MIGUEL MANZANERA, S.J.
El 25 de marzo la Iglesia Católica celebra la Anunciación de la Encarnación del Señor, una de las fiestas más importantes en el año litúrgico. Sin embargo, por ser día lda aboral, queda desapercibida para muchas personas, incluso católicas. La encarnación es el gran misterio, propio del cristianismo, que marca la diferencia esencial con las otras dos grandes religiones monoteístas, el judaísmo y el islamismo. Por ello conviene reflexionar sobre este acontecimiento histórico para comprender mejor su profundo significado.
Según narra el Evangelio de Lucas (1, 26-55), la virgen María fue desposada con José y antes de casarse, fue visitada por el ángel Gabriel quien le comunicó que había sido elegida por Dios para concebir en el seno y dar a luz un hijo a quien llamaría Jesús: “Él será grande e Hijo del Altísimo quien le dará el trono de David su padre y su reino no tendrá fin”.
Notemos que el ángel no hace una propuesta a la Virgen María, sino que directamente le anuncia su inminente maternidad decretada por Dios. Desde una perspectiva actual parecería incorrecto que el ángel no pida primero a María su aceptación del plan de Dios. Pero esta omisión se comprende perfectamente en la vida de María, consagrada al Señor y plenamente dispuesta a cumplir su voluntad.
María quedó sorprendida y estupefacta ante este anuncio ya que muy probablemente ella había renunciado a la maternidad, aceptando así ser la Hija de Sion, voluntariamente estéril para purgar por los pecados del pueblo. Por ello contesta al ángel “¿Cómo será eso, pues no conozco varón?”. Esta pregunta no significa incredulidad. Simplemente María expresó su compromiso de virginidad y esterilidad.
Este compromiso no es exactamente el mismo que se hace hoy en la vida religiosa, concretamente a través del voto de castidad. En general en aquel tiempo la virginidad no se apreciaba como un don a ofrecer a Dios, ya que el mandato divino era tener hijos. Para una mujer el mayor oprobio era no tenerlos. Pero María, inspirada por Dios, había renunciado a su fertilidad para ofrecerse, según el modelo de la Hija de Sión, aceptando así el castigo de la infidelidad de Jerusalén.
El ángel le comunicó a María el inminente descenso sobre ella de la Rúaj Santa (Espíritu) y cómo la Energía del Altísimo le cubriría con su sombra. “Por eso quien nacerá de ti será Santo e Hijo de Dios\".
Para que María pudiera comprobar la veracidad del anuncio, el ángel Gabriel le ofreció una señal inequívoca: “He aquí que tu pariente Isabel, a pesar de su ancianidad, ha concebido un hijo y ya está en su sexto mes, la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible. María contestó “He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra”. María, sin pensarlo más, se puso en camino hacia una aldea de Judá, donde vivía su pariente Isabel, casada con el sacerdote Zacarías.
En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó de alegría el niño en su vientre. Isabel exclamó: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre, ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor. Al percibir tu saludo el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú que has creído porque lo que te ha dicho el Señor, se cumplirá”. María respondió entonando el canto del Magnificat, que sintetiza su profunda humildad y agradecimiento y que la Iglesia reza diariamente. A los nueve meses del anuncio del ángel tuvo lugar el nacimiento de Jesús en Belén. De esta manera el Dios Trinitario realizó el gran misterio de la encarnación del Hijo divino en el seno de la Virgen María.
Queda por explicar cómo sucedió este milagro de la encarnación, incomprensible para el entendimiento humano. A la luz de la ciencia actual cabe indicar lo siguiente. María, antes de llegar a la pubertad, edad en que debía dejar el Templo de Jerusalén, donde vivió en su infancia, fue dada como esposa a José, un viudo con hijos, para que la cuidase en Nazaret. Cuando la virgen María ovuló por primera vez, ese óvulo fue fecundado milagrosamente por la Rúaj Santa (Espíritu Santo), pasando a ser embrión monocelular. En ese zigoto se encarnó el Hijo eterno de Dios Padre y de la Rúaj Madre, pasando a ser el hijo de la virgen María, su madre humana, desposada con José, conformando así los tres la Sagrada Familia de Nazaret.
Este gran misterio muestra el infinito amor de la Familia Divina Trinitaria quien, para salvar a humanidad, caída en el pecado y en la muerte, quiso hacer de la familia humana de Nazaret su imagen y semejanza como inicio de la futura Iglesia que el mismo Jesús fundó. Alegrémonos ya que todos estamos llamados a formar parte de esa gran familia de los hijos de Dios en el Reino de los Cielos.
Miguel Manzanera, S.J.