos ni era cinéfilo. Un día, mi director de doctorado, el historiador Pierre Renouvin, recibió el encargo de hacer una película sobre la Gran Guerra. Yo hacía mi tesis sobre la Revolución Rusa y la Primera Guerra Mundial, así que Renouvin me dijo: ‘No me interesa hacer una película con documentos, no sé nada, tome mi lugar’. Participé en la creación de este filme documental como asesor histórico, pero Frédéric Rossif, el director, abandonó el proyecto y quedé yo como autor. Durante dos años busqué el material. Fui a Alemania y encontré un documento audiovisual que mostraba a la muchedumbre alemana el 11 de noviembre de 1918 celebrando porque creían haber ganado la guerra. Eso nadie lo había visto. Sabíamos que los alemanes se enfurecieron con las cláusulas del tratado de Versalles, pero no sabíamos que se habían equivocado al punto de creer haber ganado la guerra. Eso fue un shock: la imagen enseñaba cosas que nadie sabía ni había imaginado. Ahí me vino la idea de la contra-historia, la idea de que la imagen puede enseñar cosas que no dicen los textos escritos”.
Otra reveladora entrevista (subtitulada en castellano) con el periodista chileno Cristián Warnken, realizada en Santiago de Chile en octubre de 2006, permite apreciar mejor la personalidad y el pensamiento de este gran historiador francés a quien rindo homenaje de agradecimiento con motivo del centenario de su nacimiento.
Marc Ferro murió el 21 de abril de 2021 a los 96 años de edad, pero no de viejo sino por una complicación de Covid, esa pandemia que ha dividido la historia contemporánea en un antes y un después.
El autor es escritor y cineasta
@AlfonsoGumucio