ERICK R. TORRICO VILLANUEVA
Pintada en muros de las ciudades de El Alto y La Paz, la expresión que da título a esta columna resume la certeza gubernamental de que Evo Morales, “obligado por el pueblo”, no tendrá más remedio que continuar encabezando la administración del país hasta prácticamente el fin de sus días.
Tal idea, escrita en tono desafiante, traduce el autoconvencimiento del grupo oficialista no sólo respecto a que su candidato a candidato y gobernante perpetuo sería único, irremplazable e imbatible, sino también acerca de que la oposición política es inexistente o, en el mejor de los casos, irrelevante.
Pero si se deja de asumir esa frase apenas en su exterioridad triunfalista, hay otros alcances de la misma que es posible poner en evidencia, todos lacerantes para la democracia.
El primero de ellos es que refleja el hecho de que la democracia interna está severamente dañada y de que la principal víctima de ello hoy es el propio “partido” oficial: en casi 14 años no sólo que sus conductores impidieron la emergencia en su seno de liderazgos alternativos sino que neutralizaron –hasta eliminarla– cualquier posibilidad de deliberación plural y de autocrítica. Lo que ha vencido ahí es el autoritarismo, presentado al viejo estilo del dictador soviético Iósif Stalin con el eufemismo de “centralismo democrático”.
Se trata, en realidad, de una cruda demostración de incapacidad, pues patentiza que, al carecer de estructura y doctrina, el conglomerado corporativo en el gobierno fracasó de modo rotundo en la generación de una corriente ideológico-programática coherente, viable y con potencial de reproducción en el futuro.
Dicho de otra forma, esto supone que, sin el circunstancial “líder” que todavía le sirve de articulador, ese grupo se desintegrará en un mediano plazo. Las redes clientelares montadas para sustentar la ficción de una unidad y una mayoría que se mantienen no podrán evitar la fragmentación ni la caída. Esto sí lo saben los cuatro o cinco personajes que conforman el entorno decisor de Morales, por lo cual no les quedó otra opción que promover la candidatura eterna de éste, a quien terminaron por convencer de que está en el “camino correcto” y, de paso, “por clamor popular”.
La otra implicación contenida en la expresión de referencia es la de la total falta de consideración que el oficialismo tiene para con la oposición partidaria, la cual, por su parte y en más de una década, tampoco se ocupó de formar cuadros dirigentes ni de trabajar para constituirse en una opción confiable y factible.
Y el último significado, sin duda el de mayor dimensión, es aquel que pone al desnudo el vacío, la indefensión y el sinsentido práctico en que se encuentra el sistema político boliviano tras más de un decenio de intensiva concentración del poder, misma que hizo todo por desandar el largo proceso de construcción de la institucionalidad democrática nacional, paradójicamente, en nombre de una presunta expansión y profundización de la democracia.
“Si no es Evo, ¿quién?”, por tanto, es la síntesis impensada de una radiografía de la política y la democracia bolivianas empujadas a una crisis extrema, situación que de todas maneras se requiere comprender no como un momento fatídico sin retorno sino más bien como punto de quiebre posibilitador de otros equilibrios.
Habrá, pues, mucho que hacer en lo posterior. Tal es el desafío central del nuevo tiempo de transición política que está en marcha y que el gobierno acaba de acelerar.
Erick R. Torrico Villanueva es especialista en Comunicación y análisis político.