SERGIO MONTES, S.J.
En la coyuntura electoral actual se van dibujando varios cuadros en el escenario político del país. El primer cuadro viene diseñado por el Tribunal Supremo Electoral (TSE) que hace un mes atrás anunció la reconfiguración de las circunscripciones uninominales bajo criterios geográfico territoriales y de población, con el fin de reordenar el mapa electoral; los motivos no se dicen pero está claro que se pretende conseguir representaciones para la Asamblea Legislativa que favorezcan al actual gobierno del MAS, pues no es el criterio poblacional el que prima.
En este afán se han añadido coloridas manifestaciones en contra de la propuesta del TSE lo que ha significado bloqueos de carreteras y protestas sociales de parte de quienes ven afectadas su real representación. Observando este cuadro pregunto ¿el sistema de democracia representativa es realmente efectivo? ¿queremos más representantes que se ocupen de las necesidades e intereses de la gente o sólo de levantar la mano para aprobar determinaciones ya definidas desde el Órgano Ejecutivo? Porque en los tiempos del proceso de cambio, este sistema no ha cambiado estructuralmente respecto de los “neoliberales”.
Veamos otro cuadrito. Mientras corren los días y nos acercamos a octubre las personas interesadas en hacer política electoralista van fraguando su modo de participación ya sea como partidos o agrupaciones solitarias o como aliados de otros para conseguir mayor peso específico, se negocia entre unos y otros, se lanzan sonrisas y guiños de ojo, se conforman bloques opositores. A este cuadro no le falta nada de colorido pues hay un variopinto elenco de candidaturas y alianzas.
La consigna fundamental es hacer frente al “gigante”, es decir al actual gobierno y la carismática figura de Evo Morales (que ahora para el vicepresidente García Linera es además un bien social y económico del país como garantía de inversiones). Por otro lado no faltan quienes después de sesudas consideraciones concluyen que la responsabilidad histórica de la oposición (que no existe porque en todo caso son “las oposiciones”) es unirse para hacer frente al enemigo común. Así de desolador es el panorama de este cuadro.
El problema no está en la amalgama de alianzas que se consigan o la simple agregación de figuras políticas opositoras, ¿de qué le sirve al país una oposición que no sabe lo que quiere (salvo derrocar a Evo Morales y al MAS), que habla discursivamente de coincidencias programáticas y de ser una alternativa al actual proceso de cambio o de eliminarlo de un plumazo, pero que no sale de los ejes discursivos que le plantea el oficialismo?. Todas estas agraciadas expresiones no plantean ninguna alternativa a lo que significó la crisis estructural del Estado a inicios del siglo XXI ni la reconducción de un proceso histórico de cambio real que fue secuestrado por el MAS y sus aliados.
Los ciudadanos estamos acostumbrados a las promesas y a creer el cuento que quieran contarnos los oportunistas de turno. Necesitamos que se pinte en nuestra memoria las lecciones de la historia democrática del país, de los últimos 30 años, para abrir los ojos y percibir nuevos colores en el horizonte.
La alternativa para nuestro país en estas elecciones no está en la confrontación entre oficialismo y oposiciones sino en plantear un proyecto histórico que responda lo más ajustadamente posible a la realidad de pobreza, exclusión social, garantía de derechos, rediseño estructural del Estado y sus instituciones, corrupción, inseguridad ciudadana, participación indígena no meramente simbólica, lógica rentista, extractivista y monoproducctora, etc. ¿De qué propuesta de nación hablan los unos y los otros? En eso habría que pensar más que en las campañas para conquistar un voto ciudadano seducido por cualquier regalito o promesa.