
Con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca se ha generado un sismo político que tiene sus réplicas en el ámbito energético. Bajo la consigna de “Drill, baby, drill”, se ha pasado por alto regulaciones, políticas decenales de diversificación de la matriz energética y metas globales de reducir los efectos desastrosos de las emisiones crecientes de gases de efecto invernadero.
Si bien el objetivo parece económico (monetizar los abundantes recursos fósiles propios), ha aparecido la arrogante tribu de los negacionistas bailando de una pata por lo que consideran un respaldo a su teorías anticientíficas. De hecho, el blanco principal de los negacionistas (los hay también en Bolivia) es la Transición Energética (TE) que supuestamente estaría cerca de un fracaso estrepitoso.
Para empezar, no hay tal “estocada final” a la “afamada y trillada” TE por el cambio de inquilino de la Casa Blanca. Con datos del 2022 y 2023, es posible afirmar que globalmente la Unión Europea (UE) genera entre 22 y 25% de su consumo con fuentes de Energías Renovables (EERR: hídricas, solares, eólicas, geotérmicas, etc.), un porcentaje inferior a la denostada China (30-35%) y similar a los EE.UU. (20-22%). Asimismo, la UE consume electricidad de reactores nucleares en un 25-30%, más que China (5%) y los EE.UU. (18-20%).
Por cierto, el error de los negacionistas es pregonar que las fuentes renovables pretenden reemplazar las energías fósiles del día a la noche, cuando en realidad existe una TE interna a las fuentes fósiles que busca eliminar la quema de carbón, reducir el consumo del petróleo y mantener estable la oferta de gas natural, como combustible de transición.
En el caso específico de la UE, la invasión rusa a Ucrania ha ralentizado, mas no detenido, la TE porque, ante el corte del gas ruso, ha obligado a desviar inversiones hacia la compra del GNL caro de los EE.UU., sin contar el creciente gasto armamentista. No quiero pensar qué hubiese sido de la UE si no tenía asegurado un 50% de su suministro gracias a las fuentes no fósiles.
En realidad, la Transición Energética seguirá desarrollándose, aunque a diferentes velocidades, a pesar de las tendencias negacionistas del Cambio Climático y de intereses privados, por la conciencia ambiental de la sociedad que está en constante crecimiento y por los avances tecnológicos en el sector energético a favor de la eficiencia y competitividad de las energías limpias. En suma, la transformación energética sostenible es un camino ineludible y seguirá avanzando en el futuro.
Hasta aquí la TE parece ser una opción ética con base en la responsabilidad sobre la “casa común” de la humanidad, una opción que los trastornos climáticos que se observan diariamente contribuyen a reforzar. Pero, totalmente diferente es la situación de Bolivia.
No me canso de repetir que para Bolivia la TE, más que una opción en favor del clima planetario, es una necesidad y una urgencia. Y si no me creen, miren hoy a su alrededor las consecuencia de la miopía e incompetencia de los gobiernos del MAS, incapaces de elaborar una política energética adecuada al país.
Esos gobiernos, en lugar de negar la destrucción del sector energético por la “afamada y trillada nacionalización” y de incrementar la oferta de carburantes gastando y endeudándose a más no poder, debían haber emprendido hace tiempo un plan serio de conversión del transporte a GNV y de incentivos al uso de la electricidad producida con fuentes renovables. Por no haberlo hecho, tenemos hoy las interminables filas en las gasolineras, con el consiguiente costo económico, social y síquico que está poniendo a prueba la paciencia del pueblo para con un modelo económico fracasado y un gobierno comatoso.
El autor es físico y analista