Mundo, 10 Jun. (ANF).- Lo primero que pensó fue que había ocurrido una explosión. Después de ser comprado por la Marina de los Estados Unidos, el batiscafo Trieste fue traslado en partes hasta la bahía de San Diego, donde este sumergible fue descargado pieza por pieza sobre un muelle de la estación naval. Esa desordenada colección de metales fue lo que observó el teniente Don Walsh cuando pensó en la explosión. Era una tarde de septiembre de 1958 que hoy Don Walsh, al teléfono desde su casa en Oregon, recuerda soleada. Dice que en ese momento, cuando vio la nave, no sabía exactamente cómo funcionaba ni para qué servía y prometió que nunca entraría en esa cosa.
Walsh nació en 1931 en Berkeley, California. Quizá porque siempre le gustó ver los barcos navegando por la bahía de San Francisco, pero sobre todo –dice– porque pensó que sería la mejor forma de encontrar “diversión”, se enlistó en la U.S. Navy. Tras egresar de la Academia Naval comenzó a navegar, especialmente en submarinos, pero cuando ya era teniente tuvo que cambiar el mar por un escritorio en la oficina de la Flota de Submarinos en San Diego.
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