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Cultura y farándula

“Juguete entrañable”, comentario sobre una hermosa novela peruana ambientada en La Paz

Suele decirse que la ficción debe ser "verosímil” y el periodismo tiene que ser "veraz”. Creo que el peruano Juan Manuel Robles ha intercambiado esas características y le ha dotado de "verosimilitud” a sus reportajes y de "veracidad” a su novela.
10 de Octubre, 2016
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“Nuevos juguetes de la guerra fría”, de Juan Manuel Robles, está ambientada en La Paz.
“Nuevos juguetes de la guerra fría”, de Juan Manuel Robles, está ambientada en La Paz.
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Raúl Peñaranda U.
La Paz, 10 de octubre (ANF).- J
uan Manuel Robles es uno de los mejores cronistas peruanos y latinoamericanos. Sus crónicas periodísticas han aparecido en las más afamadas revistas de ese género en la región y mediante ellas nos ha mostrado un curioso universo de personajes y hechos de la vida real.

Sus reportajes, sin embargo, estaban escritos usando las técnicas de la literatura: inclusión de diálogos, generación de suspenso y sorpresa, división del texto en escenas, uso de metáforas e incorporación de inteligentes giros irónicos.

Robles ha escrito ahora una novela, “Nuevos juguetes de la guerra fría” (Seix Barral, 2015) haciendo lo contrario, usando las características de "la realidad”, empezando por presentarla como una autobiografía que relata los hechos de manera muy apegada a como sucedieron en verdad.

Suele decirse que la ficción debe ser "verosímil” y el periodismo tiene que ser "veraz”. Creo que Robles ha intercambiado esas características y le ha dotado de "verosimilitud” a sus reportajes y de "veracidad” a su novela.

Por ser amigo de su padre, el periodista Manuel Robles, quien vivió en Bolivia durante muchos años, y gracias a otras casualidades (una de mis primas fue muy amiga de la hermana mayor de Juan Manuel, de la que, además, otro primo mío estaba disimuladamente enamorado), doy fe de que la novela es, básicamente, una "autobiografía”.

Iván Morante, el nombre del personaje, al igual que Juan Manuel, estudió durante su infancia en la escuela para hijos de diplomáticos de la embajada cubana en Bolivia, vivió en la zona Sur de La Paz, estudió después informática, tiene un padre que fue corresponsal internacional, una de sus hermanas es súper memoriona, su abuelo desplegaba mapas en la mesa de su escritorio, etc., etc.

Con un telón de fondo en el que casi todo representa la verdadera vida de Robles, es difícil establecer cuáles son los breves lugares y momentos que son ficcionales. Y de ahí la "credibilidad” del libro, su atracción. Las páginas de la novela inoculan en el lector la duda sobre qué es realmente ficción, y qué no.

La novela, por otro lado, empieza siendo una cosa y termina convertida en otra: de una autobiografía sobre la vida del autor en La Paz, basada en una mirada socarrona y humorística sobre toda la parafernalia comunista que aprendió durante su niñez en la escuela para hijos de funcionarios de la embajada cubana, deviene en una suerte de novela policíaca y, también, en un sabroso tratado de piscología que aborda el aspecto de la memoria y sobre cómo y qué recordamos las personas. “Nuevos juguetes de la guerra fría” es, por eso, varios "juguetes” a la vez: autobiografía, novela policial, tratado sobre la memoria, relato de amores pasajeros.

Cuando lo entrevisté en La Paz durante su reciente visita en ocasión de la Feria Internacional del Libro le pregunté al respecto y me dijo que esos saltos pueden deberse a su impericia como novelista, considerando que ésta es su primera incursión en ese género después de haber sido reportero y, luego, cronista.

Y es verdad que esa impericia se percibe por momentos, pero ello le ha permitido también hacer una trama más "genuina”, otra vez, más "veraz”. Que luego es, incluso, arriesgada. Le consulté si el final de la "historia policíaca” de la novela no era un poco temerario y si su padre, el Manuel Robles de carne y hueso había leído el libro antes de su publicación. "No arruines el final de la novela a mis lectores”, me pidió. "Y no, no le di a mi padre el texto para que lo leyera con anticipación”.

Antonio Muñoz Molina, que fue su profesor en la New York University, escribe en la contratapa del libro que Juan Manuel es uno de los narradores latinoamericanos con mejor "fraseo” y que su "potencia narrativa” es "admirable”.

Es verdad. La fluidez del texto, la "naturalidad” con la que discurren los hechos y su estilo ligero, pero no superficial, logran concatenar sutil y rítmicamente los sucesos y personajes y conducen al lector tersamente de las escenas sucedidas en los años 80 en La Paz a las de la "actualidad” de Nueva York, pasando por las numerosas anécdotas secundarias.

Como suele escucharse en los talleres de narración, no hay cosa más difícil que escribir en fácil. Y Robles, a lo Hemingway, hace eso, nos lleva de la mano en su historia sin barroquismos, sin artilugios innecesarios, sin exuberancias inútiles y, a la vez, afortunadamente, sin laconismos. Su estilo es, por ello, luminoso y sosegado, al que rocía además de las ya mencionadas ingeniosas alusiones irónicas y etéreamente humorísticas.

Si uno de los trasfondos de la novela es su desfachatez en la caricaturización de la simbología socialista de los años de la Guerra Fría, y su mezcolanza con los personajes de la televisión capitalista de los 80, el otro es, como ya he dicho, el de la memoria.

Aproveché la entrevista con Robles para desafiarlo sobre un aspecto que me parece central en lo que son sus recuerdos y, más que eso, su formación como periodista y novelista: si el libro es en buena parte una autobiografía, ¿por qué su padre aparece en varios aspectos y circunstancias, pero no como una influencia en su carrera?

Juan Manuel creció viendo a su progenitor escribiendo cientos de despachos para la agencia Prensa Latina. Lo visitó en su oficina, donde veía cómo funcionaba, primero, el viejo télex y después la computadora y el internet. Años después, él mismo, fue reportero, posteriormente cronista y finalmente novelista. Para mí, algo que es meridianamente claro, como el hecho de que el oficio de su padre lo ayudó a ser el escritor que es hoy, para Robles es una idea borrosa y sin mucho sentido. Curioso para un escritor que se despachó un libro en el que uno de sus ejes es, precisamente, recordar, revivir imaginariamente el pasado, conocerse mediante la reconstrucción de hechos que están enterrados en algún lugar de la mente.

“Nuevos juguetes de la guerra fría” tendría que ser de lectura obligatoria para cualquier boliviano interesado en la literatura. No existen muchos libros de escritores extranjeros que se ambienten en La Paz y menos aún que tengan una mirada tan favorable y amistosa de la ciudad. Por ello esta novela es aún más entrañable.

/RPU/


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